LA POESÍA LIGHT:
IMÁGENES DE PASARELA
Paralelo a la caída de las utopías modernas de aventura, se resquebraja también la imagen del poeta. Entra en escena un poeta discreto, más espectacularizado que comprometido, arrojado a las esferas de lo efímero y sensacionalista. Víctima de la memoria inmediatista, a éste se le olvida y archiva pronto, cambiándosele muchas veces por otras estancias seductoras. Apabullado por los mecanismos de lo audiovisual, queda confinado a deambular sin rostro en medio de una estética posindustrial que favorece al pragmatismo utilitarista, efectivo y eficaz de la seducción telemática. La publicidad desea ciudadanos y consumidores que aplaudan no contenidos ni argumentos sino lo que fascina por su inmediatez. De allí el dilema del actual poeta: ¿utilizar también el marketing publicitario, la teatralización seductora para atraer a las “mayorías"? ¿Integrarse a la espectacularización como un componente más del Jet, la moda, el turismo y las agencias globales, o proseguir con los paradigmas de ruptura, autenticidad y pulsión individual creadora, tan caros a los neo-romanticismos vanguardistas?
Efectivismo efímero versus poesía efectiva y transformadora.
Enorme pluralidad de las búsquedas; individualización masiva de los gustos. Al poeta actual se le exige ser creador de “mensajes ligeros”, ingrávidos y favorecer la ley del mercado que propone “dar a cada uno según sus preferencias” (A. Heller), preferencias desde luego administradas por la oferta de gustos ya establecidos.
De manera que al poeta, hijo de estos nuevos contextos, se le arrincona y se le ofrece a cambio de su provocadora fuerza de invención contestataria, el plácido sabor del éxito, del exhibicionismo, alimentando un narcisismo e individualismo incivil ensimismado. De este modo, pasa de las Batallas de Ideas a las Batallas de Imágenes Visuales en Pasarelas. “Para ser aceptados por la circulación, deben ir a favor de la corriente, casi mecerse en ella. Sólo así se convierten en noticia. Levantar banderas cara al viento que sopla es un riesgo inútil, derriba a esos que intentan avanzar contracorriente” (Massó, 2001, 77). ¿Poesía de colaboracionistas y conciliadores? En el poeta posmoderno light, la pulsión crítica provoca más bien re-pulsión.
Para lograr este acontecimiento publicitario, o motivar la seducción y el aplauso a una obra a veces de sospechosa calidad, se atiende más al número de públicos que la mencionan que a sus lectores reales; a un triunfalismo momentáneo que a su verdadera permanencia poética. Es decir, se debe estar de acuerdo con la lógica de la cultura light, la cual posee sus pedagogías y literaturas de la disipación. Libros de encargo, diseñados previamente para un cierto público consumidor que no desea, por supuesto, compromisos ideológicos; editoriales que impulsan literaturas y poéticas de autoayuda, sensibleras, efectistas y pobres estéticamente. La obra poética pasa a ser diseñada, pensada no por el poeta, sino por el director, empresario y ejecutivo de la editorial. ¿Muerte del sujeto creador? También aquí se manifiesta el bricolage entre el poeta y su agente de publicidad, promotor y diseñador. Estetización masiva del poeta autónomo y creador moderno.
Como resultado tenemos una poesía que ingenuamente desea hacer parte del mercado de famosos, y que -insistimos- quiere dar al público lo que éste espera. Poesía de un lirismo trivial, paralelo a la puesta en escena de un intimismo entretenedor, telemático light. Así, la iconosfera tecnológica, con su discurso de impacto inmediato, se introduce en una poesía de corta vida, como las noticias. Al pretender competir de igual a igual con el mercado de las demás industrias culturales (TV, cine, moda, turismo, vídeo, word music, etc.) la poesía entra a una especie de disolución y pérdida de su función de interrogadora y fundadora de realidades. Teme de esta forma expresar lo inexpresable, descifrar lo cifrado, llegar a la “otra orilla”. Pierde, pues, su capacidad mistérica y poético-simbólica de traspasar el umbral y llevar, hasta las últimas consecuencias, a la imaginación creadora. La poesía, al caer en la cultura light, disuelve la fuerza exploratoria y transgresora de los órdenes históricos y metafísicos para sumirse con una placidez relajada y somnífera en un juego de imágenes y fantasmagorías con lugares comunes sin consistencia, siendo víctima de una escenografía lumínica, creada por el simulacro del mundo del mercado. En esta atmósfera, la esencialidad poética como indagación queda reducida a ruina, mientras que la exaltación a la des-realización de lo cotidiano, llevada al límite, es un augurio de éxito. La cultura mediática invade cada vez más a la poesía que, como todos los productos culturales, se ha convertido en “objeto de diversión, de risa y de aplauso o silbido” (Massó, 158), amistándose con algunas formas de farandularización del arte en esta época transnacional.
POESÍA, TEATRALIZACIÓN Y FARÁNDULA
La palabra poética ha cedido su puesto a la imagen visual; el discurso poético al espectáculo fetichista fascinador. Como toda publicidad y producto de mercado, busca el efecto en un público que aplauda, seducido por la puesta en escena de sus happenings a.rtificiales. Así, la poesía circula como artefacto del mercado puesto en escena, teatralizada en performances, instalaciones y reality showmuchas veces de baja factura estética. A dedicarse al puro juego escénico y no asumirse también como juego escritural, se anula en ella la atmósfera lecto-escritural, al texto producido con palabras. Estas quedan, por la teatralización, reducidas a telón de fondo, perdiendo su protagonismo esencial de creadoras de realidades simbólicas y lingüísticas. ¿Qué pasa entonces con la lectura privada o en público del poema? Se le discapacita como productor de sentidos simbólicos, confinándosele a una acción íntima, supuestamente superflua e inútil, pues sólo lo masivo y espectacular es efectivo en estas cartografías publicitarias. Nietzsche, quien fue crítico de la “teatrocracia”, de la “moral de rebaño” y de lo masivo, intuyó de forma sorprendente el paso de un nihilismo combativo artístico a este nihilismo del desencanto pasivo. “La teatrocracia, escribía, es una forma de democracia en las cosas del gusto, es una rebelión de las masas, un plebiscito contra el buen gusto”.
El poema como tal (escritura, lectura, voz interior, diálogo, escucha…) se sorprende al ser suplantado por un happening constante y unas performances mediocres que hacen juego a la estruendosa sociedad del ruido posindustrial globalizada. En busca del aplauso, del éxito, la marca y un futuro de adulaciones por parte del establecimiento, el poeta se rebaja a ser bufón de la corte mediática para no ser víctima de un pronto olvido. Asegura con ello su imagen pública y olvida la lucha por la indagación poética. Lo público entra a gozar de privilegios, apabullando la soledad solidaria que sostiene toda vida poética. En este proceso sólo se observa la batalla por tratar de dejar en el escenario una imagen teatral más eficaz, exhibicionista, más extasiada que la del “competidor “ de turno, es decir, el otro poeta. Cada recital donde la “teatrocracia” está presente, se vuelve una competencia de aplausos. El valor del poema o del poeta se obtiene por la capacidad de seducción que impone su happening. Lo cuantitativo espectacular supera lo cualitativo de la palabra. Ello no significa, para nada, que el poeta, por el número de aplausos que recibe, sea una alta voz en medio de esta espesa nebulosa teatral. Más bien significa que, por una parte, a la poesía le ha tocado entrar al juego de las leyes de la publicidad y espectacularizar su gracia, negando quizá la capacidad de seducción que ella lleva en sí misma desde el recogimiento creador y, por otra, que el público posmoderno es un público educado y moldeado en su sensibilidad por lo mediático, alfabetizado en la cultura del espectáculo y del aplauso sensacionalista.
A todo esto, ¿qué pasa con la poesía del silencio? ¿Con la poesía de la intimidad dialogante, surgida del recogimiento entre texto, autor y lector, edificados en una sola entidad estética? ¡Se impone una poesía estridente, que sólo entusiasma por su languidez teatral y que manifiesta una desfachatez relajada, despreocupada por la edificación de una gran poética!
En esta edad del comerciante y del bufón, la poesía se faranduliza con su juego de palabras y escenas fáciles de digerir, mostrando un deprimente espectáculo. Despoetización de lo poético y poetización de lo light. Esto no quiere decir que nos opongamos a la fusión de las artes y a la hibridación de los géneros, lo cual, realizado con alta calidad y con gran conocimiento del proceso, sirve para superar algunas fronteras estéticas y favorece el descubrimiento de nuevas posibilidades artísticas. Lo que aquí se cuestiona es la facilidad con que se entrega toda pulsión poética a las leyes de una espectacularización mediocre, la cual concibe el arte como adorno decorativo y ornamento artificial. Se sabe que las hibridaciones o mezclas de géneros y estilos provienen de la concepción estética romántica sobre la unidad de las artes, donde las manifestaciones artísticas se congregan en la poesía, la cual es común a todas ellas por encima de sus diferencias formales. La poesía adquiere categoría deFundamento estético, unificando las artes en un “continuum” hasta lograr la obra de arte total. Esta concepción estético-metafísica progresiva del arte y de universalismo poético, convertida en utopía moderna (el poetizar la sociedad y socializar la poesía) se ha mutado en la posmodernidad por una estetización vacía de fuerza sublime ante lo infinito y lo universal, cuyos resultados son la vacuidad de una tolerancia pasiva y la coexistencia pacífica conciliadora que se olvida de “unificar la liberalidad absoluta con el rigor absoluto” como exigía el romántico alemán Friedrich Schlegel. Las hibridaciones entre los géneros de última hora, ignoran esa fuerza crítica y creativa que debe acompañar a las nuevas manifestaciones artísticas, producto del pluralismo estético.
En esta estetización se acepta toda acción como una acción artística y ya conocemos sus resultados. Se produce una “Estética del acontecimiento” y del efecto donde cualquier cosa o ejercicio físico puede convertirse en objeto artístico y ser considerado de buen gusto y agradable. (Cf. Marchán Fiz, Sf. 106-107). “Estética del acontecimiento” sensacionalista como los Ready-Mades. Pero si en Duchamp este acontecer libera al objeto o a la acción física de todo propósito práctico y funcional, constituyéndose en artefacto artístico, puesto a vagar sobre el “planeta de la estética” (Marcel Duchamp), no pasa lo mismo con la poesía light farandularizada. Antes que sustraerse del mundo funcional del mercado, ella queda más bien fascinada por el utilitarismo pragmático de su acción en el Spotpublicitario. La estetización cumple aquí su cometido: fusiona utilidad, arte y mercado. El argumento kantiano del “arte como finalidad sin fin”, sin propósito práctico y útil, se supera aparentemente en la estética y poética light gracias a las hibridaciones que se manifiestan en la globalización económica y en la mundialización cultural. La poesía se funde así con la alta costura, los autos, el turismo, las Top Models, el Hit parade. Es decir, farándula, poesía y mercado se constituyen en mundos paralelos, si no similares, gracias al macro-proyecto en red del consumo. 3
Al ponerse de actualidad estas fusiones, es la palabra viva del poema y del poeta la que declina ante la imagen visual. El lenguaje poético es reemplazado lentamente por una teatralización casi esquizofrénica, subsidiada por una cultura telemática, la cual logra realizar algo impensable en la tradición poética moderna: saltar de las Top Models del Fashion internacional a los nuevos Top modelspoéticos y políticos, es decir, superar la palabra por la imagen contundente y fascinante. “Para el Top internacional el dilema de la comunicación audiovisual se ha resuelto por la amputación pura y simple de la palabra” (Virilio, 1999, 82).
POESÍA Y CIBERCULTURA: LOS CIBERPOETAS