Si existe un festival internacional de poesía que congregue cada año gran variedad y pluralidad de voces poéticas, no dudamos en afirmar que es el de Medellín, Colombia. Su importancia se ha extendido tanto, que ya en muchos eventos poéticos está presente su nombre y reconocimiento. Para los asistentes a este macro-festival es una gran oportunidad de encuentro y amistad como de reflexión sobre el estado actual de la actividad poética. Desde este último aspecto parten las siguientes notas, sobre todo cuando se están operando cambios profundos en las nociones de la poesía tradicional moderna, cambios que en los avatares de principios de milenio constituyen un amplio campo de indagación y preocupación por su infinidad de expresiones.
Cierto es que los encuentros de poetas abren puertas a lenguajes extraños o familiares, sirven para alimentar antiguas rencillas entre los excluidos, o bien, estimular un sinnúmero de elogios entre los escogidos. La poesía queda así convertida en un campo de exclusiones e inclusiones, donde el sentido de competencia banal prima sobre su verdadera esencia y trascendencia, marginando lo más contundente de ella, su fuerza subversiva de crear y proyectar la presencia o ausencia de la vida, la fundación del hombre allí donde antes sólo existía el vacío. Pero de esta ingratitud competitiva, de la cual la alimentamos, la verdadera poesía no está dispuesta a ceder su trasparencia, a ser rebajada por las visiones estreñidas de unos cuántos autores que hayan sido o no invitados a los convites colectivos de los encuentros y festivales de poesía. Más que una carrera de caballos, la poesía es una carrera por afirmar la vida ante la marcha asombrosa de la muerte.
Grato es reconocerle al Festival de Poesía de Medellín, a su director, el poeta Fernando Rendón y a sus organizadores, el esfuerzo por edificar un espacio donde la convivencia ética y estética todavía posee un aire de gracia frente a las desgracias de nuestras realidades. Grato es saber que -a pesar de las catástrofes o bien por ellas- este “arte u oficio endiablado”, como lo denominó Dylan Thomas, todavía surge del fondo del abismo y construye la cima de la imaginación, de la invención libertaria. Importante reconocer que es también en este tipo de contactos donde se manifiesta el bricolage de formas y procesos nacientes y en mutación en la poesía posmoderna, lo cual bien merece un espacio de reflexión sobre sus proyecciones a nivel global. El Festival de Poesía de Medellín, por su importancia y magnitud, posibilita que los poetas y los estudiosos de la poesía encuentren en él todo un extenso territorio para sus averiguaciones e interrogantes. El presente ensayo trata de aproximarse hacia algunas tendencias que en la XI versión del Festival se observaron entre la inmensa variedad de voces. Indaga también sobre las rupturas operadas en los últimos años por la poesía posmoderna, cuya calidad o no, es uno de los aspectos que aquí se cuestionan.
La posmodernidad, en todos sus órdenes, evidencia una fractura de los fundamentos óntico-epistemológicos sobre los cuales por más de doscientos años nos levantamos, y proyecta su imagen de Big Bang por las superficies y las profundidades de la cultura. No está exenta la poesía de esta fragmentación en una posmodernidad activa y vigente. Originada por la crisis de los macro-relatos modernos, hija del nihilismo decimonónico, la posmodernidad actúa ahora como nómada sin brújula, se pierde para encontrarse, se expresa en una multiplicidad de situaciones ambiguas, contradictorias y contingentes en todos los ámbitos. Disidente de las utopías modernas y de las vanguardias, lleva sin embargo, como hija pródiga y adolescente, el sello de su casa original: la modernidad nihilista y crítica.
Ha cambiado de actitud; ya no cuestiona propositivamente, se relaja; no critica en pos del futuro, se sintetiza en la inmediatez temporal; ya no se desengaña con un nihilismo combativo, se alimenta de su pasiva espectacularidad. La posmodernidad avanza con pies livianos por pesadas piedras. Su levedad es sospechosa cuando la gravedad de la historia actual quizá no esté para levar el espíritu hacia intenciones posmetafísicas. De allí la imposibilidad de que se constituya en una nueva utopía histórica, y más bien sirva para nutrir una utopía individualista y tecno-virtual ensimismada. Su fuerza seductora no la extrae de los componentes de la modernidad de aventura y triunfante, sino del eclipse racional convertido ahora en mercado. Si algo ha inventado, es un nuevo macro-proyecto o Gran Relato: el consumo, junto a todas las lógicas del Marketing transnacional. La política, la cultura, lo ético-estético y lo cotidiano cambian de piel y se metamorfosean ante semejante proceso que se introduce en todo cuerpo social. En medio de estas mutaciones la poesía habita. Es este el tiempo de realizar los inventarios de sus ganancias y pérdidas; es este el tiempo para mirarse en el espejo de sus voces, reclamando como nunca la presencia de una inteligencia crítica, escrutadora y valiente; tiempo de hacer cuentas y procurar rescatar lo que a la poesía le es más beneficioso: su profundo amor por la indagación y el cambio. Pero si estos son tiempos de alteraciones paradigmáticas ¿dónde situarse para escuchar el agudo sonido que produce la gran explosión de las visiones poéticas? Quizá viviendo tanto en el adentro como en el afuera de las conflagraciones. Así la poesía, que es crítica-creativa por antonomasia, no deberá bajar los brazos ni ser víctima de la atmósfera de relajación en esta perpetua fluidez de la posindustrialización en red. No de otra materia y espíritu está creada la verdadera poesía.
Desde su sitio de vigía solitario, ve cómo el ritmo de la globalización económica y de la mundialización cultural la rondan y seducen, la manipulan y rebajan a simple acompañamiento trivial, a ornamento efímero y telón de fondo insignificante. He aquí su contradictoria tragedia: por una parte, todavía hace escuchar su grandeza como interrogadora, imaginativa y fundadora de realidades; por otra, se constituye en cenicienta fáctica para las leyes de una racionalidad atroz e instrumental. Entre la subversión y la conciliación colaboracionista vive su drama. Entre su condición de fiera crítica y una timidez flaca, seducida por el mundo del mercado, ella fluctúa. Estas son algunas de las tendencias que en el Festival Internacional de Poesía de Medellín, Colombia, se fueron descubriendo. Detenidos frente a tantas mutaciones y procesos nuevos, se escriben estas reflexiones como una aproximación al abanico diverso y extraño de la actual poesía.
CAMBIO DE PARADIGMAS
CAMBIO DE SENSIBILIDADES
En tiempos de crisis y relajación vanguardista, la poesía posmoderna parece caminar hacia una búsqueda demasiada ambivalente, donde su compromiso con las ideas de exploración e indagación naufragan sobre una superficialidad extravagante y sin resultados altamente estéticos. De la experimentación vanguardista pasa a un experimentalismo ligero y efímero de lo eficaz y lo útil. Eficaz para la inmediatez del instante publicitario; útil para la estetización del consumo a nivel global. Si es cierto que se agotaron las vanguardias, sus conceptos de cambio, su ideología de ruptura y heroísmo histórico; si entramos a un tiempo donde los conceptos de trascendencia, sublimidad, autenticidad, originalidad, monumentalidad e individualidad creadora, tan importantes en la edificación de las estéticas y poéticas modernas, se han desgastado, también es cierto que esta relajación de las vanguardias ha posibilitado el surgimiento de nuevas categorías estéticas desde las cuales se construyen hoy por hoy algunas obras. Cambio de paradigmas: improvisación versus disciplina, discursos blandos versus discursos duros; ligereza versus experimentación; hedonismo permanente versus revolución permanente; ornamentoversus monumento estético; entronización del instante versus compromiso futurista; marketing estético versus sublimidad; inmediatismo versus proyecto; mínimo de resistencia, máximo de indiferencia. (Cf. Fajardo Fajardo Carlos. El abismo Presentido. Cartografías de las sensibilidades de fin de siglo. En Revista Espéculo. Universidad Complutense de Madrid. (http://www.ucm.es/info/especulo/numero13/cfajardo.html).
De esta manera debemos indagar el panorama de la poesía de finales del siglo XX y principios del XXI como un prisma que se deconstruye constantemente, provocando otras miradas y ajuste de nuevos instrumentos para su observación e interpretación. Imposible entrar a ella con los viejos esquemas de la modernidad triunfante; imposible abordarla con las teorías literarias tradicionales del siglo XX. Aquí hay algo que requiere un estudio más agudo y de mayor correspondencia con su desenvolvimiento; un análisis que esté acorde con las múltiples fragmentaciones que en la concepción orgánica del arte se ha operado y con la exploración de nuevas sensibilidades manifiestas en la poesía de última hora.
Heterogeneidad, pluralidad, discontinuidad, simultaneidad, bricolage, inestabilidad, dispersión, imprecisión, lo contingente, indecibilidad, lo arbitrario, entre otras, son algunas de las nuevas categorías que se manifiestan en el arte y la poesía contemporáneos, las cuales conectan con otras visiones sobre el mundo y diversifican su estudio.
Es desde aquí de donde se debe entender el nacimiento de un arte y una poesía no “orgánica” en el sentido clásico y moderno, sino híbrida, multifacética y polifónica que procura construir un “no estilo”, o bien, una gama de múltiples posibles expresiones. Al disolverse la “Magna Aesthética”, se propone el fin de los sistemas poéticos totales de donde nacen ciertas micro-estéticas en contraposición a las macro-utopías vanguardistas. La poesía actual no posee la llamada “voluntad de estilo” que tanto desveló a los modernos. Ante la homogeneización de las formas, desea la heterogeneidad del “Todo es apto” y del “Todo se acepta”; frente a la racionalidad unitaria de los Universales Estéticos, se impone el reto de descentrar los referentes legitimadores de la modernidad artística; en relación con el concepto de “pincelada individual distintiva” (F. Jameson) formula la Multimedia de la estetización cotidiana, asumida como un “nuevo estilo” o “estilo del no estilo”, un nomadismo estético.
Sin embargo, debemos anunciar los peligros de la feliz aceptación del slogan “todo es apto”, instaurado como posibilidad libertaria en la poesía.2 De allí que nuestra inquietud está en averiguar hasta qué punto esto favorece la producción de una poesía de alta calidad, o más bien, sirve para dar licencia a una mediocridad legitimada por un concepto demasiado ambiguo como confuso. Si “todo vale” en la poesía -justificado por la quiebra de los grandes proyectos de una estética universalista y unitaria - ¿vale que aceptemos una poesía que colabora con la basuralización cultural? ¿Dejamos que las hibridaciones lleguen al extremo hasta aceptar cualquier proceso multimediático, pirotecnia del lenguaje y pastiche estético como buena poesía? Cierto es que aquí se hacen manifiestas más las leyes del mercado y del consumo que las visiones poéticas. Triunfo de los imaginarios posindustriales del consumo, uso y desecho, globalizados como algo cotidiano. La poesía entra a ser parte del juego transnacional que ofrece “una gran variedad de lo mismo”. Sea mediocre, ligeramente aceptada o no, lo importante es que se consuma y elija entre la multitud de productos del hipermercado cultural. La relajación de calidad entonces impera, imponiéndose como norma la masificación para entrar al juego de la oferta y la demanda. De todo esto, la poesía es, entre todas las artes, la que menos sale beneficiada.
Por su exploración esencial, la poesía exige lectores no públicos; indagadores amorosos y no masas indiferenciadas, lo que registra un nuevo drama para la estética tradicional moderna. La masificación banal desfavorece en gran parte a la intimidad de la poesía y a su recogimiento en el silencio, más aún cuando ésta exigencia de silencio creador se muestra como algo problemático para una sociedad azotada por el ruido mediático. La poesía - al menos el paradigma de poesía construido por la modernidad triunfante - sufre así otra suerte de transformación y va siendo alejada cada día de un “público lector”, marginada (esta vez con mayor fiereza que siempre) de los centros de atención, rezagada por industrias culturales más fuertes y eficaces en el mercado. Al sentirse sitiada en su soledad, la poesía posmoderna, en su gran mayoría, ha entrado al juego global, pero muchas veces deponiendo sus armas y resignándose a ser manipulada, seducida por los imaginarios del éxito, la fama, la celebridad y el sensacionalismo que, como simulacros culturales, ofrece lo mass mediático. Cambio de paradigmas, cambio de sensibilidades.
LA POESÍA LIGHT:
IMÁGENES DE PASARELA