Acerca de los perfumes. III. |
Por el Dr. Felipe Martínez Pérez |
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En la exquisita singladura de los olores, llevada a cabo por los grandes perfumistas de Grecia, Roma, Egipto y Medio Oriente se les han presentado innumerables escollos, y entre ellos, los menores, han sido encontrar los simples que les permitieran ser originales. Atrapar los aromas y su persistencia por el mayor tiempo posible, y no solamente en la piel, también en los recipientes en que moran prisioneros. De ahí la importancia de conservar no solo los “nacionales” sino aquellos que llegaban de tierras lejanas, para lo cual los aderezaban en preciosos frascos de alabastro. Y aguzaban el ingenio con los conservantes, sumando o restando sustancias que actuaban como tales. Entre los más durables se hallaban el cyprino compuesto con alheña, onphacino, cardamomo, asphalatho y abrótono, que de excelente calidad venía de Sidón gracias al añadido de mirra y panax; y los egipcios, cuyo secreto residía en que no llevaba aceite de alegría y lo avivaban con cinamomo, durando alrededor de cuatro años.
Se contaban dos clases de perfumistas. De la primera categoría formaban parte los médicos, por conocer mejor los simples y en consecuencia eran los perfumistas de las capas distinguidas, de las cuales obtenían fama y fortuna. Famoso es Cosmas que aparece en las crónicas de los autores romanos. De menos fama había multitud que abastecían a la población de menores recursos y falsificaban en cantidad, gracias a cantidad de hierbas y flores que prácticamente huelen igual. Es lo que sucedía con el famoso nardino o foliado:
Onphacino, avellanas índicas, costo, paja de
Meca, nardo, amomo, mirra, bálsamo.
El verdadero nardino se componía de nardo índico, pero según Plinio había hasta nueve hierbas diferentes parecidas en los aromas. En Roma se adulteraba hasta el azafrán que era el masivo perfume de las romanas. Y las privilegiadas usaban el ungüento real, cuya fórmula era conocida por muy pocos perfumistas, pues los ingredientes eran extranjeros y “ninguna cosa de las que en él entran se cría en Italia, vencedora de todo el mundo, ni en toda Europa, sacado el lirio cárdeno y azúmbar; porque el vino, rosas, hojas de arrahian y azeite, clara cosa es ser a todas las tierras comunes”. (1)
Ungüento real
Avellanas índicas, costo, amonio, cinamomo, comaco, cardamomo, espicanardi, maro, mirrha, casia, estoraque, láudano, opobálsamo, cálamo, junco syrio, uvas de vid campesina, malobrato o tembul, sericato, juncia avellanada, aspálato, panax, azafrán, loto, miel colada, alheña, almoraduz, vino.
Los perfumistas se alejan del sol para mezclar los distintos componentes y siguen un orden que apunta a la calidad del producto terminado, a la persistencia. Para Plinio “el olor que últimamente se mezcla señorea a los demás. Conservánse muy bien en vasos de alabastro. Y los olores [se conservan] con el azeite, el cual será para este efecto tanto mejor cuanto fuere mas unctuoso, como es el de almendras, y los mismos ungüentos, cuanto fueren más añejos, tanto serán mejores. Esles contrario el sol, y a esta causa los cuezen a la sombra, en vasos de plomo”. (2)
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La romana gusta de probar los perfumes en su piel antes de adquirirlos y lo hace con el gesto que andando el tiempo sería universal. “Tiéndelos en el envés de la mano para ver si están buenos, porque no estrague el juicio el calor de la parte carnosa”. (3) El valor de un perfume estaba en su dificultad para fabricarlo o conseguir la materia prima. Y como es habitual, los más famosos venían de lejos, desde los confines del Imperio. Petronio asevera que lo goces son mayores y de mayor seducción cuando son prohibidos o presentan grandes dificultades para su logro; no se ama lo que abunda, ni se estima la victoria que fácil se obtiene:
Lo más costoso es lo que mejor resulta
Lo más difícil es lo que se quiere;
A la esposa siempre la querida vencerá
Y el cinamomo, hijo de un sol remoto,
Hace olvidar el olor de la rosa. (4)
Se aprecia que Petronio profundiza en el valor añadido de lo exótico y lejano, del mito y de la leyenda, que hablan de los trabajos y sacrificios para conseguir alguna cosa y tornarla más apetecible. Así el cinamomo aparece como descendiente de un sol remoto, pues, a decir verdad ya era famoso antes de Roma; pertenece a la familia del canelo y siempre ha gozado de gran estima por su perfume exquisito. De él se hace eco Marcial en sus Epigramas. Menos valor tenían las rosas que crecían con soltura por todo el imperio. Gozaban de fama las de Calabria que daban dos cosechas anuales según Servio en sus Georgicas.
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El perfume forma parte de la cotidianeidad de hombres y mujeres en una Roma que es dueña de un gran imperio, lo que acrecienta cultura y comercio. En una sociedad guerrera, invasiva, amiga de los botines de guerra y esclavista, el lujo fácil se enseñorea por doquier y en las cotas más altas del lujo aparecen las fragancias, que, a la vez, es un hecho cultural de indudable trascendencia. Nerón, gratificaba a sus invitados, dejando caer desde los techos cascadas de pétalos de rosas y distribuía en sitios señalados gran cantidad de pebeteros que exhalaban las fragancias de las maderas y resinas quemadas.
En las estancias intensamente perfumadas se dedicaban al gobierno del imperio o a los banquetes y festines y a las orgías penetradas del oloroso equívoco. Y otro tanto sucedía en los baños públicos. La cantidad de incienso que se quemó en los funerales de Popea ha pasado a la historia porque ardió una cantidad semejante a la cosecha anual de Arabia. Por su lado Heliogábalo asumía con tanta pericia el desenfreno de la gula como en ungirse de aceites olorosos. El perfume era la “guinda” del lujo desorbitado que formaba parte de los estamentos privilegiados. Los perfumistas ocupaban lugar especialísimo en esos niveles sociales, al punto que algunos han pasado a la posteridad por los beneficios a que se hicieron acreedores de parte de senadores y matronas, tales los casos de Cosmus y Folia que no daban abasto con sus creaciones.
En Roma se perfuman los caballos, los perros, los gatos, los baños públicos, las distintas estancias de los hogares, los edificios públicos, los cabellos, el rostro, y el cuerpo en sus lugares más secretos y escondidos; todo debe seducir. Romanos y romanas quieren tanto a los perfumes que adquieren el hábito de regalarlos; los botecillos de distintos perfumes pasan de mano en mano en diversas ocasiones como signo de aprecio.
Y como con el lujo se reblandecen las costumbres o porque el enemigo es más potente o por ambas cosas a la vez, lo cierto es que el imperio hace agua. Mientras tanto desde el mismo cuerpo social empiezan a tomar cuerpo las ideas cristianas, sobre todo en la parte oriental, en Bizancio. Transición de ideas y continuidad en el lujo que se dispara con más fuerza. Las cotas más altas del refinamiento llegan de la mano de Justiniano y particularmente de su esposa, antigua cortesana de rara belleza y talento y los fastos llegan al extremo de que el oro se enseñoree en la vida de hombres y mujeres de alcurnia, así como en las cúpulas de iglesias como la de santa Sofía. A la emperatriz Teodora le encanta la lleven en litera por las calles; siente una extraña debilidad cuando derraman a su paso las fragancias más peregrinas y singulares y no cabe de gozo al comprobar las largas hileras de pebeteros que delimitan su trayecto.
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Estalla su estro, al contemplar a sus esclavas quemando para ella incienso y mirra y sobre todo el famoso y caro sándalo de la India descubierto por los griegos de Alejandro. Justiniano de origen godo posee un imperio que tiene centro en la parte oriental del romano y guerrea de continuo con persas, vándalos, godos y longobardos en su afán de dilatar estados. Es famoso por el Código que lleva su nombre y durante su reinado hay un ascenso de los movimientos judeo-cristianos en cuyos preceptos mosaicos prevalecen los ritos y los perfumes. Es incalculable la cantidad de incienso que queman en los actos religiosos o en las apariciones públicas. Varios personajes movilizan de continuo los incensarios que envuelven a sacerdotes y presentes, no solo en el preciado aroma, sino que erige y conforma una densa nube de humo que, inclusive, les separa, aísla y hasta les lleva a extraños paraísos.