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Buenos Aires - Argentina
Año XI - Nº 48 - Enero/Febrero 2015

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LITERATURA

Acerca de los perfumes. I.

Por el Dr. Felipe Martínez Pérez

    

El perfume comienza su andadura en consonancia con el culto y culmina en el crucial momento en que se transmuta y troca como broche final del aderezo de la belleza, que en Egipto, para dar comienzo a su andadura acude al regocijo de la vida como al silencio de la muerte. No solo las mujeres se perfuman sino que los olores acompañan a los muertos en su larga singladura. Persistentes aromas que después de abrir los sarcófagos se derraman tenaces y perseverantes más allá del tiempo transcurrido.

Perfumes en la vida y en la muerte, en las ocasiones solemnes y en las cotidianas, en los encuentros amorosos y como rúbrica majestuosa a la higiene. Para los egipcios el arte de extraer las fragancias de las flores y resinas es de tal envergadura que solo tiene sentido si sirve para honrar a los dioses. La propia palabra perfume es evanescente, es humo que asciende y escapa a los mortales. El arte de los perfumistas es tan sublime que quien es poseedor de tales secretos solo puede ser un elegido de aquellos y trabajar para sus mandatos, de manera que el Perfumista debe ser un hombre escogido al amparo de designios superiores. De ahí que Tot enseña en su momento el secreto de las fragancias a los sacerdotes, con la condición que una vez conocido el arte sirva para uso exclusivo de las ofrendas.

Aquellos dioses y quienes les continúan han exigido la misma pleitesía y el hecho cultural es de relevante trascendencia. Se lo reservan como un privilegio. Pero los dioses son multitud, cambiantes y en relación con la necesidad, de manera que mientras unos amanecen otros se ocultan; en simpatía con la contingencia y el afán creador de las gentes. Ante Ra, que no es otro que el Sol, se dan a la tarea de ofrendarle diariamente ingentes cantidades de perfumes. Saludan el amanecer con resinas y esencias, cuando transita por el zenit el alma de la mirra asciende perpendicularmente, mientras, que por el ocaso le saludan con un sinfín de flores y maderas. Otro tanto sucede con Isis; de manera que se asiste al hecho del nacimiento del perfume como lujo y privilegio de los dioses y queda, en consecuencia, ligado a las capas sociales superiores en cuyos diversos estamentos los utilizan de acuerdo a sus posibilidades. Sacerdote, perfumista y médico van de la mano o son los mismos.

El perfume ha de ser el “adorno” por excelencia, al punto que sin él, queda la sensación de aderezo truncado. A su vez cuanto más lejana y exótica sea la tierra de donde proviene, reunirá más esplendor y más privilegio quien lo use. Será tal la demanda que llevará a las mentes más inquietas a desvelar el misterio de los aromas de flores, maderas y sustancias animales, al punto que los egipcios son proveedores de los pueblos vecinos. Llegan a entender de tal manera en la materia, que cada uno de los aromas tendrá un destino en la muelle carne femenina. El aceite de palmera para el rostro y los pechos, el orégano para las cejas y el pelo, la esencia de tomillo para el cuello y las rodillas, la menta para los brazos; y un largo etcétera que abarca los repliegues más insondables, de la singular orografía femenina.

Con la demanda se disparó la oferta y rápidamente todas las capas sociales se vieron favorecidas, aunque las formulaciones más intrincadas y valiosas quedaron para acrecentar el atractivo de las bellas más distinguidas. A su vez, los dioses pedían más formulaciones en exclusiva, y no dan abasto las fragancias de la tierra. Parten a buscarlas a lugares remotos, dando paso a un comercio pletórico de ensueños, pues hubieron de indagar en los conocimientos y misterios de los tres reinos de la naturaleza. Al punto una tarea encomiable, pues se trataba de hacer más placentero y sensual lo cotidiano, y los lugares donde se experimentó fueron los baños públicos. Ahítas las carnes por las bondades del agua se masajeaban y perfumaban con parsimonia y delectación, con decenas de aceites olorosos o vehiculizados en ungüentos para acrecentar la presencia de la piel y cabellos. Las damas egipcias pagan altos precios por los perfumes que mejor las distingue e identifica y no trepidan en nada con tal de acceder al lujo y al exotismo, entendiendo de tal manera que avasallan el Tiempo.

Cleopatra dormía y reclinaba su proporcionada anatomía sobre colchones y almohadones rellenos de pétalos de rosas y con ellos elaboraba originales alfombras por donde deslizaba su porte felino o recibía ansiosa a Marco Antonio. Al igual que muchas de sus conciudadanas, ponía sobre su cabeza, oculto bajo la peluca, un pequeño cono de cera, el cual se derretía con el calor del cuero cabelludo, dejando en libertad finísimos aromas difíciles de acallar. Experta en cosmética, Cleopatra conoce todas las fragancias y con todas se atreve, que todos los cambios de estilo le apetecen, y con todos da en la diana. Había en dicha reina, fragancias de por medio, un deseo irrefrenable de excitar, envuelta en una aureola que la distinguía, resaltaba, distanciaba y tornaba estimable, sustentando todo ello en las fragancias sabiamente equilibradas de sus propias fórmulas o las esencias que le preparaban sus médicos y perfumistas. Es consciente, que a su paso, suscita invisibles y callados sentimientos, esparce sugestiones y aviva el deseo. A través de su perfume, vela o vigila en el aire indescifrables situaciones que concurren a evocaciones lejanas.

Bien que sabía encontrar la justa fragancia o conjunción de varias capaces de influir en la ajenidad apetecida. Y con la seducción que surge de las notas más altas y persistentes esperó a Marco Antonio que, en trance de apurar los destinos de Egipto queda subyugado por ella; y buena parte del encandilamiento se habrá debido al engarce de las siguientes esencias, perfectamente equilibradas con sus notas altas y persistentes. Su famoso perfume denominado Bakkaris se hallaba confeccionado con porciones armoniosamente equilibradas de los siguientes simples, sin que hayan trascendido las cantidades: sándalo, incienso, canela, mirra, rosa, jazmín, cedro y la raíz del lirio. La persistencia se debía a las notas de las rosas. Bien sabía de la inclinación de los romanos por las rosas. Mantenía turgente la piel de sus manos con el kyphi, mezcla de aceites de rosas, narcisos y violetas y perfumaba sus pies con otro maravilloso perfume emoliente, de aceite de almendras, cinamomo, azahar, henna y miel; el famoso aegyptium.

En Grecia, la literatura destaca con claridad el rol que adquieren los perfumes en la sensualidad de las diosas y de las mortales. Se acrece el deseo a partir de la magia volandera del aroma. Cuando Afrodita vio recortada la figura del pastor Anquíses entre el ganado, sintió que un deseo se adueñaba de su albedrío, corriendo presurosa hasta la isla de Chipre en cuyo templo de Pafos mantenía su espléndido tocador con los perfumes que con los siglos se llamarían chipres. Con ellos, cuenta Homero, las “Gracias la lavaron y ungieron con aceite inmortal, divino y sutil, que siempre estaba perfumado para ella; cuales cosas embellecen todavía más a los sempiternos dioses”. Una vez cumplido tan delicado requisito, envuelta en perfumados afanes, capaces de despertar los sortilegios, voló en los muelles brazos de Céfiro hasta Troya, donde Anquíses se atareaba en el establo.

Se ve que la diosa solo se perfuma para encuentro tan señalado. No hay afeites, solo agua y perfumes. Hasta el siglo V no se habla de otra cosa que de perfumes y con especial denuedo, la ambrosía. Venus insta a Faón a derramar sobre su cuerpo este perfume y al punto sus facciones se tornaron jóvenes. Tanto, que Safo se enamora de él, pero sin ser correspondida. En otro pasaje Homero cuenta que Telémaco está siendo lavado por la bella Policasta, y solo hace alusión al agua y perfumes. “Después que lo hubo lavado y ungido con pingüe aceite, vistióle un hermoso manto y una túnica”. Y cuando en los juegos en honor de Patroclo, traen a Héctor muerto y se pretende echar su cadáver a los perros, Afrodita, no solo le vela día y noche, sino que para guardarle de las laceraciones al ser arrastrado por Aquiles, “ungió el cadáver con un divino aceite rosado” que no es otro que ambrosía.

La misma que usara Febo con Sarpedón, cuando Zeus le ordena “ve y después de sacar a Sarpedón de entre los dardos, límpiale la negra sangre; condúcele a un sitio lejano y lávale en la corriente de un río; úngele con ambrosía, pónle vestiduras divinas y entrégalo a los veloces conductores y hermanos gemelos: el Sueño y la Muerte”. La ambrosía de esta manera tanto se presenta como perfume como con propiedades rejuvenecedoras. Y unas veces la derraman sobre los cuerpos y otras la ingieren. En tal caso deja de ser simple cosmético para convertirse en medicamento, como tantas veces en estos artículos se ha llamado la atención; demostrando a la vez mismo origen.

VER LA CONTINUACIÓN: ACERCA DE LOS PERFUMES - PARTE II

 

 

 

 
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