Buenos Aires - Argentina
Año X - Nº 49 - Marzo / Abril 2015
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  Acerca de los perfumes. II.

Por Felipe Martínez Pérez

     Helena nació para ser raptada. Su inaudita belleza bien valía una guerra. Helena cuenta con perfumistas, que la rodean y adulan y ante sus hallazgos no cabe en sí de gozo. Otra bella, Laís de Corinto, sujeta a la perfección de la forma, se adorna con la cultura y con el misterio de las fragancias. Su tocador es famoso por la cantidad y calidad de secretos perfumados que guardan sus innumerables frascos. Por su parte Friné ocupa buena parte de su tiempo  en acertar en cada rincón de su cuerpo con el perfume para la ocasión. Unas veces son unas gotas de aceite de palmera entre los pechos o el rostro, y en otras rememora momentos asilvestrados e incandescentes en que el tomillo o el espliego retozan por la comba del cuello, o acechan, salvajes y montaraces por las rodillas y en las oquedades del atractivo bosque. Mientras, Praxiteles amante mira y remira la curva de las caderas que ha de perpetuar en la diosa Venus.

 


Helena y Paris.  380-370 a. C. Museo del Louvre, París.

 

     Helena, Laís, Friné, al igual que las mujeres de buena parte de las capas sociales de alcurnia atesoran tarros, frascos, ánforas, vasos, vasijas, y botes de distintos tamaños y hechuras donde guardan sus más preciados tesoros: ungüentos, grasas, ámbares, almizcles y los recónditos arcanos de las flores de diversas procedencias. El perfume en Grecia es de amplio consumo, sin embargo, hay una línea divisoria que los valoriza hacia arriba; un círculo privilegiado en que la belleza de la mujer es la norma, que tanto deja la impronta cuando deambula ahíta de gestos felinos, como cuando discute. Su encanto es diana de las miradas y de la exaltación de los sentidos. Tanto la belleza natural como la conseguida mediante artificio es buen camino para ascender en la escala social. En lo cual juegan papel importante los perfumes, de tal manera que los perfumistas no dan abasto para crear aromas.

     Algunos de “nariz” privilegiada alcanzan la fama y se dice que poseen los dones y secretos de Talía, Eufrosina y Aglae, que es lo mismo que estar poseído por las Musas. Buena parte de los perfumistas y seguramente los de mayor fama son médicos que, a la sazón, conocen las propiedades ignoradas y escondidas de los simples. El propio Hipócrates manifiesta afición hacia los olores, pues con ellos cura y los “receta” a las damas para que ganen en belleza y con olores trató de apaciguar los manes que descargaban la peste sobre Atenas, como más adelante, durante el Medioevo y Renacimiento harían tantos médicos. En realidad las griegas gozaban de buena cantidad propios e importados de Egipto que eran considerados de alto valor. Tales el plangonio y el psagdas que sugieren los entendidos fueron creados a orillas de Nilo por una mujer experta llamada Plangon. Por estos sitios San Clemente se hace eco del brentio y el metalio y el inaccesible ungüento real por el que se desvivía Safo; y es muy probable que en todos los nombrados entrarían distintas cantidades del prestigioso nardo.

     Las griegas para enmudecer los olores corporales, naturales e indeseables, llevan colgados y escondidos entre las ropas  saquitos conteniendo distintos aromas, amén de los ubicados con estrategia  por rincones de habitaciones y muebles, como el siguiente preparado:

Polvo de lirio de Florencia, de rosas, de sándalo citrino, en partes iguales. Clavillo quebrantado, canela fina, benjuí, mirra, madera de Rhodas, nuez moscada y cinamomo; partes iguales, pero en menor proporción que las tres primeras sustancias. (1)

Durante el apogeo de Corinto  era muy estimado el perfume confeccionado a base de lirios y tenía, además, gran fama el de la isla de Delos correspondiente a las Cícladas. No obstante, el más divulgado, fue siempre el proveniente de las rosas. En Rhodas se perfumaban con el obtenido a base de azafrán requerido por toda Grecia, al igual que el extraído de uvas silvestres. Por lo demás era muy estrecho el contacto con Egipto que daba lugar a distintas modas, como ocurría con el aceite de narciso de difícil obtención.

     Los antiguos romanos y los primeros imperiales son guerreros poco adictos  perfumarse. Son las damas patricias las que  hacen uso de ellos, como un sutil y delicado adorno. Solamente al tomar conciencia de la consolidación del Imperio e influidos por los pueblos vecinos muy dados a los cosméticos o a su comercio, es que los griegos, manifiestan su afición y desmadre por toda clase de fragancias. Y, a decir verdad, pronto dejan atrás a sus maestros descollando en una larga y fructífera singladura de varios siglos. En realidad su primera aproximación a las fragancias tiene lugar a partir de las ofrendas a los dioses y en la diversidad de perfumes que se queman en los entierros de gente principal. Muy arraigada debía estar la costumbre pues Juvenal al referirse a un afeminado cargado de perfumes, aduce que huele más que dos entierros.

     Ya los antiguos toscanos y etruscos hacían gala de un especial refinamiento como se ve en las terracotas para aceites y perfumes. Los perfumistas romanos vivían en el barrio llamado del incienso, donde crean fragancias y ungüentos perfumados; podían contener un solo aroma o varios y en consecuencia se habla de simples y compuestos, dependiendo de la flor o de la diversidad de ellas. Por supuesto variaba el precio de forma significativa. Pero en esta relación de precio, por la oferta y la demanda, ninguna mujer quedaba sin conseguir el perfume adecuado a su estilo y bolsillo. Incluso las esclavas usaban perfumes. Las romanas se desvivían por la fragancia  formulada a base de azafrán. Llevaba el nombre de crocinus. Otro de los famosos perfumes era el confeccionado con membrillos o melinum. El formulado a base de rosas era el famoso rhodión mientras que del narciso salía el narcissium. El buen olor era bien visto y en las habitaciones solían dejar por diversos sitios pomander o pomas a manera de recipientes con agujeros por donde escapaba el perfume de una sola flor o de varias. Las damas mientras limpiaban daban suaves puntapiés  al cacharro para avivar y dispersar el perfume. Las pomas estaban deliciosamente trabajadas por los mejores orfebres. Construidas en diversos tamaños, las más pequeñas colgaban del cuello o de la cintura al estilo de los saquitos de las griegas.

 


Pomander etrusco del siglo V A.C. (clásico). también llamado "Bulla" con Dédalo e Ícaro. Oro.Walters Art Museum

 

     Las romanas huelen bien cuando se arreglan para ir al circo, a los baños, al teatro, o simplemente, cuando concurren al mercado. Y en las recámaras de los perfumistas se reúnen preclaros hombres y mujeres. Éstas concurren a buscar el perfume original y personalizado, en consonancia con su estilo y ellos se deleitan y complacen con el exquisito ambiente cargado de fragancias. Tanta afición tenía a los perfumes el senador Plancio, en tiempos del Triunvirato, que cuando fue proscripto, se retiró fugitivo a una cueva de Salerno y ni siquiera en ella dejó de ungirse con perfumes; siendo de tan persistente olor la esencia puesta en libertad, que fue “por este accidente descubierto, y pagó con la vida”. (2) Y es que los romanos tuvieron en alta estima el agua y los perfumes. Los extractos de olor gozaban del mayor aprecio junto con el ocio, y de tan muelle vida nació el olvido para la patria y el imperio; por lo que parece fue necesario poner coto a los perfumes, según se apresuran a decir los moralistas romanos. El gobierno procuró acudir al remedio con algunas prohibiciones: “En el año de 465 de la fundación de Roma publicaron los censores un riguroso edicto para que nadie llevara a Roma ungüentos extrangeros”.(3) 

     Al adquirir preponderancia la industria de la perfumería, se empieza a hablar en Roma de las características  y propiedades de los aceites y ungüentos. Los aceites están confeccionados con una sola flor, mientras que los ungüentos que cuajan con cera tanto podían ser simples o compuestos. Galeno en De las medicinas simples llama la atención sobre el tema, pues se venía llamando equivocadamente aceites a los ungüentos. En el mismo tono alerta Dioscórides y se columbra que siempre el médico y el perfumista van de la mano  -el evangelista Lucas es médico y perfumista- y desde los tiempos primigenios dirá que también sirven para paliar enfermedades, que mucho tendrá que ver en el cristianismo para sortear prohibiciones como se verá más adelante. Al mezclar varios aromas las “narices” romanas altamente experimentadas comenzarán a definir las notas altas paralelas a la impresión inmediata, señalando las notas medias que forman el núcleo que identifica al perfume, junto a las de base. Por medio de esta fragancia que nace, al morir las notas altas, se puede advertir que tal ungüento corresponde a singular fragancia y por consiguiente las romanas elegían, permaneciendo fiel a un estilo o variando de acuerdo a humor o actividad. Otro punto de interés es la pervivencia de la fragancia. Conscientes de lo efímero de la permanencia, que los olores son volátiles, volubles y difíciles de atrapar, encuentran la forma de fijarlos o “morderlos” adicionando “goma y resina para que se retenga el olor en el cuerpo del ungüento, el cual en breve se pierde y exhala faltando estas dos cosas”. (4) Este mismo autor escribe que todos los ungüentos se “aguzan con costo y cinamomo, porque mueven con ellos gran manera el odorato”.

(1) Debay, Augusto. Noches corintias o las veladas de Laís. Valencia. Ca. 1895.
(2) Rojo de Flores, Felipe. Invectiva contra el lujo. Madrid. 1794.
(3) Ob.cit.
(4) Plino, el Mayor. Historia Natural. Traducida y anotada por el Lic. Gerónimo de Huerta. Univ. Nacional de México. México. 1976.

VER: ACERCA DE LOS PERFUMES - PARTE I

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