Revista de ArteS
Buenos Aires - Argentina
Edición Nº 30
Enero / Febrero 2012

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CELESTINA Y LOZANA:

DOCTORAS CUM LAUDEM

 

Dr. Felipe Martínez Pérez

 

 

 

Celestina no era médica, tampoco Lozana, pero en consonancia con lo que hacen y dicen, se puede demostrar que, con seguridad, habrían aprobado las asignaturas correspondientes a la Medicina Interna y a la Cirugía. Mucha enjundia hay en sus conocimientos clínicos y quirúrgicos sobre heridas, postemas, junturas y otros padecimientos,  y los demuestran y  ponen en práctica día tras día ante el sufriente. Por otro lado es muy importante el concepto que tienen de la enfermedad y de sus causas, en particular Celestina, y se puede constatar que sus saberes están lo suficientemente puestos al día como para ser tenidos en cuenta. Lógicamente, aunque no siempre, prima una concepción teleológica de la enfermedad, destinada a remediar el pecado en las distintas oportunidades en que son requeridas,  atenidas ambas, pero sobre todo Celestina a enfrentar a la enfermedad como castigo, aunque se puede columbrar en el enfoque, una manera de llevar de la mano moraleja al uso. Y periódicamente, apelan en sus terapias a reliquias y oraciones.

  También es posible hallar infinidad de alusiones a la veta mágica que todavía padecía en ocasiones  la Medicina, algo que venía de lejos, al igual que la brujería perseveraba  por los últimos años de la Edad Media en el preciso momento en que acontece el Renacimiento. Los temas sobre magia, alquimia y astrología son ampliamente conocidos por Celestina, al punto que Rojas, el autor, asegura era un poquito hechicera, pero a su vez tira por la borda  estas cuestiones, al decir de Pármeno que "todo era burla y mentira", en que se puede atisbar lo lejos que estaba Fernando de Rojas y por ende Celestina, de creerse tales patrañas. Tampoco la ajetreada vida de Lozana, puta española en Roma daba demasiada importancia a estos temas. Simplemente, ambas, usaban de ellas para estar a tono y ganar sus dinerillos con menor esfuerzo y mayor fortuna. Después de todo, perspicaces ambas, sabían que las personas gustan de sutiles engaños. Y por último, en los momentos en que el arte de curar se refleja científicamente, como los que he de describir, no cabe ninguna duda que se asiste a una medicina galeno-arábiga, y en ella se puede encontrar que Celestina, al menos de oídas, sabe de los tremendos adelantos del diagnóstico y tratamiento que actualizan los estudios anatómicos florecidos durante el bajo medioevo. Y otro tanto sucede con Lozana, amiga de médicos con quienes intercambia opiniones y saberes, a la manera de “jornadas médicas” de puesta a punto de diversas patologías.(1)

     Entre los oficios que Celestina enumera y para los cuales está bien dispuesta y capacitada, interesan de manera especial los de ”perfumera, maestra de fazer afeytes é de fazer virgos” porque en ellos se pueden rastrear sus dotes médicas, e incluso, acusándola de intrusismo esos “oficios” son todos atinentes a la Medicina. Sabido es que a lo largo de la historia los perfumes los han hecho los médicos al punto que en la antigüedad  perfumista y médico o físico llegan a ser casi sinónimos. Por supuesto, los médicos que destilan perfumes los hacen para la nobleza y capas regaladas. Otro tanto sucede con los afeites, desde los simples hasta los compuestos, como las pomadas y ungüentos para el cuerpo, y en particular los “peelings”. Incluso el oficio referido a reconstituir virgos también forma parte del arte de los médicos para lo cual poseían precioso instrumental como se ha de ver. Todos estos conocimientos los llevaba y traía, unos en hermosos frasquitos y otros en su propio cerebro cuando iba de una casa a otra, tanto de grandes como de gente del llano. A Celestina no se le escapa nada porque en la observación y el olfato de gentes cifra su futuro. Y en ese proyecto sobre quienes la rodean, con su don de mando, pretende hacerse insustituible.      No sólo sabía como perfumista el manejo del estoraque, ámbar, algalia y almizcle, a la sazón los de mayor precio, sino que además, cuando faltaba la materia prima y los fabricaba para las capas inferiores los “falsaua”. Tampoco era una empírica, por decirlo de algún modo, pues, en su casa, por las afueras de aquella Salamanca y cerca del Tormes “tenía vna cámara llena de alambiques, de redomillas, de barrilejos de barro, de vidrio, de arambre, de estaño, hechos de milll faziones”. Es decir que estaba bien provista para su oficio. Y con tal infraestructura podía confeccionar solimán, argentadas, bujelladas, cerillas, llanillas, vnturillas, lustres, luzentores, clarimientes que tanto servían para adelgazar la piel y extraer las asperezas del rostro, como para blanquear cara, y cuerpo y tornar más luminosa la piel. No es una advenidiza y entiende de maravilla en lo que para ella es una verdadera industria. En una palabra, es perita en todo aquello que en la actualidad se corresponde con la Medicina Estética. No entro a dilucidar cada una de las substancias, pues ello daría para un largo ensayo.

     Adelgazar el “cuero” no es otra cosa que valerse de lo que hoy llamamos “peelings” o peladores. Unas fórmulas a las que concurrían “çumos de limones, con turuino, con tuétano de corço é de garça, é otras confaciones” que tanto abundan perfectamente demarcadas en la Tragicomedia de Calisto y Melibea, puerta de entrada de España al Renacimiento. Un momento histórico en que la mujer se “arregla” como nunca antes lo había hecho, y eso que nunca desde los tiempos antiguos dejó de hacerlo, pero el tiempo da para un mejor conocimiento de los simples y los compuestos, por el simple adelanto de la “ciencia”. De ello se toma conciencia leyendo los textos de los grandes médicos de la Baja Edad Media  como Arnaldo de Villanova, Chirino de Cuenca o López Villalobos, y más tarde Laguna, Monardes, Sorapán de Rieros, Jubera y tantos otros, que permiten caer en la cuenta que los conocimientos de ambas mujeres presentan un halo de verdad científica, pues así lo entendían por aquellos tiempos los médicos; y éstos le dan la razón tanto a Celestina como a Lozana.

     Es tal la cantidad de plantas y simientes que posee Celestina aireándose en ristras o en cajas de maderas especiales, como las que guarda de origen animal, que es de suyo, no descuida un ápice la metodología indicada para la recolección. Sabe que la fuerza y las virtudes de raíces, hojas y flores cambian y menguan si se las extrae fuera de tiempo y sazón, en consonancia con las distintas horas del día. Entiende cuales son los momentos en que hay que aproximarse a las plantas y cual la manera de guardarlas para aprovecharse de ellas.(2)  No le es ajeno que el discurrir de los meses debilita y encoge los poderes. Por experiencia propia, por intercambios con algún médico o con los frailes de los monasterios está enterada, que para el caso que las raíces, hojas o flores lleven demasiado tiempo almacenadas, tal como indica Avicena se debe “poner doblado peso del mesmo si es viejo”. Son tiempos en que la mujer mima su cuerpo con especial deleite, a pesar de los vituperios de  los moralistas. Y así como los afeites de Celestina y Lozana son “mal vistos”, los similares tratamientos recetados por médicos no lo son pues se atienen a la Medicina; y la mujer recurre a ellos  porque, al menos en principio, por la Medicina no pasa el “pecado”.

     Tanto en la Edad Media como en el Renacimiento el cabello de la mujer pasa a primer plano y es aderezado con mil primores, por ello no es extraño que Celestina saque de sus redomillas “lexias para enrubiar, de sarmientos, de carrasca, de centeno, de marrubios, con salitre, con alumbre é mellifolia é otra diuersas cosas”. Pero también los confecciona para la caspa y lo que hoy se llama seborrea.

     Y para los baños que formaban parte de diversos tratamientos médicos, no se quedaba corta por la cantidad de raíces, flores y hojas, de lo más extrañas y cuidadas que “esto es una marauilla, de las yeruas é rayzes, que tenía en el techo de su casa colgadas: mançanilla, flor de sauco é de mostaza, espliego é laurel blanco, tortarosa é gramonilla, flor saluaje é higueruela, pico de oro é hoja tinta”. Y por supuesto, tanto destilaba “azeytes” para el rostro como “aguas para oler”. Además tenía sugerentes conocimientos en el uso de excipientes o vehículos en que aposentar sus drogas o substancias curadoras. En eso es de una eficiencia sin par, pues “é los vntos é mantecas,  que tenía, es hastío dezir: de vaca, de osso, de cauallos é de camellos, de culebra é de conejo, de vallena, de garça, é de alcarauán é de gamo é de gato montés é de texón, de harda, de herizo, de nutria”. También los baños y particularmente las estufas, salen a relucir en La Lozana andaluza y se sirven de las mismas raíces, hojas y perfumes ya destilados. Pero con Lozana siempre anda de la mano el erotismo salido de madre, lo cual hace que los baños apelen más a la sensualidad que a la Medicina, recalando en las estufas que usufructúan hombres y mujeres, juntos y revueltos.

     Es bueno para los barros del rostro seuo de cabrito y vnto de gallina: e majallo bièn con azeyte de linueso: e sino lo ouiese sea de almèdras dulces: e boluer con ello poco de albayalde molido: e vn poco de azogue: e vntar conello.(3)

     Lozana al igual que Celestina lleva en su canastillo las “tenacicas” para depilar y un repertorio de potes con ungüentos diversos y frasquitos de vidrio con distintas aguas de olor, y nada menos que en Roma cuyos conocimientos en estos asuntos se remontaban a muchos siglos atrás. Pero, también es idónea en tratamientos “clínicos” y hasta se considera perita en sífilis –incluso a ella se le caen las cejas- que, al parecer, los realiza con mejores resultados que los médicos y así se puede atisbar, medio en solfa, que la sensualidad trasciende a la medicina, en una reunión con dos médicos, clínico y cirujano, que le reprochan su intrusismo. Tal es así que uno de ellos, le dice  que “me habéis llevado de las manos más de seis personas que yo curaba que, como no les duelen las plagas con lo que vos les habéis dicho, no vienen a nosotros, y nosotros, si no duelen las heridas, metemos con que duelan y escuezgan, porque vean que sabemos algo cuando les quitamos aquel dolor. Ansimismo, a otros ponemos ungüento egipciaco, que tiene vinagre”. Lo cual le parece a Lozana disparate alejado del arte y les amonesta y asegura  tratan a sus pacientes como a caballos, con “ungüento de albeitares”. Otro tanto ocurre con los dientes para lo cual Lozana confecciona remedios que se basan en Dioscórides y Plinio que, si bien no los ha leído están en la tradición. En suma, que al parecer de los médicos, los tratamientos de ella son superiores, pues ”…vos mandáis que traigan mascando almástiga, y que se los limpien con raíces de malvas cochas en vino, y mandáislos lavar con agua fría, que no hay mejor cosa para ellos, y para la cara y manos lavar con agua fría y no caliente”. Esto es, según los textos, lo que sugerían los grandes médicos hispano-árabes y aquellos que seguían a Galeno. Por eso es extraño que digan ambos médicos que si “lo decimos nosotros, no tornarán los pacientes, y así es menester que huyamos de vos porque no concuerda vuestra medicación con nuestra cupida intención”.

     Pero, repito, La Lozana andaluza está llena de zancadillas eróticas y los médicos andan tras ella, no precisamente por cuestiones terapéuticas. Valga de ejemplo en la réplica a éstos cuando les reprende porque quieren motejarla, y les indica que “mis melezinas son: si pega pega, y míroles a las manos como hace quien algo sabe. Señores, concluí que el médico y la medicina los sabios se sirven d’el y d’ella, mas no hay tan asno médico como el que quiere sanar el griñimón” que, así llamaban en el ambiente de los burdeles a la sífilis.

     Sabido es que el sacerdote Fernando Delicado edita en castellano  La Lozana Andaluza, en Venecia en 1528, cuando ya la sífilis había causado terribles estragos. La propia protagonista anda sin las colas de sus cejas y una “estrella” en medio de la frente y algunos contratiempos internos y externos, pero exultante con su cabellera hermosa y sana. Por otra parte describe con singularidad la sintomatología del denominado hoy periodo secundario en que sobresalen las “manchas” en la piel que denominan flores de Venus y necesitan limpiar. En el capítulo o mamotreto XIV escribe sobre el origen y Lozana pregunta, “Dime, Divicia, ¿dónde comenzó o fue el principio del mal francés?”. A lo que responde que fue en Rapalo una villa de Génova “y es puerto de mar” donde entraron las tropas francesas en las casas de San Lázaro y “uno [soldado] que vendió un colchón por un ducado, como se lo puesieron en la mano, le salió una buba ansí redonda como el ducado, que por eso son redondas. Después, aquél lo pegó a cuantos tocó... y luego incontinente se sentían los dolores acerbísimos y lunáticos, que yo me hallé allí y lo vi... el Señor  te guarde de su ira, que es esta plaga, que el sexto ángel derramó sobre casi la meatad de la tierra”. En realidad Divicia habla sin saber de donde viene y sólo ve las consecuencias que describe, pues, al punto, también se hallaba en Nápoles donde todos enfermaron. ”Munchos murieron, y como allí se declaró y se pegó, la gente que después vino d’España llamábanlo mal de Nápoles, y este fue su principio, y este año de veinte y cuatro son treinta y seis años que comenzó. Ya comienza a aplacarse con el leño de las Indias Occidentales. Cuando sean sesenta años que comenzó, alora cesará”. La amiga de Lozana ve el desastre pero no sabe, porque no lo dice, donde se origina. Sin embargo, al tirar la fecha de 1524, tiempo en el cual Delicado todavía no ha terminado el libro, escribe, haciéndose eco de la epidemia  que hace treinta y seis años que comenzó, y por lo tanto son cuatro años antes del Descubrimiento, con lo cual Delicado se inclina por un origen europeo, a contrapelo de los estudios que con el tiempo dirían lo contrario. Pero a pesar del palo de las Indias la sífilis no se curaba, como se aprecia  en el mamotreto LV  que trata sobre el amor no correspondido y el amor como “enfermedad”. Lozana dice al mozo que para llegar a ella se haga el loco y éste pregunta “¿Qué podría decir como ignorante?”, y Lozana le contesta, “Di que sanarás el mal francés, y te judicaran por loco del todo, que esta es la mayor locura que uno puede decir, salvo qu’el leño salutífero”.

     Mucho más interesante es el encuentro de Lozana con otro médico que la pretende y no rechaza. El galeno le espeta que no debe haber lugar vacío en partes señaladas, trayendo en su ayuda a los filósofos que  “quieren que no haya lugar vacuo”, en una frase plena de erotismo. Y pretende asociarse con ella para trabajar juntos “verná bien su conjunción con la mía, que, como dicen, según que es la materia que el hombre manea, ansí es más excelente el hombre que la opera”. Y como ella es excelente en las artes cosméticas, le sugiere formar una sociedad “de manera que yo al cuerpo, y ella a la  cara, como más excelente y mejor artesana  de caras que en nuestros tiempos se vido, estaríamos juntos, y ganaríamos para la vejez poder pasar, yo sin récipe, y ella sin hic et hec et hoc, el alcohol, y amigos como de antes. Y beso las manos a vuestra merced, y a mi señora Lozana la boca”. Pero no cuaja esta sociedad porque a Lozana no le interesa, y en definitiva, lo que anhela el médico no es tan difícil conseguirlo, ni necesita de tanta vuelta, pues, “cuando vos quisiéredes regar mi manantío, está presto y a vuestro servicio, que yo sería la dichosa”.

     Pero, en particular, me interesa traer a colación otro tema de enjundia en la Celestina, pues ya en la presentación y al hacer el escrutinio de sus oficios la señalan como especialista en virgos, y al parecer, con tales tratamientos amasó una fortuna en los buenos tiempos y se hizo famosa. “Esto de los virgos unos facía de vexiga é otros curaua de punto. Tenía un tabladillo, en una caxuela pintada, vnas agujas delgadas de pellejeros é hilos de seda encerados é colgadas allí rayzes de hojaplasma é fuste sanguino, cebolla albarrana é cepacauallo”. Me resulta entrañable esa “caxuela pintada” a la manera de caja de instrumental de cirugía, porque se presenta sin duda como cirujana y en ello era experta, y hacía maravillas al punto, que ”quando vino por aquí el embaxador francés, tres veces vendió por virgen vna criada, que tenía”. No voy a entrar a analizar aquí el tema de la sexualidad exacerbada en todo estamento social por falta de espacio, pero si es importante analizar la pérdida de la virginidad y su cerramiento tras los desvaríos, y hasta en ocasiones “remediaua por caridad muchas huérfanas é cerradas”. Un viejo problema que subsiste y que tanto Celestina como Lozana y los médicos universitarios ante tal tremendo desaguisado abrevaban en los viejos textos de aquella  Trótula médica, real o ficticia, de la famosa Escuela de Salerno allá por el siglo XI que es cuando alcanza su cenit. Que será por otra parte madre de la Medicina Occidental que nace en Bolonia.

     Sin embargo, en estos asuntos donde se mensura el peso de la honra, divergen los tratamientos entre Celestina y Lozana. Aquella es más resolutiva, ésta más conservadora. Celestina realiza tratamientos más cruentos al tener “manualidad quirúrgica”, por el contrario Lozana nutre su ciencia en la Medicina Interna. En tiempos en que la virginidad era mucho más que una virtud y la mejor flor que poseía la mujer usando el lenguaje de los moralistas, era necesario en infinidad de ocasiones recomponer el hollado jardín, para lo cual debían concurrir a médicos las mujeres de las capas regaladas, y algunas de éstas y las del llano a las maestras en virgos, o en “apretaduras”, o en “componer novias”. Así Lozana compone novias apelando a un falso sangrado o estrechando la luz del “vaso” incrementando así el acto  placentero mediante viejas substancias al uso desde antiguos tiempos. Lozana para la inocencia perdida y alivio de culpas usa la “esponja con sangre de pichón” que se colocaba previamente, y aprieta con astringentes, como la famosísima “pomada de la condesa o virginal” con alumbre y sustancias que extrae de robles y encinas y disminuye diámetros de impertinentes esfínteres y oquedades. Por supuesto, muchos caían en la cuenta de que las arcadias y el paraíso eran virtuales, y por tanto, a veces después del reciclaje se decía que “era moza  no virgen, sino apretada”. Pero Lozana estaba contenta con su trabajo y no necesitaba llegar a los violentos y extremos tratamientos de Trótula con vidrio exquisitamente molido que producía ampulosas escoriaciones en contundentes virilidades y en los más escondidos rincones femeninos. Al cabo,  todo se convertía en una sangrienta algarabía familiar y social. Y don Francisco Delicado autor del libro no duda en atestiguar el asombroso resultado:

Divicia.-... ¿Sabéis Lozana, cuánto me han apretado aquellas apretaduras? Hanme hecho lo mío como bolsico con cerraderos.
Lozana.- ¿Pues qué, si metieras de aquellas sorbas secas dentro? No hubiera hombre que te lo abriera por mas fuerza que tuviera, aunque fuera micer puntiagudo, y en medio arcudo, y al cabo como el muslo.
Divicia.-Yo querría, Lozana, que me rapases este pantano que quiero salir a ver a mis amigos.

 

(1) Para La Celestina he usado la edición de Julio Cejador  y Frauca. Clásicos Castellanos. Madrid. 1913. Para La Lozana Andaluza la edición de Claude Allaigre. Cátedra.  Madrid. 1994. Y buena parte de lo que sale a colación  proviene de mi ensayo inédito Cosmética y Cristianismo. Ilustraciones, B. N. Madrid.
(2) Oviedo, Luys de. Methodo de la Collectión y Reposicion de las medicinas simples,  y de su correction  y preparacion. Madrid. 1581. Libro Primero, cap. II
(3) Chirino de Cuenca, Alonso. Menor daño de la Medicina. Toledo. 1504. Par Septima De la Cirugia. Cap. XVII,  Para los barros del rostro.

………….

No solamente en el diálogo se asiste a las ventajas de las apretaduras que usa Lozana sino que al fin entra en escena el tema de la depilación, en este caso del denominado pegujar que, así se llamaba en estos ambientes al Monte de Venus y era una moda muy renacentista y romana que venía de los árabes; al cabo,  una manera especial y singular de entender la sensualidad. La depilación y las sustancias para depilar vienen de lejos y aquí también las mejores fórmulas han salido de manos de los grandes médicos que, por lo demás, conocían mejor que nadie las potencias de aguas destiladas o vegetales, y en particular los minerales, como el caso de la cerusa.             

Vnguento blanco de Rasis
Recipe. olei rasati libran vnam
cerae albae vncias tres
cerusae vncias quinq
camphorae drachmas duas
albumina ouorvm numero duo
vt decet fiat vnguentum. (1)     

Sin embargo, Celestina va por otros caminos mucho más significativos y contundentes. Celestina hace lo que se considera un buen trabajo, que por ello pasa por ser entendida en virgos y de ahí la selecta y abundante clientela. Puesta manos a la obra, hace una buena semiología del descosido, porque no es lo mismo un campo en exceso roturado que ocasionalmente hollado. De tal manera si el desflorado es reciente sutura con finas agujas los flecos pendientes y si  por los lugares en cuestión el tráfico ha sido pesado, no trepida en usar un pequeño injerto de “vexiga” que sutura en puente con arte y maña, con la ayuda del sirgo encerado. Precavida y sabiendo que la operación puede sangrar, tiene a mano para restañar la hemorragia, la hojaplasma, la cebolla albarrana y el fuste sanguino, que también poseen la función de constreñir, cerrar y apretar. Tal como asegura tiempo después el insigne médico Andrés Laguna al comentar a Dioscórides que, seguramente Celestina no ha leído, pero, nunca se sabe, pues, mucho es lo que barrunta.

Pero sus dotes clínicas no le van en zaga. Basta para ello leer la “historia clínica” de la enfermedad padecida por Melibea en el décimo auto, cuando acude a su casa. Previamente, Lucrecia, la sirvienta ha ido en su busca y le comunica a Celestina que "te ruega mi señora sea de tí visitada é muy presto, porque se siente muy fatigada de desmayos é de dolor de coraçón". A lo que sabiamente y sin rodeos responde Celestina, "hija, destos dolorcillos tales, más es el ruydo que las nuezes. Marauillada estoy sentirse del coraçón muger tan moça". Que demuestra sin lugar a dudas sus dotes observadoras en su larga singladura, algo que en Medicina se llama ojo clínico.      Por otra parte, Celestina a poco de llegar, no muestra empacho alguno en dar fe de su profesión de médica, pues asume totalmente convencida que ella es hábil en el manejo de la enfermedad y que ha hecho muy bien en llamarla, “aunque sabidor solo es Dios”. Pero por gracia de Él es que  "para salud e remedio de las enfermedades fueron repartidas las gracias en las gentes de hallar las melezinas" y agrega, "dellas por esperiencia, dellas por arte, dellas por natural instinto, alguna partezica alcançó a esta pobre vieja", en donde pone a punto lo más importante de un hecho médico, es decir, la relación médico paciente. Y comienza con la semiología. Un sagaz interrogatorio que demuestra habilidad y un tacto dignos de los mejores internistas.

     Empieza atenida a doctrina que “gran parte de la salud es dessearla, por lo qual creo menos peligroso ser tu dolor”. Así le dice a Melibea tras haber captado su confianza: "Pero para yo dar, mediante Dios, congrua é saludable melezina, es necessario saber de tí tres cosas. La primera, á qué parte de tu cuerpo más declina é aquexa el sentimiento. Otra, si es nueuamente sentido, porque más presto se curan las tiernas enfermedades en sus principios, que quando han hecho curso en la perseueración de su oficio... La tercera, si procede de algún cruel pensamiento, que asentó en aquel lugar. E esto sabido, verás obrar mi cura. Por ende cumple que al médico como al confessor se hable toda verdad abiertamente." (X, 56)      Celestina está en actividad haciendo uso del arte y delante del paciente, en este caso de Melibea, y llama la atención por propia confesión que sus dotes curadoras provienen de la gracia que Dios le ha otorgado. Celestina le hace tres preguntas, precisas y concisas que necesita para el diagnóstico. Dónde tiene el mal, que apunta a un diagnóstico topográfico. En la segunda habla del tiempo de evolución de la enfermedad o sufrimiento, y en la tercera trata de sorprender una etiología, para emitir diagnóstico.

     Melibea responde medio azorada, pero con harta sinceridad, sin rodeos, en forma clara y atinada a las tres preguntas: “Mi mal es de coraçón, la ysquierda teta es su aposentamiento, tiende sus rayos á todas partes. Lo segundo es nueuamente nacido en mi cuerpo. Que no pensé jamás que podia dolor priuar el seso, como este haze. Túrbame la cara, quítame el comer, no puedo dormir, ningún género de risa querría ver. La causa ó pensamiento, que es la final cosa por tí preguntada de mi mal, ésta no sabré dezir.” Y tiene razón al ignorar, pues, para eso se llama al médico o a Celestina, porque le corresponde a aquel o a ésta encontrar la causa. Pero continúa diciendo Melibea. “Porque ni muerte de debdo, ni pérdida de temporales bienes, ni sobresalto de visión ni sueño desuariado ni otra cosa puedo sentir, que fuese, saluo la alteración, que tú me causaste con la demanda, que sospeché de parte de aquel cauallero Calisto, cuando me pediste la oración”.

     Como a tantos pacientes, una especie de pudor le impide a Melibea manifestar su sentimiento o desnudar su alma. No obstante da pistas para que se le adivine el mal y a la vez  urge a Celestina a iniciar tratamiento pues, "comen este corazón serpientes dentro de mi cuerpo".  Se constata en Celestina experiencia de gentes que le permite adentrarse en la psicología y por ende aparece un ojo clínico que maravilla. Así como el médico gana con la experiencia, ella la tiene por vieja y por diabla.    Del interrogatorio ha surgido que la paciente siente el corazón hecho pedazos, pero que Celestina podría juntarlos con la sola virtud de su lengua, que no es otra cosa que la palabra bien llevada en una óptima relación médico paciente. Y por si fuera poco llega a decir con la misma claridad que ya dejó asentada Hipócrates que "gran parte de la salud es desearla, por lo cual creo menos peligroso ser tu dolor". A continuación diagnostica el mal y lo apunta en su ficha clínica como "amor dulce" y la receta, es decir la "melezina", se llama Calisto. Y tiene razón, en la causa del mal está la propia medicina. Y ese amor dulce, según Celestina “es vn fuego escondido, vna agradable llaga, vn sabroso veneno, vna dulce amargura, vna delectable dolencia, vn alegre tormento, vna dulce é fiera herida, vna blanda muerte”. Hay tanta contradicción  o contraste en la certidumbre de lo antedicho que Melibea duda de su ciencia, porque “según la contrariedad que essos nombres entre sí muestran, lo que al vno fuere prouechoso acarreará al otro  más passión”. A lo que Celestina responde con habla y concepto de aquel siglo que “quando el alto Dios dá la llaga, tras ella embía el remedio”. Que, claro, se llama Calisto.

     Algo por el estilo ocurría muchos siglos antes cuando el médico Erasistrato fue llamado para atender a Antioco hijo de Seléuco general de Alejandro Magno que amaba con gran pasión a Estratonice esposa de su padre. Ningún médico atinaba en el diagnóstico y puesto a la cabecera del enfermo hizo pasar a las mujeres más bellas del reino mientras tomaba, diligente, nota de las constantes vitales del enfermo que se desmadraron al entrar Estratonice, con alteraciones del pulso y la respiración y  movimientos de los músculos del rostro, traduciendo el desasosiego y la turbación ante la belleza.

     Y Celestina no hubiera tenido ningún empacho en recetar a Melibea si no hubiera pasado lo que pasó, unturillas, lustres y llanillas para quitar las asperezas del rostro, con un manejo discreto del albayalde y solimán y de las “parras montesinas” que guardaba celosamente entre sus “melezinas”:

     Tomar las parras montesinas y sacar el çumo dellas y ponello en el rostro para andar camino que no se queme puedase guardar de vn año para otro y esto ha de ser en Mayo y labarse elrrostro con vnos pocos de meados y açucar es muy bueno para lo mismo y vn poco de agraz con açucar y un poco de lebadura es muy bueno y vinagre blanco eso todo junto puesto vna noche.(2)

     No cabe duda que Celestina hubiera sido una alumna aventajada, y después una colega competente, porque sin acudir a las aulas salmantinas, pues en Salamanca vivía, supo enhebrar una perfecta historia clínica, merced a un certero diagnóstico, un juicioso pronóstico y un acertado tratamiento, que se atienen a la  más pura ortodoxia de Hipócrates y Galeno. A lo mejor algún día aparece algún documento que señale que entraba a hurtadillas a la Facultad de la misma manera que entraba a los monasterios y al parecer negociaba carne tierna por  saberes de las plantas que crecían en los huertos de monjes y frailes. De lo que no cabe duda es que Celestina con el tremendo conocimiento de las gentes, de sus almas y especialmente de sus psicologías, pasa con peso por la novela llevando a cuestas la Medicina que, siempre debe ser psicosomática, para un mejor y certero diagnóstico.

(1) Albucassis. Servidor. Trasladado a lengua vulgar castellana por el Licenciado Alonso Rodriguez de Tudela.  Valladolid. 1516

(2) Receptas experimentadas para diuersas cosas.  Ms. 2019, fol. 17. Biblioteca Nacional. Madrid.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 
       

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