Revista de ArteS N° 27 - Julio / Agosto 2011 - Buenos Aires - Argentina

 

 

 

 

 

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El teatro indio

Paul de Saint-Victor

Parte II

En el seno de esta Naturaleza magnífica, coronada de aves, inundada de flores, esplende la Mujer, la reina y el ídolo del Teatro indio.

LEER Parte I

 

Cuán graciosa y encantadora aparece en él, pronta a entregarse, fácil a la seducción, pero irrevocablemente enlazada a su esposo o a su amante; cifrando su gloria en obedecerlo y en adorarlo, y anonadándose en su presencia. Sea cual fuere su edad, continúa siendo siempre una niña, una niña tímida y dócil, que se turba con una palabra, que se embriaga con una mirada, y que mezcla, en sus dulces caricias, la puerilidad a la voluptuosidad. Su carácter es de una bondad sana y tierna, que no se altera por dureza alguna. Besa la mano que la golpea, se mantiene adicta hacia el hombre cuando éste la rechaza, lo ama aún al ver que la abandona, dispuesta a seguirlo hasta las llamas de la pira fúnebre. Para la mujer india parece haber sido escrita esta frase deliciosa:  

«La mujer se asemeja a la vid, busca apoyo y embriaga.»  

Asombrosa potencia de amor se desprende de esta frágil y delicada criatura; su molicie enervaría a los héroes de Homero, y con mayor motivo enerva a los hombres débiles y afeminados que la rodean. Obra sobre ellos como un afrodisiaco animado, los alucina, los encanta y los convierte en niños como ella. Nunca ha hablado la pasión lenguaje tan idolátrico como el que le hablan los poemas y los dramas de la India. Nunca ha empleado tanto refinamiento en describir y en acariciar su belleza. Es una adoración insaciable que la transfigura enteramente, desde la punta de los cabellos hasta la punta de los pies. Sus menores movimientos son admirados cual las figuras de una danza fascinadora; sus más secretas bellezas aparecen escudriñadas con la adivinación del amor. Un amante comprueba que su amada debe de haber penetrado en el bosque de cañas que divisa en el fondo del jardín:  

«Porque una recentísima huella de pasos, elevada hacia adelante, profunda hacia atrás, a causa de la pesadez de sus caderas, se dibuja sobre la amarilla arena.»  

Otro analiza del siguiente modo una simple mirada de su amadísima:  

«Mira, su pupila lánguida se desliza lentamente hacia el ángulo de la órbita, semivelada por el párpado entornado por el placer; su ceja se yergue en arco elegante: tierno estremecimiento aleja y aproxima- alternativamente sus pestañas suaves» 

Los zarcillos que chocan contra las mejillas de una bayadera, se comparan «al laúd que resuena bajo los dedos ágiles de un maestro»; el retiñir de los cascabeles que le adornan los pies, «al "zumbido de un enjambre de abejas». Frecuentemente, en los himnos de un enamorado, la mujer atraviesa una letanía de metempsícosis que, desde la estrella hasta la flor, la hacen pasar por todos los esplendores y por todas las gracias de la Creación. - En Malati y MadhaVa, un mancebo, que ha perdido a su prometida, exclama en lo más intenso de su desesperación:

 «En estos capullos de flores, vuelvo a ver la belleza de mi amiga; encuentro sus pupilas en las de la gacela, la liana balanceada por los vientos tiene su gracia. Ha muerto y todos sus encantos se han dispersado en el desierto.»

   

 

Entre todas estas mujeres que se confunden en un grupo deliciosamente monótono, como en un ramillete formado por flores idénticas, destácase la heroína de El carretón del niño drama el más rico y el más lleno de vida que ha producido el Teatro indio. Vasantasena es el tipo de la cortesana enamorada, y es la juvenil y remota abuela de la Constanza de La Fontaine, de la Tisbé y de Marion de Víctor Hugo. 

¡Graciosa y conmovedora figura! Nada hay en ella de la morbidez asiática que dobla y enerva a sus compañeras. No es solamente una joven llegada a la pubertad, es una persona libre y activa, que sabe querer y sacrificarse. Hay algo de la hetaira griega en esta cortesana rica, inteligente, espiritual, digna de ser la querida de Alejandro, si ella hubiese vivido en tiempos de éste. Ama a un juvenil brahmán de ilustre linaje, arruinado por sus espléndidas prodigalidades, y la cortesana se purifica por este noble amor. ¡Con qué pudor tímido, con qué humildad apasionada se ofrece a él. Este corazón que se da, teme no ser recibido. El sentimiento de su indignidad retiene sus impulsos. No se exterioriza más que en las miradas y en los suspiros.

Un día, acude a verlo, en su casa, al anochecer. El brahmán la toma por una criada, y le alarga el traje que acaba de quitarse. La mujer lleva amorosamente a los labios la perfumada ropa. Entonces una palabra seductora se le escapa; ha respirado la esperanza en aquel suave perfume. - « ¡Ah! - exclama - ¡Esencia de jazmín! Luego no ha renunciado a todos los placeres!» Admirable, también, es la escena en que la cortesana encuentra al hijo del brahmán con su nodriza. El niño llora porque sólo tiene un carretón de barro y querría tener un carretoncito de oro. - «No llores, niño mío -le dice Vasantasena -. Tendrás un carretón de oro.»  

El pequeñuelo la contempla con ojos asombrados: - «Nodriza, ¿quién es esta mujer?» - Y la cortesana contesta humildemente:  

«Una sirvienta a la cual han comprado las virtudes de tu padre.» - «Tu madre, niño mío» - replica en broma la nodriza. «No me dices la verdad - observa el chicuelo -. Siendo pobres cual somos, ¿cómo ha de ser mi madre esta mujer que luce adornos tan hermosos?» - Entonces Vasantasena, con los ojos llenos de lágrimas, suspira: - «¡Qué palabras tan duras para una lengua tan dulce!» - Luego, despojándose de los collares de pedrería que la engalanan, dice: - «Ahora soy tu madre. Toma, llévate estas joyas y compra un carretoncito de oro.»

Nada tal, en Teatro alguno, más puro ni más conmovedor.  

El idilio nace espontáneamente entre estas flores humanas. Así, también en la pastoral elegíaca es donde la poesía dramática de la India alcanza toda su -perfección. Calidasa, poeta contemporáneo de Virgilio, nos ha dejado dos modelos cuya voluptuosa delicadeza no ha sido sobrepujada: Vikrama J' Uruasi, y Sakuntala. - Vikrama y Urvasi es un cuento de hadas, musical, lleno de apariciones, de cantos, de prestigios, matizado por pantomimas solemnes, como la de una Reina que, erguida en la terraza de un palacio, ofrece, con gestos silenciosos, un sacrificio a la Luna nueva. Celebra los amores del rey Puravara con la Apsara Urvasi, que es una ninfa del cielo. Paseándose con su amada, un hada del aire atrae en su vuelo la mirada distraída del monarca. La ninfa, en un arranque de displicencia celosa, corre a perderse en la umbrosa selva, como Galatea bajo los sauces. Pero un decreto de los dioses prohíbe a las mujeres la entrada en este bosque sagrado. Y apenas ha puesto en él su planta la ninfa, cuando se transforma en una liana elegante aún y flexible como ella. El rey, loco de amor, recorre la selva desierta, buscando a su bien amada. Exhala su desesperación en lamentos henchidos de maravillosa poesía. Pide la devolución de su prenda idolatrada a las montañas, a los ríos, a las aves, a los elefantes, a las gacelas, y todos le contestan sucesivamente por medio de sonidos o de augurios misteriosos.

El corazón de Urvasi parece llenar la selva y palpitar en su seno. Cree el monarca reconocer la túnica flotante de su amada en la nube que pasa, sus pupilas en los húmedos cálices del loto, sus movimientos en la ondulación del arbusto. La encuentra, al fin, en la liana asesina que la encierra y la abraza sobre su corazón: el encanto queda roto. La Ninta surge feliz y libertada. - Nada tan tierno ni tan ardoroso como este interrogatorio a la soledad; es la realización del ideal del gema de la India: la Mujer confundida con la Naturaleza, formando un solo ser el ídolo del corazón absorbido en su panteísmo infinito.

Pero Vikrama Uruasi sólo es una ópera poética; Sakuntala es el verdadero idilio. Detengámonos ante esta obra maestra, que es la flor y la perla del Teatro indio.

Parte III

 

Fuente:
Saint-Victor, Paul de, Las dos carátulas [1884], Joaquín Gil Paricio (trad.), Buenos Aires, Joaquín Gil, 1959.

 

 

INDICE TEMATICO GRAL.

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