En el sureste de Europa y en nuestros días, se han verificado ceremonias con el designio de hacer llover, que no solamente descansan en la misma clase de pensamientos, sino que hasta en sus detalles son parecidas a las ceremonias practicadas con la misma intención por los boronga de la bahía de Delagoa.
Entre los griegos de Tesalia y Macedonia, cuando dura una sequía demasiado tiempo, se acostumbra enviar una procesión de niños alrededor de todos los pozos y manantiales de la vecindad. Al frente, marcha una muchacha adornada con flores a la que sus compañeros arrojan agua en cuantos sitios se detienen, mientras cantan una invocación, parte de la cual es lo que sigue:
Perperia, cubierta de rocío,
refresca todo el barrio,
por los bosques y el camino
por donde vayas, reza a Dios;
¡Oh, Dios mío! sobre el llano
mándanos un chaparrón,
para que los campos sean fértiles
y veamos las vides en flor
para que el grano sea bueno y abundante
y toda la gente de por aquí prospere.
En tiempo de sequía, los servios desnudan a una muchacha y la recubren de cabeza a pies con yerbas, plantas y flores, tapándole la cara con un velo verde. Así disfrazada y denominada Dodola, marcha por la aldea al frente de un grupo de muchachas, parándose ante cada puerta, bailando mientras las chicas que la acompañan forman un círculo a su alrededor cantando alguno de los "cantos de Dodola", y después las amas de casa vuelcan un cubo de agua sobre ella. Uno de los cantos es como sigue:
Nosotras vamos por la aldea
las nubes van por el cielo;
nosotras vamos ligeras,
más de prisa van las nubes:
ellas nos han adelantado
y han mojado las mieses y las viñas.
En Poona, India, cuando necesitan que llueva, los muchachos visten a uno de ellos solamente con hojarasca y le llaman el rey de la lluvia. Van todos en grupo dando vueltas por entre las casas de la aldea, donde sus dueños o sus mujeres remojan con agua al rey de la lluvia y les dan cosas variadas para comer. Cuando han recorrido todas las casas "deshojan" al rey de la lluvia de su cubierta foliácea y meriendan lo que han ido reuniendo.
Tomar un baño como hechizo para la lluvia, se practica en algunas partes de la Rusia meridional y occidental. Después de su servicio en la iglesia, los feligreses tiran al suelo al sacerdote revestido y le vierten agua encima. Otras veces son las mujeres las que sin quitarse la ropa se bañan juntas el día de San Juan Bautista y, mientras, hunden en el agua un muñeco hecho de ramas, yerbas y verduras que suponen representa al santo.
En Kurs, provincia de la Rusia meridional, cuando las lluvias se hacen esperar demasiado, las mujeres cogen al primer forastero que pase por allí y le tiran al río o le mojan bien de la cabeza a los pies. Ya veremos después que el forastero que pasa es frecuentemente tomado por alguna deidad o personificación de algún poder natural. En documentos oficiales se hace constar que durante una sequía, en el año de 1790, los campesinos de Scheroutz y Werboutz reunieron a todas las mujeres y las obligaron a bañarse para que lloviera. Un encantamiento de lluvia en Armenia consiste en tirar a la mujer del sacerdote al agua para que se empape bien. Los árabes del norte de África cogen a un santón le zambullen en una fuente como remedio contra la sequía.
En Mínahassa, provincia del norte de Célebes, se bañan los sacerdotes como un hechizo para la lluvia. En Célebes central, cuando lleva mucho tiempo sin llover y los tallos de arroz comienzan a secarse, muchos aldeanos, y especialmente la gente joven, van a un arroyuelo cercano y se salpican con agua unos a otros, sorbiendo ruidosamente y proyectándose el agua entre ellos por medio de tubos de bambú. En ocasiones imitan el chapoteo de la lluvia pegando con las manos sobre la superficie del agua o colocando una calabaza y tamborileando sobre ella con los dedos. Otras veces se cree que las mujeres pueden formar la lluvia, arando o haciendo como que aran. Así, los pshaws y chewsurs tienen una ceremonia llamada "arar la lluvia" que ejecutan en tiempo de sequía. Las muchachas se uncen a un arado y lo arrastran hasta el río vadeándolo con el agua a la cintura. En las mismas circunstancias proceden de igual modo las mujeres y mozas de Armenia. La mujer más anciana o la del sacerdote se viste con los ornamentos sacerdotales y las demás, vestidas de hombre, arrastran entre todas un arado por el agua a contracorriente. En la provincia caucásica de Georgia, cuando una sequía ha durado mucho, uncen por parejas a las muchachas casaderas a yugos de bueyes; el sacerdote recoge las riendas y con estos arneses vadean corrientes de agua, charcas y lagunas, orando, lamentándose, llorando y riendo.
En un distrito de Transilvania, cuando la tierra está resquebrajada por la sequía, algunas muchachas se desnudan y, conducidas por una vieja también desnuda, roban una grada entre los aperos y la llevan por los campos hasta un arroyo donde la ponen a flote y en seguida se sientan sobre ella y la guardan mientras arden por una hora unas candelillas en sus esquinas. Después abandonan la grada en el agua y se retiran a su casa. A un hechizo similar para la lluvia recurren en algunas partes de la India: mujeres desnudas arrastran un arado de noche por los campos, mientras los hombres se mantienen cuidadosamente lejos de la ruta que ellas siguen para no romper el hechizo con su presencia. Otras veces el hechizo para la lluvia obra por intermedio de los muertos. Así, en Nueva Caledonia los "hacedores de lluvias", ennegrecidos de arriba abajo, desenterraban un cadáver, se llevaban los huesos a una cueva, los armaban y juntaban, colgando después el esqueleto sobre unas hojas de taro y echaban agua sobre el esqueleto para que gotease sobre las hojas. Ellos creían que el alma del fallecido recogía el agua y la convertía en lluvia, que se vertería a su vez.
En 1868, la perspectiva de una mala cosecha causada por la sequía prolongada indujo a los habitantes de un pueblecito del distrito de Tarashchansk a desenterrar el cadáver de un disidente que había muerto. Uno del grupo golpeó el cadáver alrededor de la cabeza gritando: "¡Danos agua!", mientras los otros le remojaban echándole agua a través de un harnero. Aquí, remojarle por medio de un harnero es la imitación de un chubasco y nos recuerda la manera como Strepsiades (en Aristófanes) imaginaba que Zeus hacía la lluvia. Algunas veces, y con objeto de conseguir la lluvia, los toradjas hacen una apelación a la piedad de los muertos. Cuando el país sufre de una sequía impropia de la época del año, la gente se congrega ante la tumba, echa agua sobre ella y dice: "Oh, abuelo, ten piedad de nosotros, y si tu voluntad es que comamos este año, entonces envíanos la lluvia". Después cuelgan sobre la tumba una caña de bambú llena de agua y con un agujerito abajo de modo que gotee continuamente. El bambú se mantiene constantemente lleno hasta que la lluvia empape el suelo. En este ejemplo, como en el de Nueva Caledonia, encontramos religión mezclada con magia, pues la oración al jefe muerto, que es puramente religiosa, se amplía con la imitación mágica de la lluvia sobre su tumba.
Entre algunas de las tribus indias de la región del Orinoco los parientes de las personas fallecidas acostumbraban a desenterrar los huesos un año después del entierro, quemarlos y, tras ello, a esparcir las cenizas al viento, porque creían que las cenizas se cambiaban en lluvia que el muerto les enviaba en devolución de sus exequias. Los chinos están convencidos de que si quedan insepultos cuerpos humanos, las almas de sus difuntos poseedores sienten las molestias de la lluvia de igual modo que le sucedería a una persona viva que quedase expuesta a la lluvia y sin protección contra las inclemencias del tiempo. Estas míseras almas hacen todo lo que pueden, por esta razón, para impedir que llueva y frecuentemente sus esfuerzos se ven coronados por el éxito. Entonces llega la sequía, la más temible de todas las calamidades de China, pues malas cosechas, escasez y hambre van tras ella. Por estas
razones, ha sido costumbre general de las autoridades chinas en tiempos de sequía, enterrar los huesos secos de los insepultos con el propósito de poner término á la plaga y conjurar a la lluvia para que caiga. En una aldea cercana a Dorpar, en Rusia, cuando escaseaba la lluvia, tres hombres gateaban en lo alto de los abetos de un bosque sagrado. Uno golpeaba con un martillo sobre un caldero o pequeño barrilillo para imitar el trueno; el segundo entrechocaba dos hachones encendidos para que volasen las chispas, imitando el relámpago, y el tercero, llamado el "hacedor de lluvia", con un puñado de ramillas rociaba agua de una vasija en todas direcciones.
En un pueblito de Ploska, para atraer la lluvia en tiempos de sequía, las mujeres y muchachas iban desnudas, por la noche, hasta los límites del poblado y allí regaban la tierra con agua. En Halmahera o Gilolo, una gran isla al oeste de Nueva Guinea, un brujo hace llover sumergiendo una rama de un árbol especial en el agua y después esparciendo la humedad de la goteante rama sobre el suelo.
En Nueva Bretaña, el "hacedor de lluvia" envuelve algunas hojas rojas y verdes de cierta enredadera en una hoja de plátano, humedece eso con agua y lo entierra; después, imita con la boca el gotear de la lluvia. Entre los indios omaho de Norteamérica, para salvar al maíz que peligra por la sequía, los miembros de la sociedad sagrada del búfalo llenan una gran vasija de agua y bailan a su alrededor cuatro veces. Uno de ellos bebe agua y la lanza al aire pulverizada imitando la neblina o lluvia menuda. Después vuelca la vasija, derramando el agua por el suelo, y los danzarines se ponen de bruces para beber el agua, llenándose la cara de barro.
En primavera los natchez de Norteamérica solían unirse para comprar a los hechiceros "un buen tiempo" para sus cosechas. Si necesitaban lluvia, los brujos ayunaban y bailaban con sus pipas llenas de agua en la boca. Las pipas estaban perforadas como una regadera y por sus orificios el "hacedor de lluvia" soplaba el agua hacia la parte del ciclo donde las nubes estaban acumuladas. Si en cambio deseaban buen tiempo, subía al techo de su choza y, con los brazos extendidos, soplaba con toda su fuerza para alejar las nubes. Cuando no llegan las lluvias en la estación apropiada, las gentes de la Angonilandia central se reúnen en lo que ellos denominan el templo de la lluvia, que limpian y desembarazan de hierbas, y el jefe echa cerveza en un pote que entierra, mientras dice:
"Señor Chauta, tienes el corazón endurecido para nosotros, ¿qué quieres que hagamos? Pereceremos seguramente. Da lluvia a tus hijos, como nosotros te damos cerveza".
Todos ellos participan después de la cerveza que queda, hasta los niños, que toman un sorbito, y por último cogen ramas de árboles y danzan y cantan para que llueva. Cuando vuelven a la aldea, encuentran en la entrada una vasija de agua colocada allí por una anciana; ellos sumergen sus ramas en el agua y las agitan para esparcirla en gotas. Después de esto la lluvia seguramente vendrá traída por las pesadas nubes.
La combinación entre religión y magia, se evidencia porque
rociar con agua mediante las ramas mojadas es una ceremonia puramente mágica, e implorar que llueva y ofrendar cerveza son ritos puramente religiosos.El historiador árabe Makrizi describe un método de hacer cesar la lluvia al que se recurría, según decían, en la tribu de nómadas del Hadramanth llamada Alqamar: cortaban una rama de cierto árbol del desierto, le prendían fuego y después rociaban con agua la rama ardiendo. Entonces la lluvia cesaba del mismo modo que se desvanecía el agua al caer sobre la rama en ascuas.
Algunos de los angamis orientales de Manipur se dice que ejecutan una ceremonia en cierto modo parecida, más con el propósito opuesto, siendo su objeto principal producir lluvia. El jefe de la aldea coloca una rama ardiendo en la tumba de una persona que haya muerto de quemaduras y la apaga después con agua mientras ora para que llueva. Aquí, el apagar el fuego con agua, que es una imitación de la lluvia, está reforzado por la influencia de la persona muerta, que habiendo sido abrasada viva, estará ansiosa, naturalmente, de que caiga la lluvia que refresque su cuerpo socarrado y alivie sus tormentos. Además de los árabes hay otros pueblos que usan el fuego como medio de hacer cesar la lluvia, como los sulka de Nueva Britania que calientan piedras al rojo en una hoguera y después las exponen a la lluvia o arrojan ceniza caliente al aire. Creen que la lluvia cesará pues no le gusta que la quemen con piedras ni ceniza caliente.
Los telugus exponen a la intemperie una muchacha desnuda que lleva una astilla ardiendo en la mano y se la enseña a la lluvia. Se supone que esto hará detenerse a la lluvia.
En Puerto Stevens, de Nueva Gales del Sur, los curanderos acostumbraban a alejar las lluvias arrojando al aire pelos encendidos al mismo tiempo que resoplaban y gritaban. Cualquier integrante de la tribu Anula, en Australia septentrional, para detener la lluvia, sencillamente, calienta un palo verde en una hoguera y lo blande contra el viento.
Los dicri de Australia central , en temporada de sequía extrema, gritan lamentándose de su situación y evocan a los espíritus de sus antepasados remotos para que les transfieran poder para producir una gran lluvia. Ellos creen que las nubes son cuerpos en los que se genera la lluvia merced a sus ceremonias o las de las tribus vecinas, por mediación de losantepasados. El método que ponen en juego para substraer el agua de las nubes es éste: cavan una fosa de cuatro metros de largo por tres de ancho y sobre ella construyen una choza cónica de troncos y ramas. Un anciano influyente de la tribu hace sangrar con un cortante los antebrazos de dos hechiceros que se supone han recibido inspiración especial de los antepasados, y la sangre que les corre brazos abajo cae chorreando sobre los hombres de la tribu que están amontonados dentro de la choza. Al mismo tiempo, los hechiceros sangrados tiran puñados de plumillas al aire, unas quedan flotantes y otras se adhieren a los cuerpos ensangrentados de sus camaradas. La sangre representa la lluvia y las plumas a las nubes. Durante la ceremonia colocan dos grandes piedras en medio de la choza para representar las nubes que se forman y presagian la lluvia. Después, los dos hechiceros acarrean las piedras a unos dieciséis o veinte kilómetros y las colocan tan altas como pueden sobre el árbol más corpulento que encuentran. Los demás hombres, mientras tanto, recogen yeso que pulverizan y arrojan a una charca. Por último, todos los hombres, de todas las edades, rodean la choza y la golpean con la cabeza –como si fuera un rebaño de carneros, pasando de un lado a otro de la choza, una y otra vez hasta destruirla. Para hacer esto les está prohibido usar manos o brazos, aunque los grandes, troncos que quedan enhiestos pueden arrancarlos con las manos. La penetración de la choza con sus cabezas equivale a agujerear las nubes y la caída de la cabaña es la caída de la lluvia. Asimismo es obvio que el acto de emplazar las dos piedras simuladoras de nubes en lo alto de los árboles es el procedimiento de conseguir que las nubes asciendan también. Los dicri imaginan además que los prepucios recogidos de los mancebos en la circuncisión tienen una gran virtud para la producción de lluvias. Por esto el gran consejo de la tribu tiene siempre una pequeña reserva de prepucios prontos a usar, guardados cuidadosamente y envueltos en plumas con sebo de perro salvaje y de serpiente "alfombra". La apertura de este paquete no puede ser vista en absoluto por ninguna mujer.Cuando termina la ceremonia, entierran el prepucio y su virtud queda exhausta.Después de llover siempre se sujetan algunos de la tribu a una operación quirúrgica que consiste en cortar la piel del pecho y brazos con un pedernal afilado y después se laceran las heridas con un palito para aumentar el aflujo de sangre y las restriegan con almagre (óxido rojo de hierro, muy abundante en la naturaleza, utilizado en pintura como colorante), produciendo así cicatrices más abultadas. La razón que aducen los nativos para esta costumbre es que ellos gozan con la lluvia y que hay una relación directa entre la lluvia y las cicatrices.
La operación no parece ser muy dolorosa, pues los pacientes se ríen y gastan bromas mientras se la están efectuando; la verdad es que se ha visto a los pequeñuelos de la tribu amontonarse junto al operador, esperar pacientemente su turno y marcharse corriendo después de operados, presentando sus pequeños pechos y cantando para que la lluvia los golpee. Sin embargo, al día siguiente las heridas se tensan y se vuelven molestas. Cuando se desea que llueva en Java, algunas veces se golpean dos hombres mutuamente las espaldas hasta que fluye la sangre; la sangre corriendo representa la lluvia y sin duda creen que así la harán caer a tierra. Las gentes de Egghiou, distrito de Abisinia, acostumbran trabarse en riñas sanguinarias unos con otros, aldea contra aldea, durante una semana, cada enero, con el designio de procurarse lluvia. Cuando e l emperador Menelik prohibió la costumbre, la lluvia escaseó al año siguiente, y fue tan grande la protesta que el emperador tuvoque permitir otra vez las luchas homicidas, pero solamente por dos días al año. El escritor que menciona esta costumbre considera la sangre vertida en estas ocasiones como un sacrificio propiciatorio ofrecido a los espíritus que dirigen las lluvias y quizá, como en las ceremonias australianas y javanesas, sea una imitación de la lluvia. Los profetas de Baal que trataban de producir la lluvia cortándose con cuchillos hasta verter sangre, parecen haber actuado siguiendo el mismo principio.
Hechizos con participación de animales |
En Batavia puede verse aún de cuando en cuando a la chiquillería llevando un gato al qie zambullen en una charca y luego le dejan marcharse. Entre los wambugwe del África oriental, cuando un brujo desea hacer llover, coge una oveja y una ternera negras y en día de sol las pone sobre el techo de la cabaña comunal donde está reunida la gente. Después hiende el vientre de los dos animales y esparce el bandullo en todas direcciones; si después de poner juntos en una vasija agua y "medicina" llega a hervir el agua, el encantamiento ha tenido éxito y la lluvia empezará. Por el contrario, si el hechicero desea impedir que caiga la lluvia, se retira al interior de la cabaña y allí calienta un cristal de roca dentro de una calabaza. Con objeto de procurarse lluvia, los wagogos sacrifican aves negras, ovejas negras y demás reses negras en las sepulturas de los antepasados y el "hacedor de lluvias" lleva vestidos negros durante la estación de las aguas.
Entre los matabeles, el hechizo para la lluvia estaba hecho con sangre y hiel de un buey negro. En un distrito de Sumatra, para procurarse la lluvia, todas las mujeres de la aldea van al río casi desnudas y allí se arrojan agua unas a otras. Tiran un gato negro a la corriente y le obligan a nadar algún tiempo antes de permitirle que escape a la orilla perseguido por el agua que las mujeres le siguen arrojando. Los garos de Assam ofrendan en época de sequía una cabra negra en la cima de una montaña muy alta. En todos estos casos tiene participación en el hechizo el color del animal; siendo negro, se obscurecerá el cielo con nubes de lluvia. Así, los bechuanas queman las tripas de un buey al anochecer, porque, como ellos dicen, "el humo negro reunirá las nubes y ocasionará que venga la lluvia". Los indígenas de Timor sacrifican un cerdo negro a la diosa-tierra para que llueva y otro blanco o rojo al dios-sol para que aclare. Los angoni sacrifican un buey negro a la lluvia y uno blanco para el buen tiempo.
Entre las altas montañas del Japón hay un distrito en el que si la lluvia no ha caído en mucho tiempo, una partida de aldeanos va en procesión al lecho de un torrente montañoso dirigidos por un sacerdote que lleva un perro negro. En el sitio elegido, atan el animal a una roca y le hacen blanco de sus flechas y proyectiles. Cuando su sangre salpica las rocas, sueltan los campesinos sus armas y elevan su voz en súplica al dragón divino del torrente, exhortándole para que envíe en seguida un chaparrón que limpie el sitio profanado por la sangre del perro. La costumbre prescribe que en estas ocasiones el color de la víctima deberá ser negro, como emblema de las deseadas nubes de lluvia. Mas si desean cielo claro y limpio, la víctima deberá ser blanca sin mácula.
La asociación íntima de las ranas y sapos con el agua ha ganado para estos animalillos una reputación extensa de custodios de la lluvia; intervienen de manera muy importante en los encantamientos destinados a conseguir el agua del cielo. Algunos de los indios del Orinoco consideraban al sapo como dios o señor de las aguas y por esta razón temían matarlos. Se dice que los indios aymarás hacen pequeñas imágenes de ranas y otros animales acuáticos y los ponen en las cimas de los montes como un medio de atraer las lluvias. Los indios thompson de la Columbia Británica y algunas gentes de Europa creen que matando una rana se ocasionará la lluvia. Con objeto de procurarse la lluvia, la gente de casta inferior en las provincias centrales del Indostán atan una rana a un palo que cubren de hojas verdes y ramas del árbol "nim" (Azadírachta indica) y lo llevan de puerta en puerta cantando:
Envíanos pronto ¡oh rana! la joya del agua
y madura el trigo y el mijo en los campos.
Los kappus o reddís son una gran casta de cultivadores y terratenientes de Madrás. Cuando no llueve, las mujeres de esta casta aprisionan una rana y la atan viva a un abanico hecho de bambú. En este ventilador extienden unas cuantas hojas de margosa y van de puerta en puerta cantando:
"La señora rana debe tener su baño. ¡Oh dios de la lluvia! danos un poco de agua, para ella al menos".
Mientras las mujeres kappus cantan esto, las de la casa echan agua sobre la rana y dan una limosna, convencidas de que el obrar así traerá pronto el agua a torrentes.
<<< Parte II >>>
Fuente:
Frazer, James: La rama dorada. Publicada por primera vez en 1890 en dos volúmenes, cuya segunda versión (1907–1915) aumentó a doce volúmenes y posteriormente resumida por el autor en un volumen en 1922, que corresponde a la versión usualmente publicada y leída.
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