Grupo Ojcuro
La isla desierta, de Roberto Arlt
Ciudad Cultural Konex
----------------------------------------Xª Temporada
150 mil espectadores
Una historia que vivimos.
Habitualmente, vamos al teatro para “ver” una obra representada por actores, en la que además han intervenido escenógrafos, vestuaristas, iluminadores, cuyo trabajo puede llamar más o menos la atención del espectador.
De acuerdo a esa impresión, el espectador puede abstraerse o no de lo que se representa en el escenario. La vista y la atención del espectador pueden concentrarse, o no, en la situación que se representa en cada momento, y puede despegarse para abstraerse, o distraerse, “mirando” otros objetos de alrededor. También puede hacer introspección y apegarse a una idea interior que lo atrapa más que la representación que tiene lugar en ese momento sobre el escenario. Imágenes y emociones provenientes desde “dentro” de uno, o desde “fuera” de uno. Lo mismo ocurre con el radioteatro o el teleteatro.
La diferencia aportada por el trabajo y la idea de representación aportada por el Grupo Ojcuro y su director, José Menchaca, es que el espectador se transforma en actor inmediatamente antes de trasponer la puerta de entrada a un salón oscuro, convertido en un amplio escenario.
La experiencia de participar de una representacion teatral dentro de una sala en completa oscuridad, nos introduce en un ámbito no frecuentado por los videntes. Habitualmente, cerramos los ojos para soñar, para imaginar múltiples situaciones, pero la posibilidad que nos brinda la actuación del Grupo Ojcuro es especial. Su director y los actores nos facilitan el reconocimiento de sentidos -tacto-olfato-audición- que utilizamos cotidianamente, sin valorarlos suficientemente.
El Grupo Ojcuro nos lleva de la mano a reconocernos, dentro del relato actuado, lo que jerarquiza y valoriza aun más la representación.
Cada espectador se transforma casi mágicamente en un actor de la vida - hasta de su propia vida, ya que las referencias habituales que nos aporta la vista, desaparecen de inmediato. Curiosamente, el miedo a la oscuridad que podría suponerse un obstáculo, no sólo desaparece rápidamente, tras los primeros sonidos, sino que muchos se “curan” participando de esta experiencia.
Comienza la obra con el sonido de las máquinas de escribir y uno ya es actor. La capacidad imaginativa natural y personal, ambienta su oficina , su propia máquina de escribir , su escritorio y sus compañeros de trabajo, a través de las voces e inflexiones de los demás personajes que se van escuchando a lo largo de la obra, en ese ámbito totalmente ciego, del que estamos participando.
Así vivimos las situaciones de una oficina, así participamos de las experiencias aportadas por el personaje que relata incansablemente sus viajes, maravillosos viajes a los que nos conduce, a multiplicidad de situaciones en las que nos sentimos inmersos junto con él.
Cuando, tras atravesar tormentas atemorizantes, explorar selvas misteriosas, sumergirnos en aguas tentadoras, finaliza la representación, impacta la suave aparición de la luz iluminando la sala y , casi sin ganas, nos vamos reubicando en otra realidad –la de todos los días - y en otro tiempo, tan diferentes al rito mágico que acabamos de vivir, compartiendo la total oscuridad y estimulados por la habilidad de los actores.
Hemos vestido personajes y escenarios con imágenes de nuestra mente, disfrutando de una integración muy especial, diría única, con el entorno. |