manos
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Desde mundos lejanos llegaron, calladitos.
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Mis pequeños muñecos deben haber llegado a mí desde mi infancia.
Callados y escondidos durante muchos años, un buen día nacieron de mis manos y sorprendieron a
mis ojos. Yo pienso que se fueron preparando de a poco, en secreto, nada más que para lograr un buen efecto teatral y arrancarme un ¡oh! que siguen festejando una y otra vez, cuando me miran.
Mi primera infancia transcurrió en un mundo rodeado de magia. Con un eterno fondo musical de ópera -que mi Nonno adoraba- abría enormes roperos perfumados que escondían tras sus espejos infinitas cajas de telas leves y maravillosas, cintas, lentejuelas, tarjetas postales con preciosas ilustraciones y cientos de vestidos que empujaban a disfrazarse y viajar por universos imaginarios, con diálogo incluido...
La casa de mi Nonna era el Paraíso. Había siempre gente amiga por todos lados, durante la tertulia se las podía ver sentadas cosiendo, bordando, haciendo sombreros. Mi Nonno -Juan Fassa- era un veneciano genial bordando vestidos de noche, cocinando, tocando el violín y preparando fuegos artificiales.
La casa tenía un patio, y el patio una enorme pajarera llena de aves de distintos colores que nunca se cansaban de cantar, con o sin la companía de Caruso desde la radio.
Había que sortear las plantas, que inundaban el patio con sus hojas lustrosas y frescas, para llegar a la escalera por la que se subía al cuarto "de arriba", donde tenían el dormitorio mis padres.
Mi Nonna -Amalia Toso- creaba vestidos originalísimos que sus clientas de entonces se resistirían a desechar con el cambio de moda, decidiendo guardarlos para siempre y mostrarlos, orgullosas de haberlos lucido.
Como si fuera poco, el hijo menor -mi tío Carlitos- tocaba el clarinete, revoleaba los ojos como las hélices de un helicóptero para hacerme reir y, además, fabricaba juguetes!
Entre mi Nonna y él inventaban qué disfraz me harían para Carnaval y ponían manos a la obra.
Hicieron para mí tres disfraces: el primero cuando yo tenía ocho meses, el segundo cuando tenía 3 años y el último cuando estaba por cumplir 9. Era una época en que los Corsos eran verdaderas fiestas multitudinarias. De esos Corsos de Lobos llevé tres primeros premios.
Ese clima de fiesta, de creación, de artificios y de ensueño ejerció la primera influencia sobre mí y más tarde -ya viviendo en Buenos Aires- las encantadoras caricaturas de mi padre que me enseñaba a dibujar, la segunda.
Desde esos lejanos mundos llegaron los muñecos... y hoy quiero compartirlos con Uds..