En una de mis clases de teatro, apareció invitado Antonio Blagonic, quien según nuestro profesor,
iba a encargarse de preparar la escenografía de Antígona, la obra que íbamos a representar.
Casi humildemente, pidió dos voluntarios para ayudarlo a encarar la construcción del decorado. Otro
compañero y yo nos ofrecimos. Combinamos día y hora para encontrarnos en su taller.
Llegamos ambos casi puntualmente, y nos encontramos con un taller inmenso, donde había todo
tipo de maquinarias para armado de stands publicitarios, y algunas telas pintadas y a medio pintar.
Impactado por un taller tan completo, no presté atención a sus telas, algunas ya transformadas en
cuadros. Además, yo de pintura y escultura no tenía ninguna experiencia ni información.
Nos dedicamos a preparar los bastidores, telones y demás elementos necesarios para armar la escenografía. Cuando ya nos íbamos, me llamó la atención un cuadro, y le pregunté, desde mi
ignorancia, qué era.
Me contestó: - Es la gota musical, ¿te gusta? - La verdad que es raro y muy bonito (Mi respuesta sintetizó claramente mis
conocimientos de artes plásticas de entonces…)
Antonio Blagonic me dijo simplemente: - Si te gusta te lo regalo. -
En serio? - Si, claro…
Y me lo llevé.
No sabía en ese momento que tanto mi historia personal como mi relación con él y
con las artes plásticas comenzaba a transitar un camino de gran significación
personal que continúa hasta hoy.
Seguimos trabajando, y él mostrándome sus técnicas y concepción acerca de las artes, y un día me mostró otra serie de pinturas que me impresionarían mucho más
de lo que podía suponer.
Un día llegó totalmente alcoholizado, lo que me sorprendió pues yo no sabía de su
adicción al alcohol. Este, su problema, pasó a ser una preocupación para mí desde
mi profesión de médico y, ya como amigo, decidí ayudarlo, hasta donde fuera posible y él quisiera (o pudiera).
Fui conociendo otros aspectos de su vida, había llegado siendo muy chico con sus padres, que eran croatas, casi indigentes y, cuando aparecía algún trabajo para ellos, lo dejaban en la habitación que tenían, atado a una pata de la cama, como forma de protegerlo, cerrando la puerta con llave para evitar perjuicios mayores… Así creció y así se fue formando en los oficios que podían darle comida primero, una habitación luego, hasta llegar a tener el taller que conocí aquel día, y su desmantelamiento progresivo motivado por su alcoholismo que nadie, ni nada, pudo evitar.
Fui viendo lo que él hacia cuando tenía ratos libres, hasta que aceptó darme clases
de dibujo y pintura. Mientras me enseñaba, él pintaba, y así, mirando, aprendí técnicas de trabajo en tela y óleos. Vi cómo él se expresaba con diferentes modalidades, estilos y búsquedas relacionadas con el color; cómo lograba que del óleo salieran reflejos tornasolados, o hacía filigranas en porcelana de manera similar a la de los antiguos maestros, ya fueran orientales u occidentales. Sus pinturas reflejaban belleza o dolor de acuerdo a sus estados de ánimo.
Con el correr del tiempo, intentamos juntar una serie de obras y concertamos una reunión para que quien en ese momento era el curador de más prestigio en Argentina,viera sus pinturas y esculturas. Al cabo de esa reunión, aceptó ayudarlo y hacer una exposición de sus obras. Antonio no se atrevió a mostrarse ni mostrar. Recuerdo las palabras del curador dichas casi con indignación y frustración por la negativa de Antonio a exponer. Dijo, severamente: “Antonio, vos tenés que exponer y exponerte, si no a tu arte no lo conocerá nadie”.
Antonio optó por no exponerse y entonces decidió romper sus cuadros. Fue imposible evitarlo. El alcohol seguía destruyendo la riqueza artística que tenía, además de ser una persona llena de virtudes.
Otros médicos intentaron ayudarlo, pero su drama interior era demasiado pesado
para él.
En una internación en el Hospital Neuropsiquiátrico Nacional Jose T. Borda, pintó un mural en la sala donde se había internado para iniciar su desintoxicación. La belleza
que brotaba de ese mural hizo que ninguna otra persona internada le hiciera una
marca. Era intocable a pesar de estar totalmente expuesto a cualquier daño.
También hizo una escultura, absolutamente fidedigna, exacta y única de un paciente
internado en el Hospital Borda, de características muy especiales, que fue guardada por el médico que lo atendía.
Todos tratábamos de protegerlo tanto a él como a sus obras. No lo logramos. Sólo
quedaron algunas obras que mostramos en este recordatorio y agradecimiento
público a mi maestro, de quien no poseo una sola foto, salvo las imágenes que
atesora mi memoria.
Murió, inesperadamente, como todos, una mañana en la que debíamos encontrarnos para mostrarle unas fotos de obras de museos europeos, donde podría evaluar la inmensidad de sus obras cotejándolas con obras de algunos pintores que no pudo conocer.
Fue para mí un gran maestro, las pocas obras rescatadas firmadas por él, honran y
prestigian nuestra revista. Pinté, años más tarde una obra que dediqué a Antonio.
Compartirla con los lectores, formando parte de este relato, quizás sea lo único que pueda hacer por su memoria y su arte.
Revista de Artes agradece a los propietarios de las obras haber cedido las imágenes para su publicación.