Buenos Aires - Argentina
Edición Nº 40 - Sept. / Oct. 2013
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Literatura

Acerca de los zapatos

 

Por Felipe Martínez Pérez.


René Magritte - El modelo rojo (1936)
  

     Al principio, todos los zapatos eran bajos y planos. Solamente se trataba de resguardar y separar al pie desnudo de las rudezas del suelo. Más tarde llegaron los tiempos en que el calzado, mediante el grosor de la suela se aleja del suelo y asciende en calidad  y clase, en proporción a la alcurnia de quienes los calzan. De todas maneras, antes del principio, hombres y mujeres van descalzos  y los rigores del clima los lleva a protegerse con toscos envoltorios de pieles que amoldan como pueden al pie. No obstante en muchos sitios la gente llana sigue descalza y en particular los esclavos. Que también el calzado calza distinto a los ricos que a los pobres y es sobremanera, otra de las señales de clase que marchan de forma paralela  con las vestimentas. Por los tiempos de la alta cultura egipcia el calzado es patrimonio de la nobleza y sacerdotes. Después se generaliza el uso, pero en realidad las capas desposeídas tardaron mucho tiempo en calzarse. Los egipcios, al igual que los caldeos y babilonios usan sandalias. Estos últimos ya se atreven con una especie de pantufla de buena terminación. Pero lo más interesante de estos antiguos siglos es la singularidad de los tacones que usan los caldeos, alto y triangular permitiendo cierto descanso al arco plantar.

 

     La sandalia es la que prevalece en todos estos pueblos y las cortan con exquisito gusto artístico; y será este calzado el patrimonio de griegas  y romanas. Por lo regular las llevan sin tacón y las atan con un par de cintas que se cruzan por el dorso y suben dando vueltas por la pantorrilla. Las de las griegas asumen un primer arranque a partir del dedo gordo. Sobre todo, son  funcionales y por diez siglos antes de Jesucristo no presentan ornamento alguno, salvo en la época de Homero en que las diosas calzan vistosos zapatos. Por otra parte tampoco se repara demasiado en modelos, pues las túnicas son talares.  Sin embargo, las griegas tienen gracia al caminar y pronto toman conciencia del gesto en que al deambular se descubre el pie por entre el reborde de la túnica y se dan a la tarea de embellecer lo que debe ser visto. De la sandalia abierta pasan a diseñar un zapato de mayor lujo y cerrado que envuelve la totalidad del pie, como consecuencia de los aciertos alcanzados en domar el cuero. Usan una especie de borceguíes que recuerdan las crepidas que los  persas usan en los días de lluvia. Y sobre todo surgen los famosos coturnos, de altas suelas y tacones que tanto servían a un pie como al otro.

 

     Pero el coturno no hace su aparición para ser calzado por todos, sino solamente por unos pocos. Los calzan las diosas, tal como se puede apreciar en las esculturas del Partenón, entre ellas Minerva. No hay seguridad de que tales estatuas pertenezcan, al menos en su totalidad, a Fidias (c.490-432 a. de J.C.) pues en tal caso sería él quien los puso de moda. Al principio los coturnos solo estaban permitidos a los actores, a la sazón, verdaderos personajes en Grecia. Este calzado los elevaba por sobre los demás aunque lo disimulaban entre la vestimenta y formaba parte de la tramoya para que no se viera el engaño. Estaba puesto en estilo que la suela, unas veces de madera, otras de corcho, llegara a medir la décima parte de la talla de los primeros actores trágicos, pues los de reparto llevaban suela más delgada. Claramente se  aprecia que el coturno nace a lo grande y de allí viene aquello de alto coturno, cuando se hace referencia a alguien de categoría elevada. En suma, se trata de un zapato de lujo atado al privilegio.

 

     De buena factura y variedad de estilos era el calzado que usaban las matronas romanas, las cuales en todo el atavío eran afectadas por el lujo que, por lo demás, asumían como de clase. En suma, el calzado que había nacido para resguardar los pies de la fragosidad del camino, pronto se une al vértigo vanidoso de las galas y adornos. Por medio del calzado  se demuestra el valor y calidad de quien lo calza.  El oro, la plata, las piedras preciosas, y los géneros más sutiles aparecen en distintos sitios de los zapatos. Hasta hoy ha llegado la fama de los zapatos de Heliogábalo y Tiberio que tachonan dorso y empeine con oro y plata y sobre todo con innumerables cantidad de margaritas, semejando sus zapatos, al igual que los de otros patricios y patricias una apreciada conjunción de hermosos prados primaverales. En las correas de cuero bordan dibujos de oro y plata que semejan estrellas y lunetas. Incluso los esclavos libertos para olvidar su antigua condición aparentaban más que sus antiguos amos, al punto que Marcial escribe que las correas “ recién compradas, caen sobre las sandalias de lunetas plateadas, un fino cuero ciñe de púrpura su pie sin apretarlo”.(1) Y se llega al extremo que tales adornos forman parte de un lenguaje cifrado del amor y así los distintos dibujos y la estrategia en ubicarlos estaba llena de escondidos y encendidos mensajes que orientaban los amores de las damas. Y por ser originales llegan a situar estos ornatos en las suelas  a la manera de herradurillas, para que al marchar quede la impronta en un largo reguero que recuerde su paso, y entre ellas, se acrecían por ver quien las portaban de más valor.

 

     No cabe duda que los zapatos han sido de gran utilidad, pues mientras a unos servía simplemente para caminar y defender sus pies, a otros, como Augusto, mediante una gran suela lo aupaba sobre su corta talla. Del mismo parecer es Juvenal al referirse al tema. Para él una dama lleva coturnos para no parecer pigmea. Por el contrario, para los israelitas, el hecho de quitárselo y ofrecerlo a otros significa y sirve de testimonio en la confirmación de ciertos negocios, tal el caso de la redención de algunas viudas de las cuales se hacen cargo familiares del muerto, como ocurre a la vuelta de Ruth en un precioso pasaje bíblico, “entonces el pariente dijo a Booz: Tómalo tú. Y se quitó el zapato”,  (Ruth 4) y  gracias al gesto y trato inviolable del zapato la moabita encontró marido. Que no sería la primera vez ni la última que el zapato se convierte en núcleo principal y personaje del amor. Pues así como por una herradura se perdió un reino muchos siglos antes de que Cenicienta perdiera el zapato y encontrara cobijo vuelto a su pie, aconteció que un águila volandera portadora de un zapato entre sus garras, por razones inescrutables lo dejó caer a los pies de un rey griego y como el zapato era de hermosa factura y gran ornamento no dejaba de pensar en el pie ausente, al punto que despachó emisarios por todo el reino dando noticia del hallazgo, hasta que apareció la gentil dueña, doncella y nobilísima de nombre Rodopea con la cual casó. Famosas eran las sandalias de Judith que asaz adornadas, a ningún moralista alborotó, pues al decir de éstos cumplía con un fin noble; y mientras Holofernes no acertaba a desviar los ojos de ellas, quedó sin cabeza.

 

     Los hispano-árabes son maestros en el arte de trabajar el cuero y los son también en las labores del cáñamo y esparto. En la larga convivencia española se han llevado alpargatas y babuchas que airosas inician por las puntas un suave ascenso. Con el correr del tiempo las alpargatas serán sinónimo de trabajo y para sus labores las llevan las capas más desprotegidas. La gran demanda debido a su funcionalidad será suficiente para que los españoles que ya las conocían desde inmemorial, dado los hallazgos en cuevas, empequeñezcan a sus maestros. Por otra parte en este ir y venir de las culturas, que unas veces luchan a brazo partido y que a la postre siempre se imbrican, hace que por un lado las sandalias judías mejoren hechuras, gracias a que los zapateros judíos mejoran el trabajo del cuero y ganan en prestancia y estilos. Otro tanto sucede con la evolución del calzado por parte de  arábigos y cristianos. Así, se puede ver, que mientras por Toledo deambulan con vistosas sandalias judías, por Asturias priman los calzados  de origen visigodo. Romana es la costumbre por La Rioja y sandalias, coturnos y botines se llevan por Castilla. En el Cantar de Mio Cid aparecen los primeros zapatos al advertir que el héroe, calzas de buen paño en sus cannas metiò, sobre ellas unos zapatos que a gran huebra son. (2)

 

     No cabe duda, que de gran valor serían estos zapatos al afirmar que son de gran obra, y esa sería por consiguiente la tendencia uniforme en el estilo de fabricar zapatos, en que no solo se acrece la calidad, sino que cada vez es mayor el lujo alrededor de la factura. El lujo, parte inamovible de preeminencia social a la cual apuntará  Alfonso X en las ordenanzas de Valladolid de 1228 sobre “el comer y el vestir”, que prohíbe a los moriscos, a la sazón inmejorables artesanos, traer “ni zapatos blancos ni dorados”(3) Andando la Edad Media los estilos cambian de modo poco perceptible pero con clara mejoría de materiales y trabajo. Hay botitas que cambian la altura de la pierna o la forma de ceñir con más gracia y soltura el empeine. Los zapatos, tan pronto son, totalmente cerrados como se abren por adelante dando lugar a las botitas llamadas boquiabiertas y todos adornados profusamente como se ha de ver en otro artículo.

  

(1) Marcial, Marco Valerio. Epigramas completos. Barcelona.1959.

(2) Cantar de Mio Cid. Ed. de  Ramón Menéndez Pidal. Espasa Calpe. Madrid. 1945.

(3) Guerrero Lovillo, José. Las Cántigas. Estudio arqueológico de sus miniaturas. Madrid. 1949.

 

 

Para ver imágenes sobre la evolución del calzado,consultar HISTORIA DEL CALZADO, RECOPILACIÓN A TRAVES DE LA HISTORIA, de Viviana Burbridge, en el Nº 7 de Revista de ArteS, julio 2007

 

 

 

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