Todos los pueblos desde los primitivos, con arreglo a la evolución de sus culturas se han dado a la tarea de adornarse con verdadera predilección. Los unos con flores y metales, los otros con fina pedrería, bien para actos ceremoniales o con el fin de agradarse a si mismos o a extraños. En ningún momento, aparecen trazas de esclavitud como se viene asintiendo desde lejos. Los hombres y mujeres -sobre todo, ésta- de los cinco continentes cuando se adornan no padecen ningún sometimiento, salvo el de la alegría y deleite. Por otra parte hay que acotar que los esclavos nunca han llevado adornos y cuando los tornaban libertos corrían a comprarse adornos de mala calidad pero en abundancia como salen en los epigramas.
Por su parte San Isidoro deja un dato de importancia cuando se refiere a los collares y a sus orígenes, “collar es un adorno formado por piedras preciosas que suelen colgar del cuello de las mujeres. Su nombre de monile deriva de munus (regalo)”.(1) O sea, privilegio, diferenciación, embellecimiento, regalo, pero nada que pueda recordar esclavitud; inclusive la pulsera que en la actualidad continúa llamándose esclava, lo es, porque no se puede abrir y sobre todo porque va desnuda y sin adornos. Interesante, porque viene al caso, es la descripción de las ajorcas por Covarrubias, “parte de las joyas o arras que el desposado da a la desposada, y la haze partícipe de ellos; y assi dice que en su terminación arábiga suena exurqueto, del verbo xereque, el qual significa participa, como el que le haze partìcipe de sus bienes”.(2)
Algunos Santos Varones han dado pie para que en determinadas circunstancias se pueda hablar de reminiscencias esclavistas en las alhajas de las mujeres, cuando se refieren a la vanidad y la soberbia que las acosa, y recuerdan que las mujeres ataviadas con collares y gargantillas se encadenan el alma; pero nada tiene que ver pues forma parte de un discurso lineal moralizador. Que claro, como imagen engarza con la humildad y sumisión que debieran tener para con Dios según los moralistas. Incluso, según Crisóstomo las cadenas que aprisionan a San Pablo lo honran y adornan y mediante ellas se puede subir al cielo acompañado de ángeles mientras que el moralista al referirse a las cadenillas de las mujeres asegura que son para bajar al infierno. Y a este santo sigue el padre Marques cuando escribe “no solo honran y engalanan el cuerpo [a San Pablo] sino también el alma, pero las vuestras, con apretar el cuerpo en esta vida y el alma, lo harán con mayor rigor en la otra, no con gala, sino con eterna infamia”.(3)
Quizás las mujeres hayan pensado que el círculo no tiene salida y prefieren quedar aprisionadas en si mismas, con cadenas y collares, ajorcas y anillos, con los cuales se han sentido secularmente estupendas, ciñendo esbeltas y angostas zonas de sus cuerpos en un alarde que capacite el salto de la carne, aunque por otro costado el moralista entienda que les aprietan y aprisionan el alma, tal como lo entiende San Pablo a los Corintos. En Grecia llevan adornos todas las mujeres, las mortales y las inmortales, que son diosas. Anquises según cuenta Homero, queda prendado de Afrodita. Al verla, “se quedó pensativo y admiraba su aspecto, su estatura y sus vestidos espléndidos. Afrodita se había revestido de un peplo más brillante que el resplandor del fuego, llevaba retorcidos brazaletes y lucientes agujas; tenía alrededor de su tierno cuello bellísimos collares, pulcros, áureos, de variada forma; y en su tierno pecho brillaba una especie de luna, encanto de la vista”.(4) Ante tanta belleza, ante tanto resplandor, ante tanto reflejo dorado, ante tantas posibilidades, era lógico se apoderara de él el deseo amoroso y sin poner mesura al desenfreno, él, que era mortal tuvo relaciones carnales con una diosa, algo por lo demás usual en el Olimpo.
Así que la diosa se va desnudando lenta y morosamente quitando uno tras otro broches, sortijas, brazaletes, collares e incluso la faja; y retozaron entre las pieles de osos y de leones de “ronca voz” que el mismo Anquises había matado corriendo por los montes, que en estos casos los hados son siempre propicios para la caza y los amores. En el Himno siguiente a Afrodita la lleva el Céfiro en volandas hasta Chipre donde se encuentran las Horas que la revisten de hermosas telas y ponen sobre “su cabeza inmortal una bella y bien trabajada corona de oro y en sus agujereados lóbulos flores de oricalco y de oro precioso, y adornaron su tierno cuello y su blanco pecho con los collares de oro con que se adornan las mismas Horas, de vendas de oro, cuando en la morada de su padre se juntan al coro encantador de las deidades”.(5) Ningún estigma esclavista. Solo el privilegio que cabe a una diosa inmortal.
Es probable que tales conceptos se tergiversen a partir de las sociedades esclavistas en que a consecuencia de las guerras hombres y mujeres formaban parte del botín y marcaban con hierro al rojo o se les ponía algún anillo o anilla como distintivo antes de ser enviados a lugares de trabajo. Es curioso que los hombres de Altamira y otras cuevas, no pintan esclavos y sólo reflejan estéticamente sus necesidades. Los frisos con esclavos vienen después con la “civilización” más adelantada. Por lo tanto, pienso, que cuando se dice de tales adornos que, “en su primera institución fueron señal de prisión y deshonra”(6) o que antiguamente era “indicio de pesada servidumbre” (7) se está a muchas leguas de la verdad. La esclavitud, por si sola, no infiere ni demuestra que anillos, ajorcas y collares sean reminiscencia de tal anormalidad cuando los ciñen las mujeres, porque ello sería de baja estima y en tal caso, negados como adornos.
Cuando Sancho Panza se hace cargo del gobierno de la ínsula, la Duquesa envía a Teresa, “una sarta de corales con extremos de oro” que considera un presente de cierta importancia, aunque remata que “yo me holgara que fuera de perlas orientales”, con lo que la Duquesa no solo marca la diferencia entre los corales y las perlas, sino que acota y limita la calidad de la agasajada, quedando en pie la posibilidad de enviar próximamente otro regalo de mayor enjundia; “que tiempo vendrá en que nos conozcamos y comuniquemos”. Es decir, que de un conocimiento más asiduo e íntimo se pondrá en evidencia el regalo que conviene a la calidad de tal persona. No hay que olvidar que todo lo que va sobre la piel inviste, pero dependiendo de ciertos valores, en unos más, en otros menos. Sin embargo Teresa cae en la cuenta que es demasiado para ella, una simple labradora y madre, por encima de todo, piensa que mejor ha de lucir en el cuello de su hija, aunque en un acto de coquetería le pide se lo deje llevar unos días al cuello “que verdaderamente parece que me alegra el corazón” (8) en que Cervantes recuerda Las Partidas alfonsíes.
Con moralistas o sin ellos, las mujeres han llevado sus cabellos ceñidos con diademas o con caramiellos exquisitamente adornados, han resaltado la piel del cuello con collares de perlas y cadenas de oro, priorizaban las orejas con pendientes y zarcillos, y al grácil movimiento de sus brazos brillaban pulseras, ajorcas y anillos; además de nunca han faltado las escarcelas o bulgas que tanto servían de adorno como llevaban el dinero. E incluso, la bolsa de los Libros de Horas se hallaban ricamente ornamentada y el libro de por si era otra joya. Y con adornos se regocijaba el corazón de la gran reina Isabel, la Católica, que gustaba de presentarse en público ricamente ataviada y nunca renunció a ello, a pesar, incluso de su querido, respetado e incordioso confesor. Doña Isabel atesora una ingente cantidad de joyas, piedras preciosas y exquisitas labores de oro y plata. En una Corte trashumante hasta la toma de Granada, lo primero que llama la atención al leer su Inventario de bienes es la gran cantidad de llaves, tanto aisladas como en grandes manojos que lógicamente abren y cierran la enorme cantidad de arcas, arquetas, arcones y otros muebles. Los que porta en sus desplazamientos y los que deja a buen recaudo en Toro, Arévalo y Madrigal de las Altas Torres.
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Como todas las damas de alcurnia de su tiempo, que viene de herencia de la Edad media, tiene predilección por las piedras, zafiros, rubíes, azabaches, diamantes y esmeraldas que, no solamente, dan mayor esplendor a su hermosura, sino que estudiosa de su insigne antepasado el rey sabio, tiene sus obras, las lee y edita a su costa y por tanto entiende que algunas sirven especialmente para ahuyentar enfermedades y en consecuencia se puede esperar que con los zafiros se torna más atractiva a la vez que protege sus ojos merced a la fuerza de la piedra. Posee sortijas de piedra cornerina, piedra “preuen”, piedra imán, que se hallan recubiertas de oro, piedras negras “hechas manera de escorpión” y gran cantidad de joyas de corales, con buena cantidad de collares de cuentas de azabache y ámbar todo ello engarzado generosamente en oro en forma de hilos y torcidos, o en gruesos cordones de sedas de distintos colores. Doña Isabel no llegó a poseer la cantidad de perlas de sus descendientes, pues por una cuestión de tiempo no accede a gran cantidad de las llevadas de América, sin embargo transcribo una porción y a la vez una nada de los cientos y cientos asientos de sus bienes y adornos, que quedan para otra vez.
-Cinco hilos de perlas gruesas puestas en vnos hilos de seda negra y en cada hilo catorze perlas e vna cuentesyca en cada vno
-Otros syete rramales de perlas medianas, puestas en hilos de seda negra y en cada hilo quatro cuentas de azabache negro, tyene los seys hilos, cada vno diez e seys perlas e el otro tiene catorze…
-Doze perlas muy gruesas de diversas hechuras.
-Seys perlas berruelas de las de las Yndias, horadadas por los suelos.
-Vna perla hogaçuela, horadada por baxo…
-Catorze perlas, algunas muy gruesas…
-Çiento e cuarenta e seys perlas puestas en vn hilo blanco
-Otras syete perlas que estauan cosidas en un papel.
-Vn talegon de aljófar granado e menudo negro, qui dizen que es lo que truxo Cristoual Guerra en el postrero viaje…
-Quinze hilos de perlas gruesas e medianas, berruelas…que es de las que truxo el dicho Cristoual Guerra…
-Vn marco e tres onças… de perlas gruesas… de las que se truxieron de las Yndias, de las que truxo Cristoual Guerra…(9)
Son pequeñas muestras sacadas al azar de la cantidad de perlas que posee la reina Isabel y como se puede apreciar las “gruesas” son de las Yndias. Termino aquí y dejo para otra ocasión la elegancia de Isabel.
(1) Isidoro de Sevilla, San. Ethimologías. Biblioteca de Autores Cristianos. Madrid. 1983. Acerca de las naves, edificios y vestidos.
(2) Covarrubias Orozco, Sebastián de. Tesoro de la Lengua Castellana o Española. Madrid. 1611.
(3) Marques, Fray Antonio. O.S.A. Afeite y mundo mujeril. Barcelona.1964. Libro I. 13.
(4) Homero. Himnos o Proemios. Barcelona. 1927. Himno V.
(5) Homero, ob. cit. Himno VI
(6) Marques, ob. cit.
(7) Ob.cit.
(8) Cervantes Miguel de. El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha. Austral. Buenos Aires. 1941.
(9) Torre y del Cerro, Antonio de. Testamentaría de Isabel la Católica. Barcelona. 1974.