Por el tiempo en que transcurren los hechos que narra la Biblia, se constata que los perfumes son ampliamente conocidos y usados por los protagonistas. La historia del perfume a nivel bíblico comienza de la mano del mismo Jehová. Quiere Éste darles el deleite y espectáculo de los perfumes a los hombres, pero no el secreto reservado al gran sacerdote perfumista, de manera que no trascienden los ingredientes. Se trata de una fórmula solamente compartida por los sacerdotes del Tabernáculo, que no iba más allá de preparar el óleo sagrado, además de la preocupación por conseguir y quemar en su honor, incienso y otras maderas similares; es de suponer, atentos a lo anterior, que mientras no se infrinja la ley y no trascienda a los hombres, el perfume queda esplendoroso, a buen recaudo, lejos de los sentidos, envuelto en la gracia. Por el contrario, no ocurre lo mismo si el perfume sale del templo y es usado por hombres y mujeres. La Biblia es parca al referirse al uso de perfumes por parte de las mujeres, que debió ser copioso pues llegado el momento de los castigos deplora su uso. Así sucede ante las hijas de Sión que transmite Isaías.
Ante la soberbia, lascivia y desvergüenza demostrada por las judías, el Señor como castigo no solamente descubrirá sus vergüenzas que es tremendo castigo por aquellos días, no muy distinto al que después ha de sufrir Jesús en carne propia; así, además del expolio de sus atavíos, adornos y utensilios para alcoholarse, incluidos los pomitos de olor, llegará la pena: “en lugar de los perfumes aromáticos vendrá hediondez; y cuerda en lugar de cinturón, y cabeza rapada en lugar de la compostura del cabello; en lugar de ropa de gala ceñimiento de cilicio y quemadura en lugar de hermosura”. (Is. 3. 16-26) Deja trascender que existen perfumes de dos clases, el que cumple con el culto y el que se usa, pero que solo trasciende a la hora de los castigos, como causa y efecto del mismo mal. Claro, que también aparece unido al conocimiento, como acontece en el pasaje del rey Ezequías y de igual manera en el de Salomón.
Cuando ante el primer rey se presentan emisarios de Babilonia, ni bien los oyó “les mostró toda la casa de sus tesoros de plata, oro y especias, y ungüentos preciosos” El trasiego de ungüentos y perfumes en forma de regalos era común entre los pueblos antiguos como lo atestigua la visita que la reina de Saba y su séquito realizan al rey Salomón al que todos quieren ver y tratar por su fama de sabio.
Visita de la Reina de Saba al Rey Salomón (1890) - Sir Edward John Poynter 1836-1919
|
La reina llega cargada de regalos, “y dio ella al rey ciento veinte talentos de oro, y mucha especiería, y piedras preciosas: nunca vino tan gran cantidad de especies, como la reina de Saba dio al rey Salomón” (1 Reyes 0.10) Y con la gran cantidad de maderas de sándalo construyó Salomón balaustres, salterios y arpas, que tanto sería tañidas en alabanza de Dios como para fruición y regocijo de los mortales que le rodeaban, y especialmente de las mujeres que alcanzaban hasta la abundante cifra de mil: setecientas reinas y trescientas concubinas. Se necesitan numerosos aromas y cosméticos para satisfacer el ansia de la carne y alertar al deseo, además de las resinas especiales para el culto, puesto que todas cumplían con sus deberes de proveer incienso para quemar a los dioses. El mismo templo se erige oloroso, merced a las maderas duras, como el cedro, el ciprés o el sándalo que Salomón trae especialmente del Líbano y de donde ha quedado la frase “oler a Líbano”
No es de extrañar que el perfume surja espeso, pecaminoso y mórbido en los Proverbios:
He salido a encontrarte y te he hallado
He adornado mi cama con colchas
Recamadas con cordoncillo de Egipto;
He perfumado mi cámara
Con mirra, áloes y canela.
Ven embriaguémonos de amores hasta mañana. (Prov. 7)
Ante el primer resquicio bíblico el perfume se liga a la seducción y concupiscencia de la carne. Por otra parte es de señalar la buena acogida de los perfumes, o al menos, la ausencia de diatribas cuando quienes los usan son los reyes, como acontece en el pasaje del rey Asuero, aunque no se corresponda con el pueblo levítico. Su mujer, la reina Vasti, de gran belleza, desoye la orden de comparecer delante de sus invitados y ante tal negativa, el rey busca vírgenes por sus dominios apareciendo Esther, que esconde su origen judío. Así, “cuando llegaba el tiempo de cada una de las doncellas para venir al rey Asuero, después de haber estado doce meses conforme a la ley acerca de las mujeres, pues así se cumplía el tiempo de sus atavíos, esto es, seis meses con óleo de mirra y seis meses con perfumes aromáticos y afeites de mujeres” (Esth. 2.12) No está de más aclarar que esta especie de inmolación traerá como consecuencia la salvación de los judíos que moraban en Persia. Es decir, el perfume pecaminoso traspasando la frontera de lo permitido, pero sin pecado, pues se trata de fuerza mayor.
Solamente en dos oportunidades, la Biblia presenta a los perfumes sin cortapisa alguna. En el Cantar de los Cantares y en el pasaje en que Jesús se halla en casa de Marta y María. El Cantar es un bellísimo oasis henchido de agua fresca, en donde ni los Santos Padres, ni los teólogos, son capaces de abrevar. Tanta frescura les enfría, tanto erotismo les hace temblar de la cabeza a los pies, tanto ungüento derramado por la carne les provoca a la tergiversación; la claridad restallante de la belleza les asusta y lo que se presenta simple termina en complejo y abigarrado:
3 A más del olor de tus suaves ungüentos
Tu nombre es como ungüento derramado
……………………………………………..
12 Mientras el rey estaba en su reclinatorio,
mi nardo dio su olor
13 Mi amado es para mí un manojito de mirra,
que reposa entre mis pechos.
……………………………………………….
16 Mi amado es mío, y yo suya;
El apacienta entre lirios
Drazenka Kimpel
|
La joya perfumada que es el Cantar de los Cantares casi engarzada a contramano de toda la masa conceptual bíblica, tiene tal fuerza con la fragancia de sus aromas, que se meten de rondón por los áridos entresijos de los demás paisajes. Es un alto en el camino para embriagarse de amor perfumado. Cristianos y rabinos desorientados no atinan en el quehacer, y dudan en dejar el botecillo abierto y en libertad los aromas, o ahogarlos con las ataduras de las más peregrinas interpretaciones. Que amor y perfume no saquen de madre a los hombres por tanta turbación, transporte y arrebato, y optan por diluir en los libros la potencia y concepto global. De manera que la Iglesia esparce la idea, de que el perfume para salvarse debe volver a Dios; y sin reparo alguno alega que en el Cantar el amor referido no es mortal sino divino. Por estos aires pretende volar el poeta de mayor alto vuelo. Pero al final o desde el principio, san Juan de la Cruz termina extraviado en estremecimientos de cilicios perfumados. Al fin y al cabo, los perfumes ungen los sentidos y marchan desde inmemorial junto a Eros y en consecuencia, los moralistas encuentran que los caminos se tornan inquietantes y surge el anatema. Pero ya Plinio en su Historia Natural, eso si, sin anatemizar, había escrito un párrafo singular; “los ungüentos luego se exhalan y resuelven y mueren con sus horas. El mayor bien que tienen es que, pasando alguna muger, combiden e inciten con el olor a los que entienden en otra cosa”.
“Entonces María tomó una libra de perfume de nardo puro, de mucho precio, y ungió los pies de Jesús, y los enjugó con sus cabellos; y la casa se llenó del olor del perfume” (Juan 12) Se trata de un momento crucial para el entendimiento de los perfumes. Transcurre en Betania en la casa de Lázaro donde Jesús es ungido por María. Esta palpitante y bellísima escena dueña de tanta trascendencia será relatada por los cuatro evangelistas, pero es Juan el que con más erotismo la transcribe. Aparentemente fue testigo presencial, sin embargo, al recordar la escena, no atina en como lo vio, aunque lo relata de maravilla. Llama la atención que los evangelistas Marcos y Mateo sostienen que Jesús fue ungido en la cabeza, es decir, en el “adorno” natural del cuerpo, y en tal caso el perfume busca resaltar un lugar de privilegio. Por el contrario, Juan y Lucas con bella prosa, entienden que el perfume es derramado por los pies en un acto de suprema humildad, que requiere una sustancia onerosa, de lujo, y exclusiva de Dios. En tal caso la pecadora -suponiendo sea María Magdalena- ofrece amorosamente su mayor tesoro, el perfume de nardo. De los Libros surge y se hará eco la Iglesia, que los perfumes son necesarios a Dios y vedados a hombres y mujeres; no obstante se puede apreciar por las citas que los consumían en abundancia. También es llamativo que el perfume aparezca de la mano de una ramera que prefigura tempranamente el trato conceptual que los Padres de la Iglesia otorgarán a estos temas.
|
Mateo y Marcos refieren que al ungir la cabeza el perfume se expandió por el ambiente. Por el contrario Juan y Lucas detallan la acción de perfumar. Juan dice que primero se puso el perfume y después María enjuga los cabellos. Por el contrario Lucas declara que la acción de perfumar comienza con las lágrimas que derrama sobre los pies y limpia del polvo del camino, luego enjuga o seca con los cabellos y acto seguido unge. Probablemente Juan, testigo, quedó encandilado por la atmósfera que tenía ante sus ojos y embriagado por las fragancias derramadas en un ambiente pleno de erotismo, no acierta con las pautas que se suceden y solo registra la trascendencia del hecho. Lucas que no estuvo en el sitio, pero que es médico y por lo tanto eximio perfumista, sigue las pautas de aplicación. Después de todo el perfume es lo último en el tocador de una dama y María vendedora de olores se atiene a las regla, lava, enjuga y unge.