Revista de ArteS
Buenos Aires - Argentina
Edición Nº 36
Enero / Febrero 2013
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Literatura

Afeites, diablo, y cocodrilos

Por Felipe Martínez Pérez

 

     

A lo largo de los siglos, los moralistas han considerado a la mujer un monstruo impertinente y desordenado que es necesario por todos los medios al alcance, someterla a la férula de las convenciones sociales por ellos pretendidas. El demonio que hace su aparición de forma inconveniente e inoportuna y que todo lo enreda, parece que mueve las manos de las mujeres cuando se aplican cerusa o solimán, bermellón o alcohol, despintando la verdadera hermosura. De tal modo, dicen, el afeite marchita la verdad del color chupando la gracia natural y en vez de recrearse en un rostro suave y liso, forman arrugas, ennegrecen los marfiles de la boca, descarnan los labios y tantas otras suertes que desordenan la belleza en aras de parecer unos años más jóvenes. No hay que olvidar que para los Santos  Varones, pretender rejuvenecer estaba ligado a complejos e intrincados tratos y pactos con el demonio y otros poderes mágicos; era de suyo, que la Iglesia se diera a combatir con eficacia tales desmayos.

En un círculo vicioso magia y demonio se imbrican, son una realidad, una presencia palpable que se instaura en la vida cotidiana de hombres y mujeres, acarreando desde enfermedades y problemas en las cosechas o en los nacimientos de niños y animales, hasta trastornos en el amor y en la compleja totalidad de la sexualidad. El demonio forma parte del rito de la contingencia aunque con seguridad los más empinados hombres de la Iglesia, ni siquiera creen en él, pero lo usan como herramienta disuasiva de forma similar a la sexualidad, compañera de ruta de los afeites, merced a lo que encierran en sí de transgresores por su innata capacidad para suscitar. Las mujeres como es habitual no se arredran y aunque mediante los cosméticos se puede llegar a la lascivia, o ser considerada una bruja, continúan batiendo alas de libertad, y hasta llegado el caso consultan con hechiceras para presentar mejor rostro o quitarse años.

Después de todo ese era uno de los oficios menores de Celestina, cuando ella sugiere ser “un poquito hechicera”. Esta excelente cosmetóloga se “vale” del diablo para mejor vender sus mercaderías, envueltas y tornasoladas con esa pizca necesaria de hechizo que las torna más apetecibles, pero sin creer demasiado en las virtudes diablescas, pues conoce demasiado bien a las gentes y al demonio. Celestina sabe, como años después diría Altisidora, que el diablo español anda de calzas y jubón aunque no siempre juega a la pelota con los libros a los que despanzurraba en el gran libro a cada patada. El diablo español no es el sanguinolento devil de  Hollywood, ni el que quieren ver a toda costa, ciertos hispanistas norteamericanos y nativos, cuando se empeñan en encontrarlo en cada rincón de la Tragicomedia. No cabe duda que el diablo español es un enredador y por ello tira las redes tratando de pescar proyectos humanos, pero pocas veces lo consigue y llegado el caso, se hacen cargo los especialistas capaces de extraerlo del cuerpo y alejarlo. El diablo español es de envergadura humana, al punto que usa la dialéctica para encandilar almas y cuando no puede con ellas, al igual que un niño malcriado pega patadas en las sillas, despeina a las mujeres mientras duermen o tira piedras desde el tejado a quienes le reprochan, como ocurre en los bellos marfiles de San Millán, o deambula cándidamente por las páginas de Berceo.

Tampoco cunde la alarma cuando refiere sus proezas el Padre Ciruelo contando que “hace ruidos y estruendos y da golpes en las puertas y ventanas, y echa cantos y piedras y quiebra ollas y platos y escudillas”, que lo pinta de cuerpo entero como un malcriado. Claro que las cosas pasan a mayores cuando se acerca a las camas en que duermen las mujeres y las destapa y extasiado les “hace algunos tocamientos deshonestos” lo que al parecer produce algunos miedos y “no los dexa dormir reposados”. En realidad el Padre Ciruelo se está refiriendo a las personas en general y no da noticia si en los casos femeninos la falta de reposo es placentera o atrae el displacer, porque aquí convendría señalar de una manera un tanto libidinosa el atractivo papel erótico que juega en estas cuestiones el monstruo y lo monstruoso. El diablo español es alguien con quien se platica, incluso más allá del miedo y por si fuera poco tiene su monumento en el Retiro, porque en definitiva no deja de ser un ángel caído; o en su defecto, un resabio de viejas cuestiones inmanentes, anteriores al cristianismo, algún solitario personaje que andaba a la caza por los bosques, al que le ha crecido el rabo y huele un poquillo azufrado. En suma, es una reminiscencia de lo mágico, pero con mayor presencia y corporeidad que ni las gentes han podido sacar de si en el devenir de la historia, ni a la Iglesia le interesa sobremanera exiliar tales cuestiones, pues todo sirve a la postre, para marcar el paso y el demonio es una ayuda inestimable.

O sea, un antiguo sátiro al que le han crecido rabo, orejas y pelos. De modo que en la Celestina poco diablo, solo un poco hechicera, como afirma ella misma y como ya profundizó hace años María Rosa Lida (1) El famoso cordón del conjuro es un puente hacia el exotismo y lo sobrenatural para hacer más apetecible y morboso el gesto, y peculiarmente dejarlo como una espada pendiente que de pie, tanto a la novela como a la moralina. Al fin y al cabo, todas las trabas a los amores de Calixto y Melibea, son “inventadas” para que fructifique una excepcional novela y un final feliz a cuenta de las muertes de los protagonistas. En realidad, son los investigadores quienes han quedado adheridos al sortilegio y prendidos del conjuro que lleva en su urdimbre el cordón de Melibea. Después de todo, de cinturones y cordones ya había escrito Homero con cercos similares. En tales casos importa lo acuciante y sobremanera los resultados, sin obsesionarse por la presencia o ausencia del demonio.

A la Iglesia le importa refrenar la sensualidad que se manifiesta de distintas maneras, sobre todo “arreboladas de suerte que admiren a los que las miraren, atropellan por el gusto presente con los disgustos venideros”. Mucho han dado que hablar por su apetencia hacia los más extraños afeites, producto de sorprendentes destilaciones, pues tan pronto eran dignas de admiración por el buen tino en elegir los simples con que confeccionar admirables cosméticos, como en otras ocasiones asombraban por lo raro y peregrino. Singularmente, desde tiempo inmemorial han sorprendido con el hábito de fabricarlas por medio del estiércol proveniente de distintos animales. Se cita a Galeno y san Clemente porque “no contentas con el uso del vinagre destilado de aguas de habas, de almendras y de zumo de limón para el lustre de la cara ni satisfechas de las rosas, vino, piedra alumbre para conservarla blanda; ni harta de mudas, de alcoholes, solimanes, albayaldes, gredas bermellones, alumbre, azúcares, flores de cristal, de borraj refinado y de otros mil géneros de embelecos que empobrecen las tiendas y bolsas de los maridos, han dado también en inventar agua destilada de cosa tan sucia como es el estiércol del buey y del cocodrilo hediondo”. (2)

Cuando este moralista asegura que no contentas con la cantidad de ingredientes en uso se dan a inventar destilaciones de estiércol, se podría pensar que es nueva moda; sin embargo, el hábito viene de lejos. Ya las egipcias para afilar sus rostros recogían el estiércol de los cocodrilos y dada la fama de que gozaban sus ungüentos obtendrían excelentes resultados. Por la Edad Media y el Renacimiento, las capas acomodadas abusan de él sin importar su elevado precio y quienes comercian  con él, obtienen pingües beneficios adulterándolo con otros excrementos. Plinio aconsejaba como buenas las propiedades del estiércol, y excrementos han preferido muchas brujas para la preparación de algunas de sus pócimas, amén de que buena cantidad de médicos los han recetado para la curación de las heridas. De todas maneras, este uso de orígenes tan sucios no causa buena impresión a nadie. Quevedo y Lope las tildan de insensatas, por el peligro a que exponen el cutis y por el olor atroz con que salen a la calle imposible de sufrir.

Tampoco hay que dejarse engañar, pues si bien es digno de encomio sus lícitas preocupaciones por la salud e inclusive recordar la sangrante bolsa del marido, lo que verdaderamente les interesa en el fondo, es que por medio de afeites y adornos se pasa por encima de pautas que ellos pretenden contemporicen con el concepto que tienen de la mujer. No soportan la natural transgresión de la belleza y mucho menos acentuarla con cosméticos. Por otra parte no se puede caer en la tentación de aseverar que todos los afeites ajan y envejecen la piel; abundaban los de altísima calidad y cabe esperar que la mujer encontraría en ellos, algo más que la ilusión. Distintos son los extraños orígenes ligados a la magia en que llegan:

Hasta sacar de muertos animales
las enjundias, y el sebo unto del gato,
que en la cara defiende las señales
y arrugas de la edad por largo rato,
tiénese por mejor tanto una cosa
cuanto es en sí más sucia y asquerosa.(3)

y de perro o gato, más que de cocodrilo, eran los excrementos que tanto servían para una muda de la cara como para rejuvenecer las manos:

Reçepta para las manos
Tomen suciedad de perros delablanca y muelanla y después
echenla con miel y con hueuo y ponganla en las manos y no
en las palmas y tengan lo vna noche y vn dia y después laben-
se y ponganse estas çerillas tremetina labada y axeite demata
y derrasuras y cera blanca y sebo de cabrito y de cabron y
derretido al fuego y labado hasta que este muy blanco y
ponello las manos para quitarse la suciedad del perro
sean de labar con leche de alegria y echar  vna almendrada y
antes desto sean de labar con piñones mondados y
almendras amargas y polbos de habas todo esto son cosas
probadas.(4)

Si se profundiza en cada uno de los simples se constata que estamos ante un “peeling” que tiene que dar muy buenos resultados para afilar rostros.


(1) Lida, María Rosa. La originalidad de la Celestina. EUDEBA. Buenos Aires. 1962.

(2) Marques, Fray Antonio. O.S.A. Afeite y mundo mujeril. (compuesta entre 1616-1627) Barcelona. 1964. Libro III. cap. I.

(3) Pellicer, Casiano. Tratado histórico sobre el orígen y progresos de la comedia y del histrionismo en España. Madrid. 1804.

(4) Ms. 2019. BNM

 

 

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