Revista de ArteS
Buenos Aires - Argentina
Edición Nº 36
Enero / Febrero 2013
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Recordando cine

El Gran Dictador, de Charles Chaplin (1940)

En plena guerra mundial, Hollywood produjo numerosas películas utilizadas como arma contra el nazismo, pero El gran dictador era algo más... algo demasiado peligroso para Hollywood. Los círculos más reaccionarios en Estados Unidos intentaron impedir que Chaplin la rodara. Se sentían reflejados en sus deseos más íntimos... sabían que alguna vez serviría para denunciarlos a ellos

En 1938, cuando las “democracias occidentales» apoyaron tácitamente a Franco para evitar una España roja, mientras todos los países imperialistas claudicaban ante el nazismo y en el momento en que los altos círculos financieros norteamericanos mantenían una fluida relación con Hitler, Chaplin se une a la denuncia del fascismo que encabezaban casi en solitario las fuerzas comunistas. Él mismo tuvo que acabar de financiar la película ante el boicot y las presiones de la gran industria, que no la consideraban “conveniente” para la política exterior estadounidense.

“Cuando estaba a mitad del rodaje empecé a recibir alarmantes recados de la United Artists. Les habían advertido por mediación de la Hays Office que tendría roces con la censura. También la oficina de Londres estaba muy preocupada con respecto a una película antihitleriana y dudaba que pudiera ser proyectada en Inglaterra. Pero yo estaba decidido a continuar, había que reirse de Hitler”. Charles Chaplin

Discurso final

Lo siento, pero yo no quiero ser emperador. Ese no es mi oficio, sino ayudar a todos si fuera posible. Blancos o negros. Judíos o gentiles. Tenemos que ayudarnos los unos a los otros; los seres humanos somos así. Queremos hacer felices a los demás, no hacernos desgraciados. No queremos odiarnos y despreciarnos mutuamente. En este mundo hay sitio para todos y la buena tierra es rica y puede alimentar a todos. El camino de la vida puede ser libre y hermoso, pero lo hemos perdido. La codicia ha envenenado las almas de los hombres, ha levantado en el mundo barricadas de odio y nos ha empujado hacia la miseria y la matanza. Hemos progresado muy deprisa, pero nos hemos encarcelado a nosotros mismos. El maquinismo, que crea abundancia, nos deja en la necesidad. Nuestro conocimiento nos ha hecho cínicos. Nuestra inteligencia, duros y secos. Pensamos demasiado, sentimos muy poco.

Más que máquinas necesitamos más humanidad. Más que inteligencia, tener bondad y dulzura. Sin estas cualidades la vida será violenta, se perderá todo. Los aviones y la radio nos hacen sentirnos más cercanos. La verdadera naturaleza de estos inventos exige bondad humana, exige la hermandad universal que nos una a todos nosotros.

Ahora mismo, mi voz llega a millones de seres en todo el mundo, millones de hombres desesperados, mujeres y niños, víctimas de un sistema que tortura y encarcela a personas inocentes. A los que puedan oírme, les digo: no desesperéis. La desdicha que padecemos no es más que la codicia pasajera y la amargura de hombres que temen seguir el camino del progreso humano.

El odio pasará y caerán los dictadores, y el poder que arrebataron al pueblo al pueblo volverá. Mientras el Hombre exista, la libertad no perecerá.

Soldados
No os entreguéis a esos que en realidad os desprecian, os esclavizan, reglamentan vuestras vidas y os dicen qué tenéis que hacer, qué decir y qué sentir.

Os barren el cerebro, os ceban, os tratan como a ganado y como carne de cañón. No os entreguéis a estos individuos inhumanos, hombres máquina, con cerebros y corazones de máquina.

Vosotros no sois ganado, no sois máquinas, sois hombres. Lleváis el amor de la Humanidad en vuestros corazones, no el odio. Sólo lo que no aman odian, los que nos aman y los inhumanos.

Soldados
No luchéis por la esclavitud, sino por la libertad. En Lucas 17 se lee: "El Reino de Dios no está en un hombre, ni en un grupo de hombres, sino en todos los hombres..." Vosotros los hombres tenéis el poder. El poder de crear máquinas, el poder de crear felicidad, el poder de hacer esta vida libre y hermosa y convertirla en una maravillosa aventura.

En nombre de la democracia, utilicemos ese poder actuando todos unidos. Luchemos por un mundo nuevo, digno y noble que garantice a los hombres un trabajo, a la juventud un futuro y a la vejez seguridad. Bajo la promesa de esas cosas, las fieras subieron al poder, pero mintieron; nunca han cumplido sus promesas ni nunca las cumplirán. Los dictadores son libres sólo ellos, pero esclavizan al pueblo. Luchemos ahora para hacer realidad lo prometido. Todos a luchar para liberar al mundo. Para derribar barreras nacionales, para eliminar la ambición, el odio y la intolerancia.

Luchemos por el mundo de la razón, un mundo donde la ciencia, el progreso, nos conduzca a todos a la felicidad.

Soldados.
En nombre de la democracia, debemos unirnos todos.

 

François Truffaut escribe sobre "El gran dictador"

Charlie Chaplin realizó The great dictator en 1939-40, pero el público europeo no pudo contemplarlo hasta 1945. ¿Se ha quedado viejo o no? La pregunta es casi absurda y podríamos responderla con un “sí, por supuesto, naturalmente”. The great dictator ha envejecido ¡y qué! Ha envejecido como envejeció J’accuse de Zola, como envejece un editorial político o una conferencia de prensa. Pero sigue siendo un documento admirable, una pieza única, un objeto útil que se ha convertido en obra de arte. Y Chaplin tiene todo el derecho del mundo a reestrenarla si con eso consigue los millones necesarios para financiar su próxima película, Charlot en la luna.

Llama la atención ahora, en 1957, al volver a visionar The Great Dictator, su voluntad de ayudar al prójimo a ver más claro. Me resulta odioso ese prejuico
que declara inoportuna toda obra ambiciosa que tiene por autor a un cómico famoso. Su primera época es la buena, dicen, aunque la admiración prestada haya nacido de puro snobismo. Pero sucede a menudo que los snobs queman lo que han adorado en el momen to en que su culto está verdaderamente justificado.

Cada vez que oigo: “Ahora Chaplin se pone serio, señal de que su obra está acabada”, no puedo evitar el pensar lo contrario: su obra comienza. Un artista trabaja o para “hacerse un bien” a sí mismo o para “hacer un bien a los demás, y quizás sólo los grandes artistas son capaces de resolver a la vez sus propios problemas y los del público. Primero hay que existir, luego hacerse conocer y, por último, ahcerse reconocer. El artista cómico no espera a que la gente vaya a él. Es él quien se adelanta como clown, mimo, bufón o cantante.

El artista cómico se lo debe todo, incluidas sus ideas sobre el hombre, a ese público que ha latido al unísono con él. Por eso no consiento que se diga de Chaplin: “Le han repetido tantas veces que era esto o lo otro que ha llegado a creérselo”. o lo consiento, porque si le han dicho repetidas veces que es un poeta o un filósofo es porque era verdad, y no sé por qué no iba a creérselo. Y sin pretenderlo ni pensarlo va a ser aplaudido o rechazado por espectadores de doce años que tal vez no haya visto nunca un retraso de Hitler, Mussolini, Goering o Goebbels.
En uno de sus más célebres artículos, André Bazin creyó ver en The great dictator un ajuste de cuentas de Chaplin con Hitler ¿Motivos? Hitler se lo había merecido al usurpar a Chaplin su bigotito y al haberse endiosado. Chaplin ha conseguido que el bigotito de Hitler forme parte del mito de Charlot, y con ello ha reducido a la nada el mito del dictador. En 1939 debían ser, en efecto, Chaplin y Hitler los dos hombres más famosos del mundo. Al incorporar Chaplin a Hitler rindió un gran servicio a la gente sin saberlo. Y ahora que es consciente de ello, ¿por qué no habría de seguir siéndole útil, y más útil todavía, si cabe?

El extraordinario auditorio que Chaplin concita con su talento le impone una enorme responsabilidad. No se trata de que él se crea investido de una misión, realmente lo está. Y, en mi opinión, pocos hombres públicos, politicos o forjadores de ideologías, se han dedicado a su misión con tanta probidad y eficacia.

The great dictator es una película que ciertamente en 1939 podía afectar al mayor número de espectadores posible y en la mayoría de los países. Es en verdad una película histórica, la pesadilla dolorosamente premonitoria da un mundo enloquecido del cual Noche y Niebla iba a levantar un acta fiel. Ninguna película pasará de moda tan dignamente como El dictador, puesto que nadaa obsta para imaginar por separado las fuerzas maléficas por un lado y las benéficas por otro. De ahí la necesidad de reunirlas a ambas en un único film para oponerlas y para repetir, diecisiete años después de The pilrgrim (El peregrino), la divertida pantomima de David y Goliat.

The great dictator no es sólo una farsa defensiva, también es un ensayo muy, muy preciso sobre el drama judío y las delirantes ambiciones racistas del hitlerismo. Casi de la misma manera que en La Marsellesa de Jean Renoir, dos series de esquemas se alternan, el palacio hitleriano y el ghetto. En la medida en que se puede ser objetivo cuando está en juego la propia piel, Chaplin opone los dos mundos; se ríe ferozmente del primero, y con ternura del segundo, mientras respeta escrupulosamente la verdad étnica: las secuencias del ghetto son fluidas maliciosas, astutas, casi bailadas.
Las del palacio hitleriano son bruscas, automáticas, frenéticas hasta el ridículo. Por parte de los perseguidos, unas fuertes ganas de vivir y un desenfadado que roza la cobardía (la escena del sorteo para el sacrificio), por parte de los perseguidos, un fanatismo imbécil.

Cuando al final de la película, y dentro de la mejor tradición de la comedia, se llevan al pequeño barbero judío para reemplazar al Gran Dictador, del que es sosias -¡elipsis genial: en la película no se hace alusión alguna a este detalle!-, está lloviendo, y es el momento de los discursos famosos, del mensaje evidente y elemental que me cuidaré mucho de lamentar en aras de un mensaje más solapado y camuflado.

Los comentaristas, y especialmente BAzin, han señalado que el discurso final de El gran dictador marca el momento crucial de toda su obra porque se puede ver cómo desaparece paulatinamente la máscara de Charlot para ser sustituida por el rostro, sin maquillaje, de Charles Chaplin en persona, un hombre ya canoso. Lanza al mundo un mensaje de esperanza, cita el evangelio, y sus palabras se dirigen evidentemente a la raza oprimida que espera la felicidad al realizarse su sueño mesiánico.

Chaplin no quiso que la palabra “fin” se sobreimpresionase sobre su rostro sino sobre la imagen de Paulette Goddard a la que puso el nombre de su propia madre, Hannah, palabra palindrómica (que puede leerse en todas las direcciones) que resume magnificamente todo el sentido de la película porque Hitler es el barbero judío a la inversa… A su madre es a quien invoca al término de su discurso mientras Paulette Goddard, en un plano sublime, postrada por tierra se yergue para escuchar su llamada: “Levanta tu mirada, Hannah.. Mira al cielo, Hannah, ¿has oído? ¡Escucha!”.

 
Fuentes:
www.ddooss.org
TRUFFAUT, F. Las películas de mi vida. Bilbao, Mensajero, 1976.
Youtube.com

 

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