Literatura
Lunares y tabaco
Por Felipe Martínez Pérez
Por el siglo XVIII los falsos lunares son el no va más de la moda. Se les llama vulgarmente moscas; tienen la función de posarse cual pequeñísimas salpicaduras de sombra y contrastar con la enceguecedora luminosidad de la piel. Se alejan de la antigua y estricta forma más o menos redondeada y de discreto tamaño y caen en osados refinamientos de cortes, diseños y proporciones de diversa geometría, y así, unas veces semejan círculos y otras, medias lunas o estrellas desprendidas del cielo; al parecer estas damas se inspiran mirando a las alturas. La moda atrapa a todas las capas sociales. Lo lleva con insolencia y descaro la mujer principal y no prescinde de ellos la de menor calidad que, airosa y esbelta, sueña seductora. A la postre, ambas envían provocadores mensajes cifrados, henchidos de sospechosos presagios, en clara consonancia con la carnal posición geográfica.
Salen a la calle, bien pertrechadas de lunares, combinando de acuerdo al humor, al amor y al honor, pormenorizadas posiciones y tamaños; una estrategia que privilegia aquellos que andan sueltos por las cercanías de ojos y labios. La mayoría de los lunares que se dibujan después de un caprichoso y largo trasiego de sensaciones hasta dar con el sitio adecuado, son estentóreas señales de coquetería y no pocas alternan con la necesidad y pretensión de dar brillo a menguados encantos. Los conocimientos que la mujer tiene para el embellecimiento no tienen límites y sabe el llamativo y excitante clamor de un punto negro que rompe la blanca superficie de un rostro; de la misma manera, no cabe duda, que en especial circunstancia puede llegar a ocluir la imperfección. En ambos casos se convierten en reclamo de la mirada que, esclava, encandilada y trastornada, no logrará salir del acuciante llamado mientras subsista tan estimulante presencia.
Ingente acopio de lunares presenta la portuguesa doña María Bárbara de Braganza, la esposa de Fernando VI, que los necesitaba de forma imperiosa para distraer la atención de los enormes hoyos que habían dejado las viruelas, hasta convertirse en una cuestión de estado muy debatida por los embajadores de ambas Cortes y sobre todo, por el español Marqués de los Balbases que en Lisboa pretendía, de cualquier modo y a cualquier precio, hacerse con el retrato, por medio del cual presentarle sus gracias al príncipe español. Se dieron largas al asunto, mientras los médicos portugueses trataban con toda la ciencia a su alcance de exiliar los hoyos o al menos mitigarlos. Al principio ante la “espumación de la sangre, y extravío de los sueros” habrán aplicado para quitar las manchas, leche virginal, aceite de bellotas, agua de caracoles y el Agua de la reina de Hungría que gracias al romero, acudía solícita a cuanta enfermedad era llamada. Sin embargo, resistieron los hoyos y de nada sirvieron terapéuticas más drásticas, como las socorridas Aguas de Belleza confeccionadas con clara de huevo, ni las más penetrantes con alumbre, ni los peladores de Alexo Piaamontés que llevaban la trementina y el alumbre, pues es de suponer que todo esto se usó.
No obstante, al fin, conseguido el retrato, la dama se encontraba en todo el apogeo de su belleza, merced a que los pinceles portugueses obviaron para la posteridad las diseminadas oquedades. De todas maneras y a pesar de tanto esmero, la princesa no solo llevó hoyos sino que su magnitud era tal que, incluso, presentaba retracciones hasta los párpados. Llega a España con un imponente ajuar en que descuellan multitud de tocadores, donde a buen recaudo porta cosméticos, medicinas, lunares y tabaco. De tal manera derrama por los aposentos de la Corte y Sitios Reales sus herramientas de belleza, para ser usadas en las circunstancias y lugares que la ocasión permita.
“Asi mismo hauia como trahido dePortugal por SuMagestad, encadha arca vn recado de platta detocador de camino, devn espexo con marco de platta: dos caxas para polbos: ottras dos para mantteca, y masilla: ottra larguitta para alfileres: vna escribania de tinttero Salbadera, yoblehera con su plattillo: Dos tazittas con sus platillos embuttido todo deplatta y por vlttimo vn zepillo regular”.(1)
Se constata, que para salir del paso, la reina, atesora una masilla que junto con la manteca se aplica como una capa alisadora, muy del estilo de los pañuelos de Venus con cera. No obstante, sabe que es muy efímero el tiempo que dura, pues incluso, con el calor de la piel tiene tendencia a deslizarse; que es de suponer la traería de los nervios y quizás sea la causa de su afición al tabaco.
La reina debía pasar buena parte de su tiempo dedicada a fumar; lánguida, reclinando sus rollizas carnes en mullidos sillones, sola o en amable plática con sus damas, o en su “aposento” mientras no pierde el más mínimo detalle de la escena teatral. Desconozco si su mayor inclinación era hacia el tabaco en polvo como rapé, o en “humo”; aunque lo más probable es que alternaría y en algunas oportunidades, para probar, habrá hecho uso del tabaco en hoja que eran las tres maneras acostumbradas.
Tampoco se puede columbrar el grado de tolerancia, pues a juzgar por algunas historias clínicas que he tenido a la vista, aparentemente presentaba trastornos bronquiales de tipo asmático. De todas maneras por aquellos tiempos, el tabaco, además de vicio, era medicina para los achaques del corazón, del cerebro y para casi todo.
“Dizen que es bueno para las ventosidades, vaguidos de cabeça, catarros, flemas, corrimientos, y si en esto pararan dixeramos que sin duda tenia virtud para los males de cabeça con el nombre que quisieran; pero veremos que de alli saltan a los pies diziendo es bueno para la gota que aflige aquellas partes, y las manos, y luego para los intestinos, males de orina, almorranas, y finalmente dolores, y heridas y no sabemos de uno de los que lo usan, que se tenian de tales achaques aya mejorado, y sabemos de muchos que sin tenellos an enfermado, sin que el tabaco lo estorbe”. ( 2 )
Esta es la crítica que este autor hace un siglo antes de que llegue a España María Bárbara. Pero de esto la reina ni se entera ni quiere enterarse porque por todos los aposentos se encuentran cajas y petacas de tabaco por doquier, en mesas, bufetes, bargueños, tocadores, arcas, arquitas, todo lo cual denuncia su acendrada costumbre, sin acertar con la vía de acceso que tanto podía ser como “lo vsan los viciosos en poluo, y por las narices, y del molledillo de la mano sobre el asiento pulgar, que mas parece entretenimiento para passar tiempo (como lo es) que medicina” ( 3 )
“Vna caxa paratabaco echa conforma decanastillo, guarnezida toda de
diamantes brillantes
Ottras sesentta y ttres caxas para tabaco, de varias echuras y guarniciones
mettidas todas en vn caxonzito de maderas finas, forradas por dentro
entreziopelo verde
Ottras veinte caxas vnas guarnecidas, y ottras no” (4)
Pero con tantas anfractuosidades que traía en el rostro, mientras fuma en su tocador delante de un espejo muy bien ornamentado de los de Venecia se prueba distintos lunares buscando el punto óptimo del reclamo. Para cada ocasión tiene el lunar idóneo, tal la exorbitante diversidad de formas, colores y tamaños, que aparecen al abrir sus arcas:
“Vna casita de Concha (guarnezida de diamantes) del tamaño de vn real de ancho, Que es para lunares Ottra caxita para lunares, que es de oro, guarnezida de Diamantes, y esmalttada de Borde, Yazul, que tiene dentro cinco piedras cornelinas en un engarze, y esttá metida en vna Caxa dezapa verde fina” ( 5 )
Reinas, mujeres distinguidas y hasta plebeyas, guardan en sus tocadores un amplio surtido de substancias que tienen la capacidad colorística de dibujar la impronta del deseo. Algunas se sirven de la melanteria o calcitide que desde antiguo es habitual para teñir de negro los cabellos; otras se aplican la piedra vulgar que “llamamos aceche en Castilla… en mojándola con un poquito de agua, luego se vuelve negra” ( 6 ). En realidad, sirve todo lo usado para teñir los cabellos, como es el caso de la piedra infernal que contiene sales de plata, también conocida como agua de Egipto o con agua de China que también contiene plata. Y cuando las damas no tenían a mano nada de lo anterior y apremiaba la salida, les bastaba con un poco de negro de humo o un clavo de olor calcinado. Pero no solo pintaban moscas o lunares también pegaban en el rostro pedacitos de tela o parches, de los cuales se hablará en otro artículo.
( 1 ) Tabla de lavariedad devienes que comprende esta copia delInventario dela Señora Reyna Doña maria Barbara de Portugal. Madrid. 1760. Biblioteca del Palacio Real. Patrimonio Nacional.
( 2 ) Ximenez, Bartolomé. Reforma de Trages, Doctrina de frai Hernando de Talavera primer Arçobispo de Granada. Granada. 1638.
( 3 ) Ximenez, Ob. Cit.
( 4 ) Tabla de lavariedad de bienes…
( 5 ) Tabla de lavariedad de bienes… Ob. Cit.
( 6 ) Dioscórides, Pedacio y Laguna, Andrés de. Acerca de la materia Medicinal y de los venenos mortíferos. Ediciones de Arte y Bibliografía. Madrid. 1983.
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