Hace poco estuve en Vivar. Es un pueblo pequeño y con gloria. Vivar es el pueblo donde nace el Cid. Vivar está muy cerca de Burgos. Un poco más de tres leguas. El Cid está unido eternamente a Burgos. El Cid es hombre de ríos. El río Ubierna lo ve nacer y lo ve partir. Lo he visto ahora en Vivar en un día lluvioso y con niebla. El Ubierna se me aparece y desaparece entre los álamos. Los ríos del Cid son a la vez frontera y exilio. Siempre nostalgia. La casa del Cid en Burgos esta cerca del Alarzón. El Alarzón es el río de Burgos. Es el río que lo ve partir luego del encono con el rey. El Cid, caballero de pro y alférez del rey le hace jurar que no ha participado en la muerte del hermano. El Cid es desterrado.
El Cid a poco de traspasar el Arlanzón torna la cabeza hacia atrás y mira la glera y el agua que pasa y corre. Ni el río ni el Cid están quietos. El Cid espolea su caballo. Algunos de los caballeros que le acompañan tienen empañados los ojos, al igual que el protagonista. El Arlanzón le señala que se ha convertido en extranjero. El Cid lleva la imagen del agua en sus pupilas. El agua del Alarzón a la manera de espejo recoge la angustia que sale del pecho del caballero. Pupila y río, el Cid cabalga. Da comienzo a su andadura de gloria. Atrás queda un río, el primero que aparece en la literatura castellana. Al poeta le han bastado cincuenta versos y el río burgalés sale a escena como los juglares que juegan a ser otros y ellos mismos.
Unamuno es poeta de tres ríos. Nervión, Tormes y Bidasoa. Infancia, plenitud y exilio. El Nervión se hace ría anchurosa y navegable cuando pasa por Bilbao. Las aguas que bajan raudas y caudalosas de la montaña llevan en sus entrañas los ojos empañados de los emigrantes para América. Orilla izquierda, mi barco espera, blanco como el azúcar. Unamuno lleva al Nervión en su corazón y da forma y sentido a sus mitos ancestrales y al alma de sus gentes. “Tú que guardas sus dichas y sus penas/ los siglos por tu cauce resbalaron/ llevándose la historia hacia el olvido.” Unamuno piensa aquí en sus caseríos y en Manrique, el de aquellos ríos que van a dar a la mar que es el morir. El Tormes es el río de Salamanca y el más cantado por Unamuno. Es un río universitario. Universidad y Tormes trasiegan faenas, fama y fortuna.
Estudiantes y amores. Escolástica y sueños. El Tormes alienta poemas y a su vera surgen poetas. Unamuno, Fray Luis de León, San Juan de la Cruz. Unamuno camina por la ribera del Tormes y habla solo, consigo mismo, aunque lleva siempre algún interlocutor. En el romance se oye aquello de que no digo mi canción sino a quien conmigo va. Unamuno la enarbola y se la canta a si mismo. Unamuno no dialoga, monologa, igual que secularmente lo viene haciendo el Tormes. El huidizo halcón de Calixto sobrevuela el Tormes y recala en el huerto de Melibea. Desde la casa de Celestina se ve el Tormes que no duerme y deja atrás el puente romano. Acaece el drama y el primer suicidio de nuestra literatura. Melibea se arroja desde las almenas. El Tormes continúa con su canto eterno.
El Bidasoa es el tercer río de Unamuno. Esta orilla es España la de enfrente es Francia. Unamuno exiliado mira a España por encima de las aguas del bilíngüe Bidasoa. Pena y límite y manantial de palabras que orlan la literatura castellana. El ojeo es un dolor. El Bidasoa es también el río de Pío Baroja. En su orilla nace y crece y de sus aguas bebe. Ríos literarios. Ríos y exilios. Amor y frontera. Por su parte el Carrión da nombre al pueblo que eligió vivir a su vera. En Carrión de los Condes los peregrinos pasan y pasan, llenando con sus voces y pasos centurias de cultura. El Carrión vio nacer al Marqués de Santillana. Por las verduras que crecen a su albedrío en sus márgenes ha visto por vez primera las flores silvestres de la primavera y la sensualidad de la fruta que irradia aroma al estío. El paisaje se convierte en poesía.
Amor se viste de pastora y tiende sus manteles a la vera de los vellones que restallan al sol. Los pastores son príncipes que buscan amiga o hermana. Las hijas del marqués se visten de serranillas y miran su hermosura en el río. El río es espejo y concepto. A la vera del Carrión se oyen infinidad de voces distintas. Distintos son los orígenes de quienes las dicen. Son notas musicales que triscan al igual que los corderos. Y del cordero la zamarra para el poeta, que es pastor. Pastorelas que beben y sueñan a la vera del Carrión. El Tajo es el río que da cauce eterno al Imperio. Es un río imperial y religioso. Por entre sus aguas encrespadas surgen soldados y capitanes, letanías y procesiones.
Doña Isabel, la emperatriz mientras espera a Carlos guerreando por Europa acrecentando fama y estados, baja con sus damas al Tajo. Sus damas le dan confites amasados con agua del Tajo. Y con agua del Tajo confecciona hacendosa la carne de membrillo que le envía a los frentes. Y con agua del Tajo está hecha la tinta con la que escribe en portugués que le espera. Tajo, tinta y amor. Y las aguas argentíferas para ensalzar su belleza. Después la otra Isabel, la de Francia, esposa del segundo Felipe, se hará llevar a Madrid tinajas con agua del Tajo. Aguas imperiales para las mudas de sus bellos rostros. En el Tajo abrevan las figuras espirituales de El Greco. Hienden el aire para mejor ver las aguas serpenteantes. El Tajo es Toledo y Toledo es más con el Tajo. El Tajo la circunda y abraza amorosamente.