El cuento
El cuento narrado en audio
La escena cinematográfica
La canción
Petronio, político romano del siglo I d.C, muy cercano al emperador Nerón, conocido como el Arbitro de la Elegancia, por su buen hacer en los menesteres del ocio y el lujo, ha pasado a la historia como el autor de una de las primeras novelas picarescas de la historia: El Satiricón, (60 d.C). El relato que nos ocupa se halla dentro del episodio de la «Cena de Trimalción» y a
partir de entonces la fábula se difunde por toda Europa bajo la autoría de
Petronio.
Esta historia de la viuda inconsolable que se deja seducir por un desconocido, una historia misógina de carácter cómico-satírico documentada desde la literatura greco-latina en versiones de Esopo y de Fedro, al parecer tuvo su origen remoto en Oriente,
donde abundaron los cuentos sobre viudas infieles, y se documenta en la tradición budista (Uther 2004, tipo 1510).
La situación a que alude la anécdota, a juzgar por la multiplicidad de versiones provenientes de diversas épocas, parece convocar inquietudes poderosas del inconsciente social.
En la tradición medieval encontramos la historia de "La matrona de Éfeso" en la obra del clérigo inglés Juan de Salisbury, Policraticus, y en un Novellino italiano del siglo XII. Paradigma de la lujuria y la falsedad de las mujeres, pasó enseguida a los ejemplarios medievales, como la famosa Historia Septem Sapientum Romae (s. XIII) y los exempla de Jacques de Vitry y de Etienne de Bourbon. Y en el siglo XIV es el tema de un exemplum de la Scala Caeli del dominico francés Jean de Gobi, de donde la toma la Novella de Diego Cañizares (s.XV), en la que aparece una nueva versión que se aparta de la clásica.
Junto a las nuevas versiones que se van elaborando, la fábula latina se recoge en las colecciones fabulísticas europeas, en textos literarios y en tratados didácticos hasta el siglo XVIII. Así, aparece documentada en el Fabulario Portugués del s. XV con el título de “A viúva e o alcaide”, y en versos endecasílabos la recoge el Romancero general de Miguel de Madrigal (1605) como “Carta contra los vicios de las mujeres”.
Para las viudas, los afeites, y el
mundo mujeril, habían acabado. La literatura de todo tipo es rigurosa -y hasta cruel- con
respecto a las viudas. Fallecido el marido debían estar muertas al
mundo. Pretendían y exigían que la buena viuda aprendiera a serlo de veras, y recordara que cuando la casaron, de
ella y de su marido se hizo una misma carne, así que, forzosamente, muriéndose el marido, quedaba
muerta la mitad de ella. Por esa razón los velos cubrían desde la cabeza hasta la mitad de su cuerpo, como una mortaja, porque la mitad de su cuerpo debe estar muerto. Estas eran viudas
de Dios, aunque había otras muchas calificadas como viudas de burla y viudas
del diablo. Estas últimas se mostraban "llenas de olores y afeites, dando lustre al rostro con
vinagres destilado, con aguas de habas y boñigas de buey refrescan la tez, ablandan la carne
con aguas de almendras y pérsigo y con zumo de limón". La sabiduría popular sentencia lo que la literatura manda:
Viuda que se arrebola, para mí que no duerme sola.
La versión oral más conocida en la Península Ibérica sobre el tema es “La falsa esposa”, que cuenta la historia de un labrador que -para probar la fidelidad de su mujer-acuerda con su criado fingirse muerto y comprueba finalmente cómo la llorosa viuda acaba cediendo a las muestras de cariño de aquél. El cuento aparece en 1589 en el tratado de moralidad Diálogos familiares de la agricultura cristiana, de Juan de Pineda, con el título “Muérete y verás”. Es también recogido por Teófilo Braga en el Algarve (s XIX) con el nombre de “Alería da viúva”, y por Aurelio Espinosa (1946) en la provincia de Ávila. En la recopilación de literatura popular vasca publicada en 1935 por R. M-Azkue, aparece la historia con el título de “Biziak ezagutzeko” (Para conocer a los vivos, morir). Ya en el año 2000 la investigadora Camino Noia Campos recoge una versión gallega del cuento de la viuda, “Os homes e a mula”, que se suma a otras producciones orales recopiladas y a una literaria escrita por Rosalía de Castro en 1864 con el título de “Conto gallego".
La Matrona de Efeso
En Efeso había una matrona con tal fama de honesta que hasta venían las mujeres a conocerla desde países vecinos. Esta matrona perdió a su esposo y no se contentó entonces con ir detrás del cuerpo con los cabellos en desorden, como es costumbre entre el vulgo, ni con golpearse el pecho desnudo ante los ojos de todos, sino que fue detrás de su finado marido hasta su tumba y luego de depositarlo, según la usanza de los griegos, en el hipogeo, se consagró a velar el cuerpo y a llorarlo día y noche. Sus padres y familiares no pudieron hacerla cejar en esa actitud que, llevada a la desesperación, la haría morir de hambre. Hasta los magistrados desistieron del intento al verse rechazados por ella. Todos lloraban casi como muerta a esa mujer que daba ejemplo sin igual consumiéndose desde hacía ya cinco días sin probar bocado. La acompañaba una sirvienta muy fiel que compartía su llanto y renovaba la llama de la lamparilla que alumbraba el sepulcro cuando comenzaba a apagarse. En la ciudad no se hablaba de otra cosa que no fuera de esta abnegación, y hombres de toda condición social la daban como ejemplo único de castidad y amor conyugal.
En ese tiempo el gobernador de la provincia ordenó crucificar a varios ladrones cerca de la cripta donde la matrona lloraba sin interrupción la reciente muerte de su marido. Durante la noche siguiente a la crucifixión, un soldado que vigilaba las cruces para impedir que alguno desclavase los cuerpos de los ladrones para sepultarlos, notó una lucecita que titilaba entre las tumbas y oyó los lamentos de alguien que lloraba. Llevado por la natural curiosidad humana, quiso saber quién estaba allí y qué hacía. Bajó a la cripta y, descubriendo a una mujer de extraordinaria belleza, quedó paralizado de miedo, creyendo hallarse frente a un fantasma o una aparición. Pero cuando vio el cadáver tendido y las lágrimas de la mujer, su rostro rasguñado, se fue desvaneciendo su propia impresión, dándose cuenta de que estaba ante una viuda que no hallaba consuelo. Llevó a la cripta, su magra cena de soldado y comenzó a exhortar a la afligida mujer para que no se dejase dominar por aquel dolor inútil ni llenase su pecho con lamentos sin sentido.
-La muerte -dijo- es el fin de todo lo que vive: el sepulcro es la íntima morada de todos.
Acudió a todo lo que suele decirse para consolar las almas transitadas de dolor. Pero esos consejos de un desconocido la exacerbaban en su padecer y se golpeaba más duramente el pecho, se arrancaba mechones de cabellos y los arrojaba sobre el cadáver. El soldado, sin desanimarse, insistió, tratando de hacerle probar su cena. Al fin la sirvienta, tentada por el olorcito del vino, no pudo resistir la invitación y alargó la mano a lo que les ofrecía, y cuando recobró las fuerzas con el alimento y la bebida, comenzó á atacar la terquedad de su ama:
-¿De qué te servirá todo esto? -le decía-. ¿Qué ganas con dejarte morir de hambre o enterrada, entregando tu alma antes que el destino la pida? Los despojos de los muertos no piden locuras semejantes. Vuelve a la vida. Deja de lado tu error de mujer y goza, mientras sea posible, de la luz del cielo. El mismo cadáver que está allí tiene que bastarte para que veas lo bella que es la vida. ¿Por qué no escuchas los consejos de un amigo que te invita a comer algo y no dejarte morir? .
Al fin la viuda, agotada por los días de ayuno, depuso su obstinación y comió y bebió con la misma ansiedad con que lo había hecho antes la sirvienta.
Se sabe que un apetito satisfecho produce otros. El soldado, entusiasmado con su primer éxito, cargó contra su virtud con argumentos semejantes.
-No es mal parecido ni odioso este joven- se decía la matrona, que además era acuciada por la sirvienta que le repetía:
-¿Te resistirás a un amor tan dulce? ¿Perderás los años de juventud? ¿A qué esperar más tiempo?
La mujer, después de haber satisfecho las necesidades de su estómago, no dejó de satisfacer este apetito... y el soldado tuvo dos triunfos. Se acostaron juntos no sólo esa noche sino también el día siguiente y el otro, cerrando bien las puertas de la cripta de modo que si pasase por allí tanto un familiar como un desconocido, creyeran que la fiel mujer había muerto sobre el cadáver de su esposo. El soldado, fascinado por la hermosura de la mujer y por lo misterioso de estos amores, compraba de todo lo mejor que su bolsa le permitía y al caer la noche lo llevaba al sepulcro.
Pero he aquí que los parientes de uno de los ladrones, notando la falta de vigilancia nocturna, descolgaron su cadáver y lo sepultaron. El soldado, al hallar al otro día una de las cruces sin muerto, temeroso del suplicio que le aguardaría, contó lo ocurrido a la viuda:
-No, no -le dijo- no esperaré la condena. Mi propia espada, adelantándose á la sentencia del juez, castigará mi descuido. Te pido, mi amada, que una vez muerto me dejes en esta tumba. Pon a tu amante junto a tu marido.
Pero la mujer, tan compasiva como virtuosa, le respondió:
-¡Que los dioses me libren de llorar la muerte de los dos hombres que más he amado! ¡Antes crucificar al muerto que dejar morir al vivo!
Una vez dichas estas palabras, le hizo sacar el cuerpo de su esposo del sepulcro y colgarlo en la cruz vacía. El soldado usó el ingenioso recurso y al día siguiente el pueblo admirado se preguntaba cómo un muerto había podido subir hasta la cruz.
Petronio. El Satiricón. Capítulos CXI y CXII
Escuchar la historia
Fellini Satyricon (1969) – Escena de La Matrona di Efeso dentro del episodio de la «Cena de Trimalción»
"La Matrone d'Ephèse", de Nicolás Racot de Grandval (1676-1753)
Cantatas Comiques Françaises -
Café Zimmermann
Dominique Visse, contratenor /
Pablo Valetti, dirección y violín /
Juan Roqué Alsina, violín /
Laura Johnson, violín /
Diana Baroni, flauta /
Guido Balestracci, viola de gamba /
Petr Skalka, violonchelo /
Eric Bellocq, guitarra barroca /
Céline Frisch, clavecín - Recital de 2008.