Imágenes: Izquierda: anillo de la colección "Rois et Reines" de joyas diseñadas por Victoire de Castellane para Dior Joaillerie, realizada en platino y oro blanco, diamantes y cuarzo rutilado blanco. Derecha: For the love of God!", calavera cubierta con diamantes, obra del artista Damien Hirst
Moda: - Señora Muerte, Señora Muerte...
Muerte: - Espera a que sea hora y vendré sin que me llames.
Moda: - Señora Muerte…
Muerte: - Vete al diablo. Vendré cuando no lo quieras.
Moda: - Como si yo no fuese inmortal.
Muerte: - ¿Inmortal? Pasado el año mil se terminaron los tiempos de los inmortales.
Moda: - ¿La Señora también es petrarquista como si fuese un lírico italiano del 1500 o del 1800?
Muerte: - Me son queridas las rimas de Petrarca porque en ellas encuentro mi triunfo, y porque hablan de mí casi
en todas partes. Pero, vamos, quítate de encima.
Moda: - Dale, por el amor que le tienes a los siete pecados capitales, detente un poco y mírame.
Muerte: - Te miro.
Moda: - ¿No me conoces?
Muerte: - Deberías saber que tengo mala vista y que no puedo usar anteojos, porque no me sirven los que hacen
los ingleses, y aunque los hicieran adecuados, yo no tendría dónde apoyármelos.
Moda: - Soy la Moda, tu hermana.
Muerte: - ¿Mi hermana?
Moda: - Sí. ¿No te acuerdas de que las dos nacimos de la caducidad?
Muerte: - Qué puedo recordar yo si soy enemiga capital de la memoria.
Moda: - Pero yo me acuerdo bien y sé que tanto la una como la otra nos esforzamos continuamente por deshacer
y transmutar las cosas de aquí abajo, aun si, para el efecto, tú vas por un camino y yo por otro.
Muerte: - En caso de que no estés hablando con tu propio pensamiento o mediante alguno que tengas dentro de
la garganta, sube más la voz y articula mejor las palabras, pues si sigues mascullando entre dientes con esa
vocecita de telaraña, te escucharé mañana, ya que el oído, por si no lo sabes, no me funciona mejor que la vista.
Moda: - Teniendo en cuenta que contradice las buenas costumbres y que en Francia no se usa hablar para ser
oído, siendo hermanas y dado que entre nosotras no hay necesidad de tantas formalidades, te hablaré como
quieres. Digo que nuestra naturaleza y usanza común es la de renovar continuamente el mundo, pero tú desde el
principio te lanzaste sobre las personas y la sangre; yo me contento como máximo con las barbas, los cabellos,
los vestidos, los bienes domésticos, los palacios y cosas por el estilo. Pero es verdad que a mí no me ha faltado,
ni me falta, hacer juegos similares a los tuyos como, por ejemplo, agujerear algunas veces las orejas, otras veces
los labios y narices, y rasgarlos con las baratijas que les cuelgo en los huecos; chamuscar la carne de los
hombres con sellos candentes que convierto en marcas de belleza; deformar la cabeza de los niños con vendas y
otros ingenios, imponiendo la costumbre de que todos los hombres del país deban tener la cabeza de la misma
forma, como hice en América y en Asia; lisiar a las personas con el calzado estrecho; dejarlas sin aliento y hacer
que se les salgan los ojos por la presión de los corpiños ajustados, y cien cosas más de esta índole. Es más,
hablando en general, yo persuado y constriño a los gentilhombres para que soporten cada día miles de fatigas y
de molestias, y a menudo dolores y tormentos, e invito a alguno a morir gloriosamente por el amor que me tiene.
Esto para no hablar de los dolores de cabeza, de los resfríos, de los flujos de toda clase, de las fiebres cotidianas
terciarias, cuaternarias que los hombres se ganan por obedecerme, consintiendo en temblar de frío o en
ahogarse de calor según yo lo quiera, protegiéndose los hombros con prendas de lana y el pecho con prendas de
tela, al hacer cada cosa a mi manera así sea para el propio daño.
Muerte: - En conclusión, te creo que eres mi hermana, y si quieres, lo considero más cierto que la muerte, sin que
me lo tengas que probar. Pero estando quieta me desmayo; si te animas a correr al lado mío, ten cuidado de no
caer, porque voy en fuga; corriendo me podrás hablar de tus necesidades; si no, por deferencia con nuestro
parentesco, te prometo que cuando muera te dejaré todas mis cosas, y que tengas un buen año.
Moda: - Si tuviéramos que correr juntas en competencia, no sé cuál de las dos vencería, porque aunque tú
corres, yo lo hago mejor que si fuera al galope; en cuanto a estar quieta en un solo lugar, si tú te desmayas, yo
me extingo. Así que volvamos a correr, y corriendo como dices, hablaremos de nuestros asuntos.
Muerte: - En buena hora. Ya que tú naciste del cuerpo de mi madre, sería conveniente que me ayudaras de algún
modo a llevar a cabo mi cometido.
Moda: - Ya lo he hecho en el pasado más de lo que piensas. Para empezar, yo, que anulo y trastorno
continuamente todas las demás usanzas, jamás he permitido que se extinga la práctica de morir, y por lo tanto
puedes ver que ésta ha durado universalmente hasta hoy desde el principio del mundo.
Muerte: - ¡Qué gran milagro que no hayas hecho aquello que no pudiste hacer!
Moda: - ¿Cómo así que no pude hacer? Demuestras que no conoces la potencia de la Moda.
Muerte: - Bien, bien; al respecto tendremos tiempo de discutir cuando llegue la costumbre de no morirse. Pero en
el entretanto yo quisiera que tú, como buena hermana, me ayudaras a lograr lo contrario más fácilmente y más
rápido de lo que yo lo he logrado hasta ahora.
Moda: - Ya te he contado acerca de algunas de mis obras que mucho te benefician. Pero no son gran cosa en
comparación con las que te quiero decir ahora. Algunas veces, más en estos últimos tiempos, para favorecerte he
hecho caer en desuso y en el olvido las fatigas y los ejercicios que ayudan al bienestar corporal, e introduje o
puse en relevancia innumerables que abaten el cuerpo de mil modos y acortan la vida. Además de esto, he
introducido en el mundo tales órdenes y tales usanzas que la vida misma, tanto con respecto al cuerpo como al
ánimo, está más muerta que viva, hasta el punto de que este siglo, se puede decir con veracidad, es el siglo de la
Muerte. Y si antiguamente tú no tenías otras posesiones que no fueran fosas y cavernas, donde sembrabas en la
oscuridad osamentas y polvaredas que son semillas que no dan fruto, ahora tienes terrenos al sol y gente que se
mueve y va por ahí a pie; son hechos que, se puede decir, produjo tu libre razón, si bien no los cosechaste en el
momento en que nacieron. Más aún, si antes solías ser odiada y vituperada, hoy por obra mía las cosas se han
reducido al punto que cualquiera que tenga intelecto te honra y alaba, anteponiéndote a la vida, y tanto te
quieren que siempre te llaman y dirigen la mirada hacia ti como hacia su mayor esperanza. Finalmente, como veía
que muchos habían presumido de querer hacerse inmortales, es decir, de no morir por completo, con la idea de
que una parte de sí mismos no te habría caído entre las manos, yo, sabiendo que se trataba de nimiedades, y
que aun cuando éstos u otros viviesen en la memoria de los hombres, vivirían, por así decirlo, de burla, sin gozar
de mayor fama que en el caso que tuvieran que padecer de la humedad de la tumba, de cualquier modo
comprendí que este negocio de los inmortales te escarmentaba porque parecía menguarte el honor y la
reputación, así que suprimí la usanza de buscar la inmortalidad y de concederla en caso de que alguien la
mereciera. De modo que al presente, ten la seguridad de que no ha de quedar ni una migaja que no esté muerta
en cualquier persona que muera, y que le conviene irse inmediatamente bajo tierra como un pescadito cuando es
tragado de un solo bocado, con cabeza, espinas y todo. Estas cosas, que no son pocas ni pequeñas, las he
hecho hasta ahora por amor a ti, queriendo engrandecer tu estado en la tierra, como ha sucedido. Y para este
efecto estoy dispuesta a hacer cada día lo mismo y más; con esta intención fui en tu búsqueda, pareciéndome
apropiado que de ahora en adelante no nos separemos, porque estando siempre juntas podremos consultarnos
mutuamente según los casos, y sacar mejor partido de ellos que antes, poniéndolos en ejecución de mejor
manera.
Muerte: - Dices la verdad, y así quiero que procedamos.
* Poeta italiano (1798-1837) de influencia y renombre universales. Enfermizo y contrahecho, llevó una vida retraída, dedicado al estudio y a la meditación. A los 18 años Leopardi poseía ya una amplia cultura clásica, gracias a la lectura de la bien nutrida biblioteca familiar.
La intensidad de sus estudios contribuyó a debilitar su organismo. La reiteración de sus estados críticos, además de la inseguridad personal que sintió siempre, le obligó a volver a su ciudad natal -Recanati- después de breves estancias en las principales ciudades italianas.
Fue un espíritu generoso y ardiente, nutrido por una vasta cultura. Su obra poética, de un arte sobrio y perfecto, es escasa, pero de superior calidad, especialmente por la nobleza de los sentimientos que le animan, calificados generalmente de pesimistas.
La fama la debe a sus Cantos, colección de poemas publicados entre 1824 y 1835, de temas netamente románticos, aunque de formas clásicas. Entre ellos, cabe citar: El infinito, Los recuerdos, La calma después de la tempestad, entre otros. El mismo carácter tienen sus obras en prosa Obrillas morales (1827), Miscelánea de pensamientos (1827), especie de inmenso diario, escrito a lo largo de quince años.
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Fuentes:
Le operette morali, 1827.
elmalpensante.com
cultureduca.com/
svpply.com
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