ANTROPOLOGIA
Los hacedores de lluvia
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Creencias sobre la influencia de los hermanos mellizos en la naturaleza.
Existe la creencia muy extendida de que las criaturas mellizas poseen ciertas virtudes mágicas sobre la naturaleza, especialmente para la lluvia y el tiempo. Esta curiosa superstición persiste en algunas tribus de la Columbia Británica y les ha conducido con frecuencia a imponer algunas restricciones singulares o tabús a los padres de mellizos, aunque el significado exacto de estas prohibiciones sea generalmente oscuro.
Así, los indios tsimshian de la Columbia Británica creen que los mellizos tienen dominio sobre los cambios meteorológicos y, en consecuencia rezan a la lluvia y al viento: "Cálmate, aliento de los mellizos". Creen, asimismo, que los deseos de los mellizos se cumplen siempre y por ello les temen, pues pueden hacer daño al hombre que odien.
También los gemelos pueden atraer algunos peces y por esto se les conoce como "los acrecentadores".
En opinión de los indios kwakiutl de la Columbia Británica, los hermanos mellizos son salmones transformados; por ello no pueden acercarse al agua a menos de convertirse otra vez en peces. En su niñez pueden llamar a cualquier viento haciéndole señas con las manos y pueden producir el buen y el mal tiempo, como también curar enfermedades, agitando un sonajero grande de madera.
Los indios nootka de la Columbia Británica también creen que los mellizos están, en algún modo, relacionados con los salmones; por esto no pueden pescar salmón, ni comerle, ni siquiera tocarle estando fresco.
Pueden hacer el buen y el mal tiempo y ocasionar que llueva, sin más que pintarse de negro las caras y después lavárselas, lo que representará a la lluvia cayendo de las nubes negras.
Los indios shuswap, como los indios thompson, asocian a los mellizos con el oso pardo y por ello los llaman "los oseznos pardos". Según ellos, permanecen durante toda la vida dotados de poderes sobrenaturales, en particular el de convertir el tiempo en bueno o malo. Pueden producir la lluvia dejando caer agua de una cesta; atraer el buen tiempo golpeando un pequeño trozo plano de madera atado con cuerda a un palo o levantar tormentas tirando hacia abajo de las puntas de las ramas de los abetos.
El mismo poder de influir sobre el tiempo se atribuye a los mellizos entre los baronga, tribu bantú de negros habitantes de la orilla de la bahía de Delagoa, en el sureste africano. Aplican el nombre de tilo, o cielo, a la mujer que da a luz mellizos, y las mismas criaturas son denominadas las "criaturas del cielo".
Cuando las tormentas que generalmente estallan durante los meses de septiembre y octubre huí sido esperadas en vano, cuando se teme una sequía con sus perspectivas de hambre y toda la naturaleza, resquebrajada y abrasada por un sol que ha estado brillando seis meses en un ciclo sin nubes, está anhelante de los benéficos chubascos de la primavera surafricana, las mujeres ejecutan unas ceremonias para atraer la tardía lluvia sobre el suelo apergaminado: se desnudan totalmente y se ponen en lugar de vestidos un cinturón y capuz de yerbas o un pequeño delantal de hojas de una clase especial de enredaderas.
Así ataviadas, lanzan gritos especiales y cantan lascivas cantilenas, mientras van de pozo en pozo limpiándolos. Los pozos no son más que simples hoyos en la arena donde hay estancada un poco de agua turbia y malsana. Además, las mujeres tienen que reunirse en la casa de una de las comadres que ha parido mellizos y la remojan con el agua que llevan en unas jarritas. Conforme hacen estas cosas van vociferando cantares lascivos y bailando danzas indecentes. Ningún hombre puede ver a estas mujeres vestidas de hojas en sus rondas, y si ellas encuentran alguno, lo apalean y ahuyentan.
Cuando han limpiado los pozos, llevan agua para verterla sobre los sepulcros de los antepasados en el bosque sagrado. Como frecuentemente acontece, además, obedeciendo al brujo, van a verter agua sobre las sepulturas de los mellizos, porque piensan que las tumbas de éstos deben estar siempre húmedas, razón por la que suelen enterrarlos junto a una laguna. Si todos sus esfuerzos para provocar la lluvia fracasan, se les ocurrirá recordar que tal o cual otro mellizo fue enterrado en un sitio seco en la falda del monte.
"No extrañéis —dice el hechicero en tal caso —que el cielo esté furioso. Coged su cadáver y cavadle una fosa en *la orilla del lago".
Su orden es inmediatamente obedecida, por suponerse que es el único medio de atraer la lluvia. Algunos de los hechos apuntados anteriormente robustecen la interpretación que ha dado el profesor Oldenberg de las reglas obedecidas por el brahmán que quisiera aprender un himno especial de la antigua colección india conocido como Samaveda. El himno que lleva el nombre de canto de Sakvari se creyó contenía en sí mismo la más poderosa arma de Indra, el rayo; por esto, y en consideración de la temible y peligrosa potencia de que estaba cargado, el estudiante valeroso que intentase aprenderlo tenía que aislarse de sus demás compañeros y retirarse de la aldea a la selva. Ya en ella y durante algún tiempo, que podía variar, según los distintos doctores de la ley, de uno a doce años, debía observar ciertas reglas entre las que estaban las siguientes: llevar ropas negras, comer alimentos oscuros y mojar sus manos en agua tres veces al día; cuando lloviese no debía buscar refugio bajo un techo, sino quedarse expuesto a la lluvia y decir: "El agua es el canto de Sakvari"
Cuando el relámpago fulgurase diría: "Esto es igual que el canto de Sakvari"
Cuando tronase diría: "El Grande está haciendo mucho ruido"
Nunca cruzaría una corriente de agua sin tocarla ni pondría un pie en una embarcación a menos que corra peligro su vida, y aún en este caso tendría cuidado de tocar el agua antes de subir a bordo, "porque en el agua —así se cuenta— descansa la virtud del canto de Sakvari".
Cuando al fin se le permitía aprender el canto mismo, sumergía las manos en una vasija de agua en la que se habían puesto plantas de toda clase. Si un hombre caminase por el sendero de todos estos preceptos, el dios de la lluvia Parjanya, decían, mandaría la lluvia siempre que lo desease dicho hombre. Claro está, como muy bien piensa el profesor Oldenberg, "que todo esto tiene el propósito de poner al brahmán en unión con el agua, de convertirle, como si dijéramos, en aliado de los poderes acuáticos y de guardarle de su hostilidad".
Las ropas negras y los alimentos oscuros tienen la misma significación, se refieren a las nubes oscuras de la lluvia cuando se recuerda que se sacrifica una víctima de color negro para procurarse lluvia; "es negra, pues ésta es la condición de la lluvia".
En cuanto al otro conjuro para lluvia, se dice claramente:
"Él se pone un vestido negro ribeteado de negro, pues tal es la condición de la lluvia". "Nosotros suponemos por esto que aquí, en el círculo de ideas y reglas de las escuelas védicas, han sido conservadas prácticas mágicas de la más remota antigüedad y que fueron ideadas para preparar al hacedor de lluvias en su oficio y dedicación a ello".
Es interesante observar que cuando se desea un resultado opuesto, la lógica primitiva prescribe al doctor meteorologista la exacta observación de las reglas opuestas de conducta.
En la isla tropical de Java, donde la abundancia de la vegetación atestigua la abundancia de lluvias, son raras las ceremonias para hacer llover, pero en cambio son frecuentes las ceremonias para impedirlas.
Lluvias en exceso
Cuando en la estación lluviosa una persona ha invitado a mucha gente para dar una gran fiesta que está próxima, se dirige a un "doctor del tiempo" y le pide que "detenga las nubes que sean amenazadoras". Si el doctor consiente en ejercer sus virtudes profesionales, comienza a regular su conducta bajo ciertas reglas tan pronto como se marcha el cliente.
Guardará ayuno y no beberá ni se bañará. Lo poco que coma será comida seca y en ningún caso tocará agua. A su vez el anfitrión y sus sirvientes masculinos y femeninos no se lavarán las ropas ni se bañarán mientras dure la fiesta, teniendo todos que observar entretanto una castidad absoluta.
El doctor, sentándose en un petate nuevo en su dormitorio y ante una lámpara pequeña de aceite, murmurará poco antes de que la fiesta tenga lugar la siguiente oración o conjuro:
"Abuelo y Abuela Sroekoel (es posible que el nombre esté tomado al azar, pues también usan otros), vuelvan a su país. Akkemat es su patria. Dejen su barril de agua, ciérrenlo perfectamente de modo que no caiga una sola gota".
Mientras pronuncia estas frases, mira hacia arriba y quema incienso.
También entre los Toradjas, el "doctor de lluvias" cuya ocupación especial consiste en alejar la lluvia, tiene cuidado de no tocar agua antes, durante ni después del desempeño de sus deberes profesionales. No se bañará y comerá sin lavarse las manos; sólo beberá vino de palma y si tiene que atravesar un arroyo, cuidará de no poner pie en el agua. Preparado así para la tarea, va a una choza pequeña que le han construido en las afueras de la aldea, en un arrozal, y en esta choza mantiene un fuego pequeño que de ningún modo consentirá que se apague. En este fuego quema varias clases de madera que se supone poseen la propiedad de alejar la lluvia; sopla en la dirección por donde teme que sobrevengan las lluvias, manteniendo en sus manos un atado de hojas y cortezas, cuya virtud de alejar las nubes no proviene de sus condiciones químicas, sino por ser sus nombres coincidentes con significados de algo volátil y seco. Si mientras, él está en la tarea apareciesen nubes en el cielo, recogerá cal en el hueco de las manos y la soplará en la dirección por donde apareciesen. Es evidente que siendo la cal muy secante, será muy indicada para dispersar las nubes húmedas. Si desea que llueva, sólo tendrá que derramar agua sobre el fuego de la choza para que inmediatamente llueva a cántaros.
El lector observará que los ritos que los Javaneses y los Toradjas ejecutan para prevenir la lluvia son exactamente la antítesis del ritual indio cuyo objeto es producirla.
Al sabio Indio se le encomienda tocar agua tres veces al día por lo regular, así como en ocasiones especiales y diversas; los brujos Toradjas y Jjavaneses no deben tocarla de ningún modo. El Indio vive al aire libre en la selva y aun cuando llueva no debe buscar cobijo; los Javaneses y Ttoradjas se sitúan dentro de una choza o casa. El uno demuestra su simpatía por el agua recibiendo encima la lluvia y hablando de ella con respeto; los otros encienden una lámpara o un fuego, haciendo lo mejor que pueden para alejar la lluvia.
A pesar de esto, la ley sobre la que las tres actúan es la misma; cada uno de ellos, por una especie de sugestión infantil, se identifica con el fenómeno que desea producir, tal es la antigua falacia de ser el efecto análogo a sus causas, que si uno quiere hacer el tiempo seco debe estar seco y si lo quiere húmedo debe mojarse.
DOMINIO MÁGICO DE LA LLUVIA
Existe una anécdota que Richard Wilhelm -responsable de la primera traducción del I Ching, el Libro de los Cambios o Transformaciones- relató a su amigo Carl Gustav Jung, conocida como “la historia del hacedor de lluvia chino” de Kiao Tchou.
HISTORIA DEL “HACEDOR DE LLUVIA CHINO”
“Había una gran sequía en el territorio en el cual se hallaba Richard Wilhelm; desde hacía varios meses no caía una gota de lluvia y la situación se hizo catastrófica. Los católicos hicieron procesiones, los protestantes elevaron sus plegarias, y los chinos quemaron incienso y dispararon sus fusiles para espantar a los demonios de la sequía.
Finalmente los chinos se dijeron: Debemos buscar al hacedor de lluvia, y aquel vino de una de las provincias. Era un hombre anciano y magro. Dijo que la única cosa que necesitaba era que pusiesen a su disposición una pequeña casa tranquila, en ella se encerró durante tres días. Al cuarto día las nubes se amontonaron y se produjo una fuerte caída de nieve, en una época del año donde ello no era previsible y en cantidad no habitual.
Tantos rumores circulaban respecto a este extraordinario hacedor de lluvia que Wilhelm fue a verlo y le preguntó como lo había hecho. El pequeño chino le respondió:
- Yo no hice la nieve, no soy responsable de ello.
- Pero ¿qué ha hecho usted durante estos tres días?
- Oh, eso puedo explicárselo, es simple. Vengo de un país donde las cosas son lo
que ellas deben ser. Aquí las cosas no están en el orden, no son como deberían ser según el orden celeste, entonces todo el país está fuera de Tao. Yo dejé de estar en el orden natural de las cosas, porque el país no lo estaba. Así la única cosa que tenía que hacer era aguardar tres días hasta que me volví a encontrar en Tao, y entonces, naturalmente, el Tao hizo la nieve.”
Esta maravillosa historia muestra la esencia del pensamiento taoísta. El “No hacer” (Wu Wei) que “sí hace”.
Fuente:
Frazer, James: La rama dorada. Publicada por primera vez en 1890 en dos volúmenes, cuya segunda versión (1907–1915) aumentó a doce volúmenes y posteriormente resumida por el autor en un volumen en 1922, que corresponde a la versión usualmente publicada y leída.