desde Venezuela, Luis Alberto Angulo

OJOS AMOROSOS ¿QUÉ ES LA VIDA?

 

 

 

 

 

 

 

 

Imagen: Helena Sivak-Bihercz

Según Eurípides, la vida no es sino dolor y, para Séneca, ella no es ni el bien ni el mal, sino simplemente su escenario. Marco Manlio, afirma que siempre estamos empezando a vivir, pero nunca vivimos. Plinio el Viejo, más cáustico, dice que la naturaleza no ha dado al hombre nada mejor que la brevedad de su vida. Romain Rolland afirma por su parte que, resistido en soledad y silencio, es un combate sin grandeza ni felicidad. Para el punzante humor de Bernard Shaw, es una enfermedad, lo mismo que para Ramos Sucre, cuyo versos, la enfermedad de vivir arrecia como una lluvia helada y triste, presagia el final de quien pretende liberar su propio sufrimiento, sintiendo como Bataille,  que la posición de los hombres es insostenible.

La vida, independiente de la motivación que ella nos produzca, es un hecho extraordinario y  sólo es necesario mirar hacia el cosmos para comprobarlo. Pese a la diversidad del universo macro y microcósmico, no es usual, según parece hasta ahora, la vida orgánica, la vida a secas. ¿Una estrella tiene vida mientras alumbra y deja de tenerla cuando se apaga? La conjetura desde la poesía o la filosofía pudiera ser impecable, pero no creo que la biología pueda asumirla.

La vida es un portento pese al sufrimiento inevitable que rodea la existencia. Feliz el árbol que es apenas sensitivo y más la roca dura porque ella ya no siente, canta desde el dolor y la esperanza, Rubén Darío. No obstante a la cibernética y la virtualidad, ella es inimitable en su esencia. El robot más inteligente, no supera en eficiencia y exactitud la complejidad vital de una vulgar mosca o de una infeliz cucaracha. El mero hecho de su existencia supera ya cualquier comparación.
Todos aspiramos desde el fondo de nosotros mismos, tener una idea cabal de la vida a pesar no poder comprenderla en sus fines. ¿Por qué no vamos a conocerla si en verdad hemos convivido con ella antes de tener la menor idea de su existencia? Y esa es, precisamente, la primera gran comprobación. Su existencia no depende de nosotros, nos precede, somos su producto y el esfuerzo que hacemos por asumirla, tampoco nos pertenece en gran parte.

El impulso por vivirla está programado en nuestra estructura molecular, en el ADN,  en el instinto reproductor, el deseo sexual y en la necesidad de ser aceptados socialmente como verdaderas entidades. Pensantes o no, en todos nosotros existe el deseo de vivir, es decir, el deseo de no ser dañados, destruidos y el de procurar nuestra "felicidad". Sólo podemos contemplar al universo a través de nosotros. Esa sensación primaria, elemental, básica de la vida, es el origen del complejo yo de la separación, del surgimiento del ego, la individuación y al mismo tiempo, de la fragmentación y salida del paraíso; es el inicio de  la percepción dualista de la existencia, con el surgimiento de un sujeto que observa y un objeto que es observado.

El apego a la vida, por supuesto, no puede verse en ningún caso como error, al contrario, ese impulso de conservación es natural y una tendencia determinante en el desarrollo integral de los seres humanos. Eric From, el máximo representante de la llamada Escuela Americana del Psicoanálisis, denomina "biofília" al carácter positivo que esa tendencia logra constituir el tipo más sano de personalidad, en contraposición con el más perverso, que designa como "necrofilia".

El amor a la vida o a la muerte, marcan no sólo el carácter de un individuo, sino también las tendencias básicas que constituyen a una sociedad determinada. En gran parte de las sociedades contemporáneas, la tendencia necrofílica está presente. El deterioro del medio ambiente, cuyo primer efecto es el cambio del clima mundial, es una evidencia irrebatible.

La industria de la guerra, el chovinismo, el burocratismo, el neoliberalismo economicista, el consumismo, la drogadicción masiva, el carácter narcisista hedonista de las sociedades capitalistas avanzadas, el resurgimiento cada cierto tiempo de los regímenes militaristas, el racismo, la exclusión social, las democracias representativas - democracias de derecho pero no de hecho -, son otras de las ya infinitas expresiones a la propensión autodestructiva de las sociedades de la necrofilia, cuya razón  de ser se sustenta  con firmeza en el egoísmo y el temor.

En aquella ya vieja discusión de si la condición humana es mala o buena, egoísta o generosa per se, pudiéramos quizás encontrar la clave para dar paso a un planteamiento  diferente del asunto. Reconocer que  el complejo proceso de individuación que separa al "humano" de la naturaleza, es el inicio de la cultura, permite por otra parte, creo, deslastrarnos de consideraciones catequistas con ese hecho. ¿Por qué  se produjo esa separación? Podemos especular en diferentes direcciones, pero sin embargo, nada se opone a considerar que ello se produjo por la "inquietud" de esa misma naturaleza, cuyo rasgo sempiterno ha sido y es, el cambio, las mutaciones.

La conciencia vital, tanto la de su plenitud como la de su brevedad, genera necesariamente apego. Los seres vivos sólo necesitan estarlo para encariñarse entrañablemente a la vida, pero únicamente el humano es conciente de su fugacidad y eso le genera enorme sufrimiento. Bajo el impulso de su propia naturaleza, intenta sobrevivir afirmativamente en el eternalismo, o de forma desesperada se sumerge  en su propia negación a través de una forma cultural que lo afilia  a lo inerte, al nihilismo.

El mundo, como producción individual y colectiva, es meramente una idea, pero es a partir de esa construcción, como el individuo puede observar la vacuidad de una identidad sobre la cual va a aventurarlo todo. ¿Qué hay detrás de mis ojos? se preguntará entonces a la manera de Rafael Cadenas, y el vasto espacio de su contemplación, posiblemente, llegue a aterrarle; pero superada toda intención (tanto de negación como de esperanza), experimentará el hallazgo de ese mismo espacio, el cual por  el mismo hecho de producirse, resalta la maravilla del aquí y ahora.

Tanto la vida como la muerte son inmedibles. Toda muerte es la muerte entera y toda vida es la vida entera. ¿Por qué deberíamos lamentar la brevedad de la existencia si ello, al mismo tiempo, acorta el sufrimiento de vivir? pregunta el maestro Rosacruz. La comprobación de la grandiosidad de la vida frente a la muerte es que ella, la Parca, no puede morir; es decir, no puede ser la vida, que siendo apenas un instante, va más allá de la eternidad. Eternidad, que como dice Gustavo Pereira, no  sabe nada de nosotros, sus pobres soñadores.

¿Si no soy para mi para quién soy? ¿Si no soy para los demás qué soy? ¿Si no ahora, cuándo?, afirma interrogando El Talmud, para que el Sufí, pregunte a su vez ¿Quién es yo? y la voz de quien toca la puerta al filo de la madrugada, después de inútiles tentativas, logre atinar con Soy tú. El Buda Avalokiteshvara, al advertir que somos el otro, nos da la compasión y su inmensa sabiduría. Om Mani Peme Hung. IM.

A Arturo Rodríguez M, a Guillermo Loreto Mata, Roberto Rhao, Aureliano González P, Mercedes, Betino, Milagro, Chuy, María, Luis, Esther, Orlando, José Rivolta, Eugenio, Gelindo, Dulce, Maritza, Aly, Jesús Enrique, Emiro, Rafael José, Olinto, Hugo, Laura, Eulogia, Nancy, Cory, Manuel, Héctor, Ernesto, Roberto, Perucho, Lola, Ufe, Hilda, Rafael, Zoila, Santanita, J. Barry, Octavio, a Hannah Ole... Om Mani Dewa Rih....  

 

Luis Alberto Angulo (Venezuela, 1950). Poeta. La sombra de una mano (Monte Ávila, 2005) y Fusión poética (Universidad de Carabob0, 2000), reúne 5 de sus poemarios: Antología de la casa sola, Una niebla que no borra, Antípodas, De norte a sur y Fractal. Premio Nacional de la Bienal “Francisco Lazo Martí” y IV Premio Internacional Poesía Universidad de Carabobo.

 

 

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Revista de Artes Nº 12
Enero/Febrero 2009

Buenos Aires - Argentina

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