Revista de Artes

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CESAR TIEMPO - POEMAS

Versos a Tatiana Pavlova

¿Te acordarás de Katiuchka, tu amiga de la infancia,
esa rubia pecosa, nieta del molinero,
la del número 8 de Poltávaia Úlitcha
con quien ibas al Dnieper a correr sobre el hielo?

¿Te acordarás de aquellas temerarias huidas
para oír la charanga de la Plaza Voiena;
de los kopeks gastados en la Dom Bogdanovsky
en verano en sorbetes y en invierno en almendras?

¿Te acordarás de Pétinka, tu novio del Gimnasio,
de quien yo te traía las cartas y los versos;
de las fiestas aquellas cuando vino el Zarevitch
y sus fieros cosacos a visitar el pueblo?

¡Oh, los días felices de la infancia lejana
en el rincón humilde de la Ucrania natal:
la vida era un alegre sonajero de plata
y toda nuestra ciencia: cantar, reír y amar!

Mas, pasaron los años y nos llevó la vida
por distintos senderos: tú eres grande ¿y feliz?
y yo... Tatiana, buena Tatiana, si te digo
que soy una cualquiera, ¿no te reirás de mí?

¿Comprenderás el torpe fracaso de mis sueños,
verás el patio oscuro donde mi juventud
busca en vano la estrella que solícita enjugue
mi angustia con su claro pañuelito de luz?

¡Mas no quiero amargarte con mi vaso de acíbar,
tú también tus dolores y tus penas tendrás;
cerremos un instante los ojos y evoquemos
los días venturosos de la aldea natal!


AMORÍO CIUDADANO

Saloncito reservado
de lechería de barrio.
Este pobre muchacho
pálido
me cree una novia ingenua
que va a brindarle sus encantos
—un anticipo del estío
para la primavera de sus años—
y unta de miel sus palabras,
viste de seda sus manos,
me quema la boca impura
con el lacre de sus labios
(máscara de castidad:
mis labios no están pintados)
y perfumándome de promesas
—con salacidad de fauno—
ante mi leve abandono
y mi fingido recato
comienza a desabrocharme
la bata con torpes manos.

Acariciándome el pecho
refulgen sus ojos claros
y me prodiga adjetivos
dulzones de enamorado.

Fiesta de los sentidos
impúdicos y castos:
mutuamente
nos hemos engañado.



VISIÓN

Cae sobre la ciudad
la ceniza minúscula y tenue de la lluvia.
¡Qué grato es en un día como éste acariciar
un inocente sueño de ventura!

Mientras cae la lluvia, yo acaricio mi sueño:
un día las mujeres serán todas hermanas;
la ramera, la púdica,
la aristócrata altiva y la humilde mucama.

Irían por las calles llevando como emblema
una sonrisa alegre y una mirada franca,
y así, sencillamente,
se ofrecerían a todos los hombres que pasaran.

Ellos se tornarían
tan buenos como el sol, como el pan, como el agua:
su dicha cantarían todos los oprimidos
suavizadas sus manos, su gesto y sus palabras.

Bajo los cielos límpidos, banderas de alegría,
desplegados sus paños como alas
cual si quisieran cobijar a todas
las mujeres que un día supieron ser humanas.

(Sigue cayendo sobre la ciudad
la ceniza minúscula y tenue de la lluvia.
¡Qué grato es en un día como éste acariciar
un inocente sueño de ventura!)

Fuente:
Tiempo, César: Clara Beter y otras fatamorganas -
A. Peña Lillo Editor, 1974

ADAN

Como aún no se había creado el Registro Civil no podemos saber la fecha exacta de su nacimiento. Tampoco su apellido. Este pudo ser Godson —equivale a hijo de Dios en inglés— pero resulta que Adán nació antes que Inglaterra, de modo que tenemos que seguirlo llamando Adán a secas. Su nombre, leído a la usanza hebraica, es decir de atrás para adelante, es Nada, como la N de Leandro N. Alem. De ahí extrajo su teoría existencial Jean Paul Sartre al afirmar que todo es nada, pues si Adán es el hombre por antonomasia y el hombre es todo, la filosofía corrosiva y apocalíptica del autor de La Náusea aspira a demostrar que no somos nada, mucho antes de ser trasladados a la quinta del ñato para contemplar el mundo desde la raíz de la lechuga. De todos modos el nombrecito le está bien aplicado porque Dios fabricó a Adán de la nada, es decir de un trozo de barro mojado por la niebla.
Según todas las presunciones Adán fue el primer hombre. Charles Darwin, que no alcanzó a conocerlo, apenas se casó escribió un libro titulado The origin of the species by means of natural selection donde trató de convencernos de que el hombre descendía del mono, cosa que puso de mal humor a los lectores de la Biblia y de buen humor a los gorilas. Adán no se enojó porque no pudo enterarse. No leía los diarios. ¡Carencias y privilegios de la antigüedad despreocupada y feliz!
Adán vivió una infancia dichosa en el jardín del Edén, solo como un punto sobre una jota. No iba a la escuela, no hacía mandados, no se cortaba el pelo, no lo fotografiaban redondo y desnudo para los álbumes de las tías.
Para distraerlo, el Creador inventó los animales y Adán se encargó de darles los nombres correspondientes. Muchas veces nos hemos preocupado por conocer el origen de las denominaciones. Por qué el perro se llama perro, la vaca vaca, el gato gato, el león león. Ahora lo sabemos. Porque así se le antojó a Adán. De algún modo tenía que llamarlos. Y él los llamó de ese modo. Mejor dicho, primero los llamó a gritos. Después por sus nombres.
Adán crecía y aquellos juegos empezaron a cansarlo. Resolvió hablarle al señor Dios.
—Tata, ¿no le parece que pasarse la vida entre animales no es una cosa muy divertida?
— ¿Te gustaría ir al cine? Te lo invento.
—Solo no. Tendría miedo.
—Bueno, mientras haces la siesta voy a pensarlo.
Adán se durmió, el Creador le extrajo una costilla, la rellenó y formó a la mujer. (¡Ahora no va a venir Darwin a decirnos que también desciende del mono...!) Así nació Eva, tan hermosa que, al verla, sólo atinó a decirle:
— ¡Ave!
Con lo que inauguró el vesrre, antes que los profetas del lunfardo.
Adán y Eva jugaron a todo lo que pueden jugar dos muchachos sanos y fuertes. Pero los mismos juegos terminan por hartar. Y Eva, con más imaginación que Adán, se puso a maquinar algo distinto. Pero como a un micronovelista de teleteatro en tren de fabricar el capítulo XXI, después de haber fabricado otros veinte reiterativos, abusivos y baldíos, no se le ocurría nada. Una serpiente vino a sacarla del apuro. No olvidemos que las serpientes suelen ser verdes. Le aconsejó a Eva, todo inocencia, comer el fruto del árbol prohibido. Un manzano enraizado en los alrededores del Edén, así como se sale, a la derecha, cuyas manzanas se reservaban para las grandes ocasiones. Las manzanas eran de tipo carasucia, pero el Señor las había lustrado esperando que brillaran por su ausencia. Eva empezó con los arrumacos y carantoñas de práctica. Y Adán mordió. Comieron.
Al enterarse de lo que habían hecho, Dios montó el picazo. Envió a Eva a un internado de señoritas y obligó a Adán a realizar las más duras tareas del campo. De primer hombre Adán se convirtió en el primer terrateniente. Cercó su campo y dijo: “Esto es mío”. Fue el verdadero fundador de la sociedad civil. Juan Jacobo Rousseau en su Discurso sobre el origen y los fundamentos de la desigualdad entre los hombres, sugiere que Dios hubiera ahorrado al género humano crímenes, guerras, asesinatos, miserias y horrores si arrancando las estacas y cegando y borrando el foso, le hubiese dicho a Adán que era un impostor y que con su actitud estaba perdiendo para siempre a la humanidad al olvidar que los frutos son para todos y que la tierra no pertenece a nadie.
Adán, con tierras, desterrado, y entre animales solo, empezó a ser socavado por tremendas nostalgias. Logró filtrar su voz por la radio y acribillar de poemas alusivos a la mujer de sus sueños. Una de sus poesías empezaba así:
“Es otoño. Estoy triste. Pienso en ti. Caen las hojas...”
Eva se enteró mucho más tarde —cuando se le ocurrió viajar a Buenos Aires— que el alejandrino pertenecía a Pedro Miguel Obligado. Pero su amor por Adán se mantuvo invariable. Todavía tuvo tiempo de cantarle con música de Marina: “No es verdad que con la ausencia/del amor se extinga el culto/si en el alma vive oculto/con la ausencia crece más”. Cuando el Señor se enteró de esos trapicheos sentimentales se puso furioso. Resolvió que Adán moriría ese mismo día, pero como un día para la Divinidad son mil años, le permitió vivir 930, y los 70 restantes quedaron asignados como vida normal de sus descendientes.
Expulsados del paraíso, Adán y Eva tuvieron que ponerse a trabajar. Él se empleó en la Defensa Agrícola y ella se dedicó a los quehaceres propios de su sexo. Tuvieron tres hijos. Dos famosos: Abel y Caín. Y un tercero llamado Set que, llevado por su nombre, se dedicó al cine. Asistió a la imperdonable liquidación de Abel por Caín, liquidación cuyo saldo fue la creación del Código Penal, y filmó la escena fatídica, habiéndose perdido el rollo desgraciadamente en los incendios provocados durante la epidemia de fiebre amarilla. Pero que el episodio fratricida ocurrió tal como se cuenta, no podemos ponerlo en duda, pues Abel, efectivamente, dejó de existir. Caín se incorporó a la Legión Extranjera y se dejó la barba, cosa que parece contradictoria pero no lo es. Ya se sabe que en casa de herrero cuchillo de palo. Y él no era precisamente un herrero, sino un guerrero. Ahora cuesta reconocerlo. Eso sí, todavía tiene la captura recomendada.
Adán no tuvo abuela, ni suegra, ni tíos, ni sobrinos. Jamás se sacó una camisa porque jamás tuvo oportunidad de ponérsela. Jamás vio televisión. Jamás viajó en ómnibus. Jamás asistió a una mesa redonda. Fue un pan de Dios.
Además, fue el primer hombre que se atrevió a dar una vuelta a la manzana. Gracias a él, ustedes y yo estamos en el mundo. Gracias a él, a Adán —y naturalmente, a Eva. Y no, gracias al mono...

 

Revista de Artes Nº 12
Enero/Febrero 2009

Buenos Aires - Argentina

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