CONJETURAS SOBRE EL CUENTO
"LA ESPERA", DE JORGE LUIS BORGES

Olga Appiani de Linares *        

Los cuentos de Jorge Luis Borges, como los pañuelos de un hábil mago, ofrecen en lugar de colores una multiplicidad de sentidos; forzando un poco más la analogía, esos sentidos intentan ocultarse tras la apariencia del "nada por aquí, nada por allá". Tal como sucede, en mi opinión, en  "La espera" (El Aleph ,  Emecé, Bs.As.,1995)
En principio, es la historia de un malevo que se esconde para huir de una venganza, "una rareza en la obra de Borges: un cuento en el cual nada increíble ocurre", según dice el crítico John Updike en “El escritor bibliotecario" (Borges y la crítica; pg. 80. CEAL,  Bs. As., 1992).
Si bien esta opinión es básicamente correcta, una cierta incomodidad se instala en quien, sabedor de los artificios de Borges, rechaza lo "posible, pero no interesante", imitando el talante de otra  criatura borgeana, el Erik Lönnrot de “La muerte y la brújula” (pp.201, Ficciones, Emecé, Bs. As., 1993). El lector suspicaz vuelve, entonces, al relato, a buscar lo oculto tras su fingida transparencia.
Así, se convierte en el lector activo y cómplice al cual Borges prefería dirigirse; ese que, al menos en el amor por las conjeturas, intenta imitarlo.  Como manifiesta Elsa Repetto (5):

Y esto es así porque el locutor, ese narrador hábil y comunicativo, interpela al lector, lo nombra, le da todos los signos necesarios para que se integre. El lector se atreve incluso a intervenir en el texto; es de este modo, un silencioso creador, coautor de esos cuentos, ya que es capaz de leerlos, de hacerlos suyos...”(pg. 80; Realidad y fantasmas en el relato borgeano. CEAL., Bs. As., 1994).

“La espera” abunda en símbolos, esos objetos que remiten a otro objeto. En palabras de Coleridge, el símbolo es aquello que se caracteriza por transparentar “lo especial en lo individual; sobre todo por la transparencia de lo eterno a través de lo temporal, y en lo temporal" (The Stateman's Manual: Complete Works; cit. en pg. 225, Teoría Literaria, R. Wellek y A. Warren, Gredos, 4º ed., Madrid, 1974). Atrevámonos entonces a intentar una lectura que nos lleve por ese camino de alusiones y referencias posibles.

De manera distante, en algún lugar de una ciudad en la cual, pese a su indefinición, se reconoce a Buenos Aires -plátanos y balcones-, en un tiempo sin marcas, Borges finge la realidad tras datos nebulosos.
Borges no coloca cifras ni nombres al azar, por eso conviene analizar que intenta transmitir cuando, al inicio mismo del cuento señala un número, el 4004 que identifica la casa a la cual arriba el protagonista. Según el Diccionario de los símbolos  (Chevalier-Gheerbrandt, Ed. Herder, 5º ed., Barcelona, 1995) el 4, aislado, representa todo lo creado y revelado, así como todo lo perecedero. Se relaciona  estrechamente con temas religiosos: la cruz, Dios y Adán (por la cantidad de letras de sus nombres), la Biblia, para la que sugiere la idea de universalidad, el Apocalipsis con sus Jinetes, etc.
En cuanto al 0, es símbolo de lo que, sin tener valor en sí mismo, se lo confiere a otros; es también la semilla, esa promesa de germinación. Uniendo ambos números, surge el 40.
Y, ¡qué coincidencia!, nos enteramos de que así representan la espera, el período de preparación para una prueba o castigo. Con él caracterizaban los escritores bíblicos las intervenciones de Dios en la historia de la salvación. Es la marca de que un ciclo termina y otro se inicia,  pero no sería una simple repetición, sino un cambio radical, el paso a otro orden de acción y de vida.
¿Es verosímil creer que Borges lo haya empleado por pura casualidad, cuando el desarrollo del cuento, su título mismo, guardan íntima relación con esta simbología? Tampoco es casual, seguramente, el juego de espejos tan caro al escritor: 40-04, lo existente y lo perecedero, el fin y el principio.
Del protagonista se sabe muy poco: que no es judío y que, a juzgar por una moneda y una noche imprecisa (como cada marca temporal que se brinda), debe venir del Uruguay.  Que acarrea un pasado tormentoso; pasado que ha de cobrar su factura a través de un tal Alejandro Villari, cuyo nombre ha usurpado y del cual procura ocultarse, con desgano que preanuncia el fracaso. También sabremos que habla español, italiano y unas "pocas palabras del rústico dialecto de su niñez". Entre mate y mate, el protagonista fuma su tabaco negro y hace amistad con un perro lobo ya viejo, acaso su "alter ego".
Intuimos que ese hombre sin rostro ni identidad determinadas, capaz de brutalidad y cobardías, es un poco todos los hombres. Entre su espera y la nuestra no hay mayor diferencia: la muerte puede usar un nombre distinto, no el del verdadero Alejandro Villari, pero nos alcanzará del mismo modo inevitable.
El impostor Villari contempla la ficción del cinematógrafo sin verse "personaje del arte", ajeno a coincidencias; ese espectador que "dócilmente trataba de que le gustaran las cosas", puede ser muy bien la metáfora de una humanidad resignada bovinamente a actuar según un libreto desconocido, dentro de un sueño que no nos pertenece.
Hay algo mítico en este relato, si consideramos que "en sentido amplio, mito viene a significar toda historia anónima en que se refieren orígenes y destinos" (R. Wellek- A. Warren; Op. Cit., pg. 227). O, como señala el propio narrador: "Quizás la historia universal es la historia de unas cuantas metáforas; las metáforas de los hombres son limitadas, pero pueden representar todo para todos."
Dentro del universo cerrado en que se mueve este "hombre-símbolo", los objetos cobran otra entidad, perdida su pertenencia a lo cotidiano, a lo irrelevante. Tenemos así el increíble empapelado carmesí (color del fuego infernal), infestado de pavos reales; aves que, a través de los ocelos de sus colas desplegadas remiten a la mirada divina; el crucifijo,  reforzando esa presencia; la Divina Comedia, incongruente en esas manos rústicas si no estuviera allí para amalgamar cielo, infierno y purgatorio; las puertas que conducen al espanto de la calle-mundo, o a la soledad presidiaria del patio...

 

    Pero ese hombre embrutecido no comprende, no percibe siquiera la irrealidad de su realidad, obsesionado por la constante pesadilla de su fin. Y cuando algo lo sacude, es el "horrible milagro" de un dolor de muelas; ¿acaso el adjetivo explicita la desesperanza de quien solo se percibe vivo (aún) a través del dolor físico? Pues, para el que espera, los días transcurren en una burda imitación de la vida, y el tiempo es un perdurar inútil, sin pasiones ni recuerdos.
"En momentos así, no era mucho más complejo que el perro", dice el narrador, equiparando dos existencias reducidas a un mínimo nivel de pensamiento.
En sueños, el falso Alejandro Villari elimina al otro, en un exorcismo reiterado e instintivo. En la realidad, si  hay algo real en esta encrucijada de insomnios y pesadillas, se entrega a lo inevitable,  acaso con alivio.
Sin descartar ni discutir las hipótesis formuladas al final del texto, nos permitimos esbozar una más: en repentina lucidez, el hombre entiende que esa muerte prevista lo redime, lo saca de un laberinto de tiempos perdidos, lo libera.
Tal vez, al voltear hacia la pared de ojos ineludibles halla el punto en que se deja de ser nada, y se tiene la ocasión de comenzar de nuevo.
Para cerrar estas divagaciones, unas palabras del mismo Jorge Luis Borges:
Hay un concepto que es el corruptor y el desatinador de los otros... hablo del infinito... Nosotros (la indivisa divinidad que opera en nosotros) hemos soñado el mundo. Lo hemos soñado resistente, misterioso, visible, ubicuo en el espacio y firme en el tiempo; pero hemos consentido en su arquitectura tenues y eternos intersticios de sinrazón para saber que es falso."

© Olga Appiani de Linares

* Olga Appiani de Linares es argentina y reside en Buenos Aires. Es escritora, Licenciada en Letras (UBA), Coordinadora de talleres literarios. Este es el segundo trabajo ensayístico que presenta, el primero apareció en esta misma Revista, en el volumen Nº 9. En narrativa y poesía he obtenido varios premios en concursos nacionales e internacionales; ha publicado un libro (Cuentos cotidianos y de los otros, Ed. del Dock, Bs. As., 1996), y ha participado en diversas antologías de cuento y poesía (entre ellas, Cuentos sin respiro, Fundación El Libro, Bs. As., 2005; La última rebelión y otros cuentos de nuestra historia, Amauta, Bs. As., 2006; Grageas. 100 cuentos breves de todo el mundo, Desde la Gente, Instituto Movilizador de Fondos Cooperativos, Bs. As., 2007); parte de su obra narrativa puede leerse en sitios de Internet como Nueva Sinergia, Químicamente Impuro, Ráfagas, suspiros; Espacio de Microcuentos, Cuando despertó el dinosaurio, Axxón, Imaginaria, etc.

 

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