Fra Angélico (Bari, 1437)
Un hombre piadoso con interés por los negocios
Predela del Tríptico de Perugia, San Nicolás salvando un barco
En esta tabla se pueden ver dos milagros de San Nicolás; el santo aparece dos veces:en el cielo a la derecha ayudando a los náufragos y, abajo a la izquierda, agradeciendo a un capitán que le haya dado parte de su cargamento de grano. Cuenta la leyenda que el santo multiplicó el grano en un milagro, salvando así a los habitantes de la ciudad de Myra de morir de hambre.
Originariamente, la tabla estaba flanqueada por otras dos grandes piezas que también contaban milagros de San Nicolás. Cada una medía 34 cm por 60 y configuraban la parte delantera de una predela, remate inferior rectangular de un retablo. Las tres tablas principales del mismo medían cada una más de un metro de alto y mostraban, sobre un fondo dorado, a la Virgen María con Jesús y cuatro santos en la tradicional postura escultórica. El retablo fue desmontado en el siglo XIX; dos tablas, entre las que se encuentra la reproducida aquí, se exhiben actualmente en la Pinacoteca Vaticana de Roma y las otras piezas en Perugia.
El retablo fue encargado en 1437 para la capilla de San Nicolás en la iglesia de los dominicos. Un monje pintor de Fiesole, cerca de Florencia, se encargó del mismo. Había nacido hacia el 1400 y murió en 1455. Se llamaba Guido di Pietro y, cuando ingresó en el convento de San Domenico, adoptó el nombre de Fra Giovanni convirtiéndose más tarde en Fra Angélico. Pintó el retablo en una época agitada, tanto política como artísticamente. El comerciante Cósimo de Médici acababa de hacerse con el poder económico y político de la ciudad-república de Florencia y en 1436 se consagró la catedral de Florencia con su magnifica cúpula, símbolo por excelencia de una nueva corriente, el Renacimiento.
Hay un sinfín de leyendas que se enredan en torno a la vida de San Nicolás, el popular patrón de los comerciantes y los marinos. Un monje del Quattrocento, Fra Angélico, plasmó algunos de sus milagros en escenas de «tal belleza que parecen salidas del Paraíso».
En la línea de los dioses antiguos
Cuando Fra Angélico pintó el retablo, San Nicolás era uno de los santos no incluidos en la Biblia con mayor popularidad. En la «Leyenda Áurea», una colección de leyendas del siglo XIII, se le atribuían más de una docena de milagros y actos piadosos. Sólo en Alemania, Holanda y Francia se cuentan más de 2000 monumentos en su honor hacia el año 1500.
Sin embargo, San Nicolás nunca fue canonizado oficialmente y lo más probable es que ni siquiera haya existido jamás. Lo que ocurrió más bien es que se inventó un personaje para dar vida a diversas historias milagrosas; alguien que se materializó en la figura del obispo Nicolás de Myra. La «Leyenda Áurea» cuenta que el obispo murió en el año 343, exactamente el día 6 de diciembre, día de San Nicolás.
El 6 de diciembre ya era una fecha señalada con anterioridad a la propagación del cristianismo. En el Mediterráneo, las tormentas de invierno comienzan por esa época del año la navegación se vuelve más peligrosa y el auxilio de las fuerzas sobre-
naturales y marinas adquiere más importancia. Las gentes de la Antigüedad rezaban a Poseidón y Neptuno. San Nicolás adoptó la función de estos dioses paganos y se convirtió en patrono de los marinos.
La importancia de este culto también estaba ligada a la situación geográfica de la ciudad de Myra que se levantaba en la escarpada costa meridional de la actual Turquía. Los barcos partían del puerto de Myra rumbo a Alejandría. No seguían la ruta que discurría paralela a la costa, como era habitual entonces, sino que navegaban directamente hacia el sur sin la ayuda de referencias en tierra. Por tanto, resulta comprensible que marineros y capitanes identificaran la patria del santo como el puerto de partida hacia una travesía tan peligrosa a la que llamaban «Viaje al abismo».
La historia de la salvación de los marinos es una de las leyendas más antiguas sobre San Nicolás, si bien no se dice nada de la situación en la que se encontraba el barco, por lo menos no se indica en la «Leyenda Áurea». Para el narrador lo único importante es que se invocó al santo, que éste apareció y sujetó «las velas, los cabos y otros aperos del barco y, acto seguido, el mar quedó en calma». El pintor reproduce la situación con más detalle. El velero ha sido impulsado por la mar encrespada hacia una costa escarpada, mientras un monstruo marino asoma la cabeza a en la superficie del agua. El milagro de San Nicolás consiste en hacer soplar el viento desde la costa e impulsar la vela hacia popa, algo prácticamente imposible, ya que la percha redonda donde va colgada la vela está sujeta a la parte delantera del mástil y no puede girar hacia atrás. No obstante, el santo la toca con el báculo y ocurre lo imposible.
La figura de San Nicolás se hizo popular primero en el imperio bizantino. Cuando el Islam se fue abriendo camino, barcos italianos se hicieron con los restos del santo de Myra y se los llevaron a Bari, donde reposan desde el año 1087. Los marinos propagaron su fama desde el puerto de Bari hasta Europa del norte y se convirtió en patrono de la Liga Hanseática (Hansa), así como de la posterior ciudad de Nueva York. Es el único santo que sobrevivió a la Reforma en las zonas protestantes.
En la actualidad, tan sólo plantea problemas a los católicos, ya que nunca llegó a ser canonizado, con lo que su aureola de santidad resulta ilegítima.
Que cada navío entregue cien medidas de trigo
En la leyenda se habla de la hambruna que padecía la población y de que en el puerto de Myra estaban atracados barcos con trigo para transportarlo a Otros puertos. San Nicolás «pidió a los marinos que salvaran a la población hambrienta, dándole tan solo 100 medidas de trigo por cada barco». Los marinos alegaron: “Padre, no nos atrevemos a hacerlo, porque el grano se ha medido en Alejandría y debemos entregarlo en los graneros imperiales”. A lo cual San Nicolás respondió:
»Haced lo que os digo y os juro por el poder de Dios que no habréis de sufrir pérdida alguna ante el medidor del emperador». Y así ocurrió. San Nicolás multiplicó también la cantidad de grano de la ciudad que fue suficiente para abastecer a los habitantes de Myra durante dos años y, además, quedó simiente para sembrar.
El único dato histórico en la leyenda es el transporte de trigo de Alejandría a Constantinopla, pasando por Myra. Los cereales sirvieron durante mucho tiempo como impuestos en especias, empleados para el suministro de la capital imperial. Fra Angélico, sin embargo, no se refería a Constantinopla sino a la capital del Imperio
Occidental y a su propia Iglesia: En uno de los gallardetes de los barcos aparece la inscripción SPQR, la abreviatura de “Senado y pueblo de los romanos”.
El recipiente empleado para llenar los sacos de grano se utilizaba para medir y era uno de los principales instrumentos en el comercio de cereales. San Nicolás pidió 100 medidas por barco y el narrador señala que el grano fue medido en Alejandría y que los medidores esperaban en la capital imperial. La medición gozaba de mucha importancia, ya que había diferentes tipos de medidas válidas en sitios diferentes, lo que a menudo era aprovechado para sacar beneficios sustanciosos.
El origen y la gran popularidad de esta leyenda también están íntimamente ligados a la realidad del hambre, ya que la mayoría de la población lo pasaba. Los cereales eran el principal alimento. Aunque las ciudades hacían acopio de grano, dos malas cosechas consecutivas eran suficientes para vaciar los graneros. Por otro lado, las posibilidades de transportar alimentos rápidamente eran escasas. En caso de lograrlo, los comerciantes podían alcanzar hasta el 400 por ciento de beneficios.
El pan y los cereales juegan un papel esencial en las leyendas de San Nicolás, es más, al principio incluso se le llegaron a atribuir funciones de los dioses paganos de la fertilidad. Uno de sus atributos eran dos panes que eran arrojados por la borda del barco al levantarse la tormenta, con la esperanza de que las aguas se calmaran.
En una época marcada por la amenaza constante del hambre, el grano se convirtió en símbolo de la riqueza y San Nicolás en uno de los santos que favorecían la prosperidad. No sólo era patrón de los marinos, sino también de los comerciantes, sobre todo los de trigo, de los transportistas, medidores, molineros, panaderos y fabricantes de cerveza. Protegía contra el robo y la pérdida, y obsequiaba oro a las muchachas pobres para que pudieran casarse. Al parecer, la iglesia medieval, preocupada completamente por el más allá ye1 ascetismo, necesitaba un santo que no despreciara demasiado la suerte material para atraer a sus ovejas.
A cuenta de Dios
Esta tabla no sólo rinde homenaje al pueblo sagrado, sino también a la navegación y el comercio. Los barcos y las mercancías ocupan una buena parte de la pintura; marineros y comerciantes aparecen navegando bajo la amenaza de la tormenta. Por otro lado, el capitán que está frente al obispo presenta el mismo tamaño que el santo: San Nicolás se convierte en compañero celestial del comerciante.
Este reconocimiento al comercio, en especial al comercio de ultramar, se debe a su gran importancia. Se había ido desarrollando a lo largo de los siglos pasados, entre otros sitios en la Liga Hanseática, y había transformado las relaciones de poder en la sociedad. Junto a los señores feudales, aparecieron las ciudades con su poderío económico y, en las ciudades-república como Florencia, los banqueros y comerciantes eran los que acaparaban todo el poder. Cósimo de Medici se convirtió en soberano político gracias a sus bancos y casas de cambio, aunque no demostrara públicamente ese poder. Como todos los comerciantes florentinos, se vestía con el sencillo manto rojo y el gorro negro, igual que el hombre arrodillado a la derecha en el grupo de los que están rezando.
Sin embargo, los comerciantes cristianos tenían problemas de conciencia. La Iglesia condenó durante mucho tiempo cualquier negocio de dinero tildándolo de usura y acusándolo del pecado de la avaricia. Se castigaba con la excomunión y los más horribles sufrimientos en el infierno. Todavía en el siglo XII se decía en el Código Canónico de Graciano: «El comerciante no puede gustar a Dios o sólo con esfuerzo». En el siglo XIII, Santo Tomás de Aquino intentó adaptar la ideología eclesiástica a la nueva situación: «Cuando se practica el comercio por el bien común, cuando se quiere impedir que falte lo necesario, entonces el beneficio no se considerará como un objetivo en sí mismo, sino solamente como una recompensa que requiere el trabajo’>.
La absolución se refiere a las mercancías necesarias para vivir, es decir, sólo tiene una validez relativa. Los comerciantes que buscaban el beneficio seguían bajo sospecha de pecar de avaricia. Para escapar a los castigos del infierno (y seguramente también a raíz de un sentido de la responsabilidad social), los comerciantes hacían obras de caridad. Por decirlo de alguna manera, las sociedades comerciales italianas concedían a Dios una cuenta corriente y no siempre se trataba de una simple fórmula cuando sus libros y contratos empezaban con las siguientes palabras: «En el nombre de nuestro Señor Jesucristo y la Santísima Virgen María.
La mayoría de las limosnas iban a parar a la Iglesia o a los necesitados a través de sociedades religiosas de beneficencia. Cósimo de Medici sufragó la construcción de iglesias, capillas y conventos, acogiendo también durante años al Papa Eugenio IV que tenía enemigos en Roma. En 1436 obtuvo del mismo el permiso para restaurar en Florencia un edificio en ruinas y entregárselo a los dominicos de Fiesole a modo de convento. Entre ellos se encontraba Fra Angélico que recibió el encargo de pintar el convento. Sus frescos de San Marcos siguen considerándose hoy como uno de los mayores monumentos artísticos de la ciudad.
Lo único que importa es la eternidad
Una cadena montañosa separa los escenarios de ambas leyendas, pero el mar y el cielo los vuelven a unir de modo que, para el espectador, los dos milagros ocurren al mismo tiempo. En la Edad Media era habitual representar varios acontecimientos en la misma tabla. La Iglesia transmitía un sentimiento de eternidad y, desde la perspectiva de la eternidad (sub specie aeternitatis), el lugar y el tiempo no tienen importancia.
En el siglo XV sin embargo, el mundo y el tiempo terrenal fueron adquiriendo interés también en el arte, ya que las iglesias ya no eran las únicas en repartir los encargos, sino que cada vez decidían más los banqueros y comerciantes. Su trabajo les obligaba a pensar en días de pago de intereses y rutas de transporte, la geografía y el tiempo configuraban sus bases de cálculo. El sentido de la realidad y el presente se vio reforzado por el redescubrimiento de los autores antiguos. Asi surgió lo que llamamos el Renacimiento.
Aunque un pintor como Fra Angelico trabajara para la Iglesia y el convento, su obra fue financiada durante muchos años por Cósimo de Medici, el comerciante más poderoso de Florencia. Fra Angelico pintó también aquellas celdas del convento de San Marcos donde Cósimo de Medici quería retirarse para meditar y, según afirmaban sus enemigos, hacer penitencia por su avaricia.
Las condiciones de vida del pintor también se reflejan en sus obras. El santo de pie sobre fondo dorado, en el panel principal del retablo, seguía profundamente arraigado en la tradición medieval; mientras que en las tablas de las leyendas, la visión piadosa compite con las nuevas tentativas por plasmar la realidad terrenal y reproducir el espacio mediante la perspectiva. No cabe duda de que intentaba penetrar en la dimensión espacial mediante la cadena montañosa que. se eleva hacia el fondo, aunque sólo recurrió a las leyes de la perspectiva en raras ocasiones. Lo que se puede apreciar en el bauprés del barco central, que parece elevarse en vertical en lugar de sobresalir inclinado hacia el frente, o en el velero izquierdo cuya popa y castillo de proa se han representado desde diferentes puntos de vista. n cuanto a la luz, elemento esencial en la representación espacial, se aprecia que las montañas están iluminadas desde abajo a la izquierda, mientras que los personajes del primer plano reciben una luz tenue que proviene del frente a la izquierda. Las figuras se reproducen con muchísimo detalle, pero las montañas y las casas se han simplificado enormemente.
Lo asombroso de la tabla, por no decir lo prodigioso, es que estos antagonismos no molestan en absoluto. La pintura ofrece una imagen de ensueño, como la representación de algo sobrenatural en la tierra. El biógrafo de artistas Vasari escribió en el siglo XVI sobre las figuras de Fra Angélico que «son tan hermosas que parecen salidas del Paraíso».
Fuente:
Los secretos de las obras de arte: Rose-Marie & Rainer Hagen. Tomo I - Taschen GmbH, 2003. Printed in Spain.
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© Revista de Artes Nº 11 - Octubre 2008
Buenos Aires - Argentina