Jules Supervielle
(Montevideo, 1884 - París, 1960) Poeta, novelista, escritor de relatos cortos y comediógrafo uruguayo en lengua francesa. De familia de origen vasco afincada en Uruguay, quedó huérfano de padre y se vio favorecido por una doble nacionalidad. El hecho de contar con una fortuna en Uruguay le permitió no escribir jamás para el público ni por dinero.
Pasó su vida entre Europa, París, donde cursó sus estudios, y América del Sur, donde permaneció durante la Segunda Guerra Mundial. Escribió en francés, aunque estuvo más influido por la poesía sudamericana que por la francesa. Hay cuatro temas fundamentales que tocó en todos sus trabajos: el estado anímico del poeta frente a la presencia continua de la muerte, las reflexiones cósmicas en busca de los vínculos con el Universo para escapar del absurdo, un doble anhelo por lo criollo y lo francés y la evocación de los espacios abiertos y salvajes de la pampa.
Entre sus obras líricas destacan Poèmes (1919), Gravitations (1925), El forzado inocente (1930), Les amis inconnus (1934), La fábula del mundo (1938), Poèmes de la France malheurese (1941), 1939-1945 (1945), Oublieuse mémorie (1949), Nacimientos (1951) y El cuerpo trágico (1959). Sus relatos están escritos en un tono humorístico y suelen ser míticos, bíblicos o fantásticos, como L´Arche de Noé (1938) o Premiers pas de l´univers (1950).
UN POETA
Yo no voy siempre solo al fondo de mí mismo
Sino que a veces llevo a otros seres conmigo.
Los que hayan entrado en mis frías cavernas,
¿Están seguros de salir aunque sólo un momento?
Yo acumulo en mi noche, como un barco que se hunde,
Sin distingo, el pasaje y la tripulación,
Y dejo a los ojos sin luz, y en los camarotes
Hago amistad con quienes gustan de lo profundo.
LOS CABALLOS DEL TIEMPO
Cuando los caballos del tiempo se paran a mi puerta,
siempre dudo un poco si mirarlos beber,
porque es con mi sangre con la que apagan su sed.
Me lanzan a la cara un gesto agradecido
mientras sus largos sorbos me hacen débil
y me dejan tan cansado, tan solo y abatido
que una noche pasajera invade mis párpados
y me hace de repente reponer mis fuerzas
para que, cuando vuelva sediento el carruaje,
yo esté vivo todavía y les sacie la sed.
NO TOQUES EL HOMBRO DEL CABALLERO QUE PASA
No toques el hombro
del caballero que pasa
se daría vuelta
y sería la noche,
una noche sin estrellas,
sin curva y sin nubes.
¿Entonces qué sería de
todo eso que compone el cielo,
la luna y su pasaje
y el ruido del sol?
Tendrías que esperar
que un segundo caballero
tan poderoso como el otro
consintiera en pasar.