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Revista de ArteS
Buenos Aires - Argentina
Edición Nº 52 - Enero/Febrero 2016

   
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literatura

 

Acerca de los perfumes. V.

 

Dr. Felipe Martínez Pérez

     Un momento crucial para el entendimiento conceptual de los perfumes, transcurre en Betania, en la casa de Lázaro, cuando Jesús es ungido por María. Esta palpitante y bellísima escena dueña de tanta trascendencia será relatada por los cuatro evangelistas:

Entonces María tomó una libra de perfume de nardo puro, de mucho precio, y ungió los pies de Jesús y los enjugó con sus cabellos; y la casa se llenó del olor del perfume”(Juan 12)


Tintoretto - Museo del Prado - Madrid, España

Entra en escena Judas Iscariote que se enoja con María y su familia por desperdiciar el perfume pues dada su calidad obtendría alto precio en el mercado de alrededor de 300 denarios, e incluso, sugiere ofrecérselo a los pobres. De todas maneras a renglón seguido se habla de Judas como ladrón lo que echa por tierra su figura y su posible acción. De la escena hay que rescatar varias e interesantes cosas que saltan a la vista. En primer lugar y según mi parecer que esta María no tengo la certeza de si es o no la Magdalena que siempre se confunde, o confundo, a la  hora de los perfumes, aunque para la mayoría de los estudiosos es Magdalena la hermana de Lázaro. Probablemente desde niño me confundo entre una y otra, o construyo dos de una.

     El propio Juan pareciera aclararlo al referirse a “María, cuyo hermano Lázaro estaba enfermo, fue la que ungió al Señor con el perfume, y le enjugó los pies con los cabellos”. María es pecadora y sin embargo, Jesús le perdona sus pecados, porque amó mucho; además por si fuera poco es farisea. A Jesús ni le extraña ni muestra enojo al ser perfumado, por el contrario, “entonces Jesús dijo: Déjala; para el día de mi sepultura ha guardado esto” Se puede decir con cierta verosimilitud que esta  María bien puede ser de profesión perfumista, pues de otra  manera estaría demás la circunstancia de tener tanta cantidad y valorarlo con precio tan alto. No hay que pasar por alto, que la libra a que hace alusión la Biblia, pesa 327,5 gramos y es pura esencia de nardo, el perfume por el que se desvivían las judías.

Y estando Jesús en Betania, en casa de Simón el leproso, vino a él una mujer, con un vaso de alabastro de perfume de gran precio, que lo derramó sobre la cabeza de él, estando sentado a la mesa. Al ver esto los discípulos se enojaron, diciendo: ¿Para qué este desperdicio? Jesús les dijo: ¿Por qué molestáis a esta mujer? pues ha hecho conmigo una buena obra…Porque al derramar este perfume sobre mi cuerpo lo ha hecho a fin de prepararme para la sepultura… (Mateo 26)

Vino una mujer con un vaso de alabastro de perfume de nardo puro de mucho precio; y quebrando el vaso de alabastro se lo derramó sobre su cabeza… buena obra me ha hecho (Marcos 14)

Entonces una mujer de la ciudad que era pecadora, al saber que Jesús estaba a la mesa en casa de fariseo, trajo un frasco de alabastro con perfume: y estando detrás de él a sus pies, llorando, comenzó a regar con lágrimas sus pies, y los enjugaba con sus cabellos; y besaba sus pies, y los ungía con el perfume (Lucas 7)

     Llama la atención que los evangelistas Marcos y Mateo sostienen que Jesús fue ungido en la cabeza, es decir en el “adorno” natural del cuerpo, y en este caso el perfume busca resaltar un lugar de privilegio, distinto al uso que le dan las gentes. Por el contrario, Juan testigo ocular del hecho narrado, y Lucas con bella prosa, entienden que el perfume es derramado por los pies, en un hecho de suprema humildad, que requiere una sustancia onerosa, de lujo y exclusiva de Dios. Aquí, la pecadora ofrenda amorosamente su mayor tesoro: sus perfumes. De los Libros surge, y se hará eco la Iglesia, que los perfumes son necesarios a Dios y vedados a hombres y mujeres; no obstante, se puede apreciar por las citas que los consumían abundantemente.  También es llamativo que el perfume aparezca de la mano de una pecadora que prefigura tempranamente el trato conceptual que los Padres de la Iglesia otorgarán a estos temas.

     Mateo y Marcos se ocupan solamente de referir que al ungir la cabeza, los aromas se apoderaron rápidamente del ambiente; mientras que Juan y Lucas se hacen eco de la metodología implementada al explicar los pasos que la pecadora sigue en la acción de perfumar. Juan dice que primero se puso el perfume y después María enjuga con los cabellos. Por el contrario Lucas declara que la acción de perfumar comienza con las lágrimas que derrama sobre los pies y limpia del polvo del camino, luego enjuga o seca con los cabellos y acto seguido unge de perfume. Probablemente Juan, testigo, quedó encandilado por la atmósfera que tenía ante sus ojos y embriagado por las fragancias derramadas en un ambiente pleno de erotismo, no acierta con las pautas que se sucedieron y solo registra en su memoria la trascendencia del hecho.

     Lucas, que no estuvo en el sitio donde transcurre la acción, pero es médico y por lo tanto experto en perfumes, sigue pautas establecidas para el momento de aplicarlo. Es lo último en el tocador de una dama y presupone que María, seguramente perfumista o vendedora de olores, se atiene a ciertas reglas, por lo que primero lava, enjuga, y por último unge. En esta magnífica escena, Juan y Lucas, cargan los hechos de una gran sensualidad y la mantienen en crescendo a medida que acontecen y desarrollan en una escena de exaltación de los sentidos, morosamente táctil y lúbrica, sobre todo por la sinuosidad erótica de pasar y repasar los cabellos por los pies perfumados.

     Vuelvo a recordar mi vieja confusión con “ambas” Marías, porque según Lucas, al decir que la pecadora va a la casa del fariseo, lleva a suponer que no estaba en la casa y en tal caso no sería la hermana de Marta que ve la escena mientras ella se atarea en la cocina y que magistralmente pinta Velázquez en sus todavía años sevillanos, situando la escena reflejada en un espejo.


Cristo en casa de Marta y María (Velázquez)

María amó a Jesús dando cumplimento a los conocimientos de Dios y el propio, el de los perfumes, era la medida de su amor. Thomás Sánchez al confundir a las protagonistas de la escena narrada dice que

 “amó á Dios á la medida de sus conocimientos, tantó amó, quanto conoció. Reparad en los cotejos que hizo Christo de las atenciones de Magdalena, con las desatenciones de el Fariseo. Dize que él al entra en su casa, no le labó los pies… y que ellas se los vaño con sus lágrimas… Dize que él no le dió osculo de paz… y que ella desde que entró en aquella casa, no cesó de besar sus pies… Dize que él no vngió su cabeça, ni aun con olio… Y que ella vngió sus pies con precioso bálsamo… Quién hizo al Fariseo tan descuidado, que no previniesse, ni vno de aquellos agasajos de que gustava Cristo? Y quien hizo tan lince á la Magdalena, que los adivinasse, y executasse todos? No hallaréis otra diferencia, sino que él amava poco, ó nada: y la Magdalena mucho”(1)

     En suma, que de la bellísima escena tan llena de significados, se extrae que a los presentes o a quienes la comentan se les pasa por la imaginación una sola palabra de censura. Matizada de un fino erotismo que apunta a los sentidos, a nadie de los que presencian o después comentan, se les ocurre sea subida de tono. Entre una mujer hacendosa que casi es sinónimo de honrada para el cristianismo y una mujer que “no lo es”, pues se dedica a los perfumes o a los afeites, Jesús no toma partido por ninguna. Cree en la hacendosa y es necesaria. Los perfumes también son necesarios en algún momento y se siente honrado y pide no la molesten. Es cierto que los prepara para la tumba, mas de seguro, al cabo y en ciertas oportunidades, probablemente se ungiría para ellos. Hay, por lo demás, un manifiesto regocijo de los Evangelistas.

      San Clemente, por el siglo II habla de lo superfluo de los perfumes, porque su uso “deriva por la senda del placer y de la molicie, especialmente cuando se avecina noche”  y entiende que María ungió los pies de Cristo porque “esta mujer no había experimentado aún el cambio del Logos, porque aún era pecadora”(2) San Clemente supone que en algún momento la pecadora dejará de serlo, pero el cristianismo, al hacer camino, constata que a los pecados se los puede superar con la pena y el arrepentimiento. Mientras el Logos y el pecado original continúan irreductibles, en la medida que la carga original  se da una vez y para siempre, arrastrando tras sí la contingencia.

     Al analizar la malicia recóndita del perfume, se cae en la cuenta que tiene que ver con la permanencia del pecado y la permanencia de la causa en cuanto estigma subsistirá en la generalidad de los cosméticos. Así de una escena entrañable, San Clemente saldrá escaldado y con peregrinos conceptos se atreverá a desterrar los cautivadores aromas de los nardos:

“sus pies, ungidos de oloroso perfume, significan alegóricamente la divina enseñanza que camina con gloria hacia los confines de la tierra… Y si no me hago pesado (diré) que los pies perfumados del Señor son los apóstoles que, como lo anunciaba la fragancia de la unción, han recibido al Espíritu Santo”.(3)

     Incluso, la imagen perseverante y plena de una sensual alegría, en ningún momento sacada de quicio, como sucede con la imponente cabellera junto a las lágrimas, la encontrará como signo de arrepentimiento. Sin embargo, pienso que las lágrimas se deben a la impotencia de no poder aprehender  al objeto del deseo. Son lágrimas que demuestran la incertidumbre y el desconsuelo ante un hombre adornado por las gracias que definitivamente escapa a sus premuras. Por lo demás, el perfume es el adorno más buscado por el cual se desviven hombres y mujeres hasta caer en el pecado de robárselo a los dioses y de allí procede buena parte del estigma que arrastra.

(1) Sánchez, Thomas. Las seis alas del serafín, en seis sermones de los seis jueves de Quaresma. Madrid. 1679. Sermón sexto.

(2) Clemente de Alejandría, San. El Pedagogo. Biblioteca Clásica Gredos. Madrid.1988. Libro II.

(3) Clemente, san. ob.cit.

 

 

   
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