Junichirō Tanizaki
(Japón, 1886-1965)
El elogio de la sombra * (fragmento)
|
|
Ya no recuerdo en qué revista o en qué periódico leía el otro día un artículo dedicado a la quejas de las señoras inglesas de edad: cuando ellas eran jóvenes, estaban acostumbradas a tratar con respeto a las personas mayores, pero las jóvenes de hoy en día las ignoran, incluso evitan acercarse a ellas, como si la vejez fuera una tara algo repugnante; se quejan, en una palabra, de que los jóvenes de ahora se comportan de una manera muy diferente a los de antes; deduje que los viejos de todos los países del mundo dicen lo mismo, que el hombre que va adquiriendo edad parece siempre inclinado a creer que, bajo todos los aspectos, el ayer era preferible al hoy.
|
Los viejos de hace cien años lamentaban los tiempos de hace dos siglos, y los viejos de hace doscientos años suspiraban por los de hace tres siglos: nada nos autoriza a creer que algún viejo haya manifestado estar contento con el estado de cosas de su época; sin embargo esta comprobación es ahora más cierta que nunca debido a los progresos acelerados de la cultura y, sobre todo, a las circunstancias sumamente especiales en las que se encuentra nuestro país, pues las transformaciones acaecidas después de la Restauración del Meiji corresponden, como poco, a la evolución de tres o cinco siglos de los tiempos pasados.
Lo divertido es que yo, que digo todo esto, he alcanzado una edad en la que se pone uno a imitar el habla sentenciosa de los viejos; es evidente que aunque los logros de la cultura moderna pueden seducir a los jóvenes, en cambio, se está preparando una época que va a ser poco amena para los viejos. Por ejemplo, para cruzar, hay que estar atentos a las señales de tráfico, con lo cual los ancianos no se atreven a salir tranquilamente a la calle.
|
Pase todavía para aquellos a quienes su situación les permite desplazarse en automóvil, pero a las personas como yo, el simple hecho de arriesgarse a cruzar una calle de Osaka, les exige la tensión nerviosa de todo su ser. Es verdad que hay semáforos y los que están en medio de las plazas se ven perfectamente, pero a veces es muy difícil localizar las luces verdes y rojas que se encienden y apagan en el cielo de improviso, cuando se pasa por una calle lateral, y además puede ocurrir que en alguna plaza grande se confunda la señal de uno de los lados con la que está de frente. Yo pensaba que cuando pusieran guardias de tráfico en las plazas de Kyoto sería el final de todo, pero a partir de ahora se puede saborear la auténtica atmósfera de las calles de puro estilo japonés yendo a ciudades como Nishinomiya, Sakai, Wakayama o Fukuyama. (...)
(...) Por eso los viejos, renuncian cada vez más a vivir en las grandes ciudades y se retiran al campo, pero las pequeñas ciudades de provincias, a su vez, se obstinan en adornarse con ramilletes de bombillas y de año en año empiezan a parecerse a Kyoto, lo que no me tranquiliza en absoluto. Algunos pretenden que el progreso no puede detenerse y que el día en que todos los transportes se hagan por el aire o bajo tierra, las calles recuperarán su anterior tranquilidad, pero estemos seguros de que en ese día se habrá inventado algún nuevo instrumento para torturar a los viejos. En resumen, se les induce a apartarse del camino, de manera que no tengan más recurso que el de parapetarse en su casa y cocinare pequeños platos para acompañar el sake vespertino mientras escuchan la radio.
Cosas de viejos, siempre chocheando, pensarán ustedes; pues bien, no creo que sea exactamente así: hace poco, el cronista del Asahi de Osaka, que firma Tensei-jingoshi (Voz del cielo, palabras humanas), se metía con los funcionarios del gobierno civil que para construir una carretera hacia el parque de Mino talaban a tontas y a locas los bosques y nivelaban las colinas; cuando leí aquello, sentí confirmadas mis palabras.
Destruir hasta la sombra de los sotos al fondo de la montaña es demasiado y además una empresa estúpida. A este ritmo, so pretexto de hacer más accesibles a las multitudes los emplazamientos artísticos ilustres, llegarán progresivamente a convertir las afueras de Nara, Kyoto u Osaka en espacios descarnados.
Pero basta de recriminaciones; soy el primero en reconocer que las ventajas de la civilización contemporánea son innumerables y además las palabras no van a cambiar nada. Japón está irreversiblemente encauzado en las vías de la cultura occidental, tanto que no le queda sino avanzar valientemente dejando caer a aquellos que, como los viejos, son incapaces de seguir adelante. No obstante, como nuestra piel nunca cambiará de color, tendremos que resignarnos a soportar eternamente unos inconvenientes que solo padecemos nosotros.
A decir verdad, he escrito esto porque quería plantear la cuestión de saber si existiría alguna vía, por ejemplo, en la literatura o en las artes, con la que se pudieran compensar los desperfectos. En lo que a mí respecta, me gustaría resucitar, al menos en el ámbito de la literatura, ese universo de sombra que estamos disipando... Me gustaría ampliar el alero de ese edifico llamado “literatura”, oscurecer sus paredes, hundir en la sombra lo que resulta demasiado visible y despojar su interior de cualquier adorno superfluo. No pretendo que haya que hacer lo mismo en todas las casas. Pero no estaría mal, creo yo, que quedase aunque solo fuese una de ese tipo. Y para ver cuál puede ser el resultado, voy a apagar mi lámpara eléctrica.
* El elogio de la sombra es un manifiesto sobre la estética japonesa de Junichiro Tanizaki, escrito en 1933. En él se argumenta que en Occidente la belleza siempre ha estado ligada a la luz, a lo brillante y a lo blanco, y que lo oscuro, lo opaco y lo negro siempre han tenido una connotación negativa. Sin embargo, argumenta, en Japón la sombra no tiene una connotación negativa y es considerada como parte de la belleza.
|
Tanizaki, Junichirō: El elogio de la sombra. Siruela ediciones, 1994, Madrid, España