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"¿Poesía
lunfarda o lunfardesca?
Sería más propia esta
última denominación, si recordamos que el calificativo
de lunfarda es aplicable, estrictamente, a la literatura compuesta
por los propios delincuentes, en general cuando están "en
cafúa". Así como distinguimos poesía gaucha
(la anónima, obra de los mismos paisanos, difundida oralmente)
de gauchesca (la escrita por autores letrados, "a la manera gaucha"),
pero con la salvedad de que gran parte de nuestro folklore literario
es de origen gaucho y la literatura lunfarda, en cambio, se limita
a una escasa producción carcelaria. (…) está escrita
en esa jerga canera, empleada originariamente por los ladrones en
su "oficio", para mantener oculto de virtuales auditores,
lo que se dicen entre ellos. Su carácter pintoresco y traslaticio
(abunda en metáforas, metonimias, paranomasias, etc.) hizo
que muy pronto los sectores populares, que convivían en los
suburbios con las gentes del hampa, la fueran adoptando y adaptando
-en seguida la enriquecieron con nuevos vocablos y nuevas acepciones.
La mala vida porteña, a su vez, crece junto con la desaforada
población de origen inmigratorio que llega a nuestro puerto
-millones de italianos, gallegos, polacos, siriolibaneses, etc.- en
poco más de tres décadas, luego de la aprobación
de la ley Avellaneda (1876). Los cafishios y clientes en el lenocinio;
los pungas, biabistas y scruchantes, en las calles, las academias,
triquetes y otros lugares de diversión, donde menudeaban duelos
y peloteras, difundieron este vocabulario marginal del que derivaron
pronto algunas formas literarias como los poemas en que se mentan
aspectos de la vida tras los barrotes, se pide ayuda (en general "vento")
a la "mina", que sigue "en el yiro", o se relatan
hazañas delictivas.
Sus autores fueron, por una parte, payadores como José Betinoti,
Gabino ezeiza o Antonio Caggiano; por otra los que llamaríamos
"pioneros" del tango canción, como Angel Villoldo,
Silverio Manco, Enrique P. Maroni y Pascual Contursi. Ambos iban fundiendo |
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(…) las
tradiciones narrativas y dramáticas del género gauchesco
con los ingredientes que les brindaba la particular ecología
del suburbio: profusión de nuevos tipos sociales (malevos,
taitas, compadres, compadritos) y de nuevas ocupaciones (mayorales,
mercachifles, chafes, remendones de tachos y de zapatos, artesanos,
guardaespaldas de los caudillos parroquiales, etc.); aporte de las
lenguas y dialectos (en especial genovés, lombardo, napolitano,
calabrés) hablados por los inmigrantes, que se mezclaban con
arcaísmos o indigenismos traídos a las orillas por las
frecuentes inmigraciones internas; precarias condiciones de vida que
propiciaron la delincuencia y el accionar de las organizaciones internacionales
de tratantes de blancas, a favor de la insensibilidad o de la corrupción
oficiales; hábitos literarios y músicos ultramarinos
(habaneras, canzonettas, organillos, el bandoneón), etc.
Una segunda etapa de la poesía lunfardesca comienza con la
inclusión de numerosas producciones de ese carácter
en periódicos (Crítica, Última Hora) y en revistas
(Caras y Caretas, Fray Mocho, PBT, El alma que canta), así
como con la publicación de unos modestos libritos comercializados
en los quioscos, a partir de los Versos rantifusos (1916), de Felipe
Fernández (yacaré), y con su empleo en los sainetes
por José González Castillo, Nemesio Trejo, Alberto Vacareza
y otros más. Poco después, en la década del 20,
la temática lunfarda se diversifica, sea con la obra de destacados
letristas (Celedonio Flores, Enrique Cadícamo, José
Rial, Roberto Fontaina, Enrique Dizeo, etc.); sea con volúmenes
como la incomparable Crencha Engrasada, del malevo Muñoz (Carlos
de la Púa), (…); sea con el paorte de algunos poetas
del llamado grupo Boedo (Gandolfi Herrero, Älvaro Yunque).
La crisis económica del 30, con su secuela de hambre y mishiadura,
otorga un nuevo matiz, más amargo, al verso lunfardesco. Ahì
están, para probarlo, los tangos de Enrique Santos Discépolo
y Sangre del suburbio, un tomito aún no bien valorado con poemas
de Iván Diez (Augusto A. Martini). Ellos descubren y rebelan,
con sarcástica ironía, la humilde tragedia de seres
que hasta entonces no habían tenido un lugar en nuestras letras.
Su humos ácido sirve de apoyo luego, en la recuperada Argentina
del 40, a una lunfardía más desenfadada y cachadora:
la de Amarroto, Bien pulenta o los recitables de Héctor Gagliardi.
De allí en adelante queda instituida una especie de retórica
lunfardesca, cultivada sobre todo por los investigadores del tema
(caso de José Pagano, Bartolomé Aprile, Joaquín
Gómez Bas, Julián Centeya, etc.). Simultáneamente,
algunos poetas de vanguardia llegan, a través del tango, a
la jerga lunfarda: Hombre sumado (1958) de Juan Carlos Lamadrid, señala
el rumbo a los más jóvenes (Daniel Giribaldi, Horacio
Ferrer, Osvaldo Elliff, Roberto Santoro).
(…) Un conjunto de poetas, la mayoría de ellos vinculados
con la Academia porteña del lunfardo, institución creada
en 1961 para reunir y facilitar la tarea de los estudiosos o aficionados
(…) alternan las reelaboraciones de asuntos ya "clásicos",
con algunos hallazgos originales: los sonetos de Nydia Cuniverti dedicados
a personajes de la Antigüedad o las versiones "a la gurda"
que del latino Horacio hace Jorge Rivera; las referencias a nuestra
cotidiana actualidad -vedettes, barrios de emergencia, jugadas de
Prode, delincuencia juvenil, etc.- que asoman en los poemas de C.
A. Alberti, J. Melazza Mutoni, L. Alposta y otros. (…) todos
coinciden en el intento por ampliar las posibilidades literarias de
esta jerga orillera, convertida hoy, incuestionablemente, en una significativa
porción del habla popular argentina."
Eduardo Romano: Breviario de Poesía Lunfarda.
Ediciones. Andrómeda. 1990 Buenos Aires, Argentina. |