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Ha-bima o Habima como se lo traduce también, es un teatro de
lengua hebrea, originario de Polonia, donde producía en traducción
hebrea grandes clásicos del idish, tales como El Dibuk, de S.
Ansky. El teatro continuó en Tel Aviv, donde por muchos años
el gran escritor judío Max Brod, amigo de toda la vida de Buber,
actuó como consejero.
El júbilo que experimentamos por la
existencia del Habima, por la existencia del teatro hebreo, se halla
siempre vinculado a la aflicción por la inexistencia de una dramaturgia
hebrea.
Sintiendo esto es que podemos caer fácilmente en el error de
suponer que debería existir primeramente una obra para ser representada
y recién entonces, a posteriori, un teatro que la escenifique.
El desarrollo del teatro nos señala lo contrario.
En las grandes culturas no se observa una génesis teatral a partir
de la creación de obras de teatro.
Primero existe el teatro, o sea, propiamente, la sagrada pantomima de
los misterios.
Paralela e independientemente, emerge el diálogo improvisado;
por ejemplo, en el lamento de los muertos, que es originariamente una
conversación entre el que manifiesta las loas a los muertos con
el coro lloroso que se lamenta. Los dos se combinan, se fusionan uno
en el otro; al principio uno recita solamente palabras de acuerdo a
un orden fijado por la tradición; por lo tanto son frías
improvisaciones; pero éstas no resisten la diferenciación
literaria del material mítico. Gradualmente los textos y los
parlamentos se van realizando por encargo, los "actores" son
apuntados por los "poetas", que les marcan todo cuanto deben
decir.
Sin embargo, la obra teatral se pone en escena una sola vez; su repetición
significa la revolución decisiva, cuando la obra de teatro "perdurable"
comienza a prevalecer frente al teatro "transitorio". Ahora,
por primera vez, existe una "literatura dramática".
El teatro origina, así, las obras teatrales.
Que nosotros, judíos, tenemos un talento peculiar (originario)
para el teatro -y por lo tanto por la presentación inmediata
y concreta de una puesta en escena- es innegable, aunque conozcamos
desde la antigüedad bíblica únicamente el diálogo
improvisado, no así la pantomima (que se conecta claramente con
la lucha de la religión bíblica contra la adoración
pantomímica de Baal). Que no tenemos un talento (originario)
para el drama, es probablemente igualmente cierto. Esto es indicio de
nuestra defectuosa capacidad de objetivar. Es conveniente comprender
esto debidamente. No poseemos ante todo la gran visión que abarca
la oposición objetiva de fuerzas y categorías en el mundo;
para nosotros uno siempre debe tener razón y el otro estar equivocado.
Pero en materia de teatro, estar en lo cierto, tener la razón
no basta ni importa; este hombre está constituido de esta manera
y aquel hombre de esta otra manera, este hombre tiene una voluntad determinada
y el otro una voluntad opuesta; este hombre representa una ley de la
vida y aquel hombre representa otra ley de la vida hostil a la primera.
Pónganlos en una situación compartida y el drama, la obra
teatral, está realizada.
Prometeo no está en lo justo contra Zeus, pero tampoco está
Zeus en lo justo contra Prometeo. Antífona no es justa hacia
Creon, pero tampoco lo es Creon hacia Antífona.
Agamenón, Clitemnestra, Orestes, están tanto en lo cierto
como equivocados.
Y cuando consideramos las obras de Shakespeare no desde el punto de
vista de una teoría sino de su realidad, notamos que ni siquiera
Macbeth y Lady Macbeth, ni siquiera la madre de Hamlet o su padrastro,
ni siquiera las malvadas hijas de Lear están "equivocados".
Están todos "simplemente allí" como para estar
equivocados. (Esta afirmación queda oscurecida por la "Teoría
del culpa", que imagina al hombre que habla y que se extingue en
las cosas mismas como opuesto al hombre trágico (real), que aprende
que es irreductible a las cosas. Aún Esquilo conoce la culpa;
esta es la naturaleza y el destino, la persona en sí misma es
la culpa).
Pero no es el caso que debamos simplemente "alterarnos" a
nosotros mismos con el fin de elaborar una dramaturgia propia; tal alteración
sería imposible y sería también pervertida. Porque
la carencia de la cual hablé se conecta, de hecho, con la grandeza
que nosotros, judíos, poseemos, con nuestra comprensión
de que la oposición de fuerzas y categorías no puede perseverar
hasta el final, que hay un estar en lo justo, una justicia, alguien
que está en lo justo -Dios es justo- y con nuestra enseñanza
de que este Dios se ha revelado y se revela a nosotros, y se revela
de hecho en esta oposición. Por ello caemos tan fácilmente
en el error fatal de que sólo nosotros estamos en lo justo. Pero
lo justo "mora" en nosotros, "en medio de nuestra impureza"
(Levítico 16:16); no lo poseemos. Y entonces recién somos
verdaderamente nosotros, Israel, cuando sabemos esto también.
Pero entonces tenemos también la posibilidad de adquirir la "gran
visión" y, de seguro, de una manera que nos pertenece; no
a través de de una alteración sino a través del
cumplimiento de nuestra naturaleza. Si somos realmente nosotros mismos,
necesitamos una sola cosa más, estar seguros de algo aterrador,
para poder crear una dramaturgia hebrea genuina, una dramaturgia de
Israel.
Debemos de allí, de nuestra verdadera esencia, experimentar el
mundo tal como es, en su antítesis profunda y sustancial y en
sus contradicciones, que no serán superadas por las categorías
relativas al estar en lo justo o en el error -en su dramática
realidad.
Por lo tanto, al igual que nosotros mismos, no hemos aún experimentado
al mundo. Cuando lo hagamos y logremos dar la forma de una obra a nuestra
experiencia, entonces creo que nuestra dramaturgia recibirá un
soplo de algo de lo cual carece la dramaturgia Griega y Cristiana; la
Griega porque no posee el conocimiento sobre el Dios de lo Justo y su
revelación; la Cristiana, porque su revelación y redención
coinciden.
La redención ya ha tenido lugar y por lo tanto existen dos mundos:
el redimido, en el cual no hay antítesis ni contradicción
y por lo tanto no persiste ninguna realidad dramática, y el no
redimido, el mundo a espaldas de Dios, que consiste en únicamente
en antítesis y contradicción.
Cuando tengamos finalmente una dramaturgia genuina, aparecerá
en la realidad de la vida la palabra de Dios que "mora en medio
de la impureza".
Por eso aconsejo a Habima emerger aún más decisivamente
del particularismo de su repertorio y poner en escena seguramente a
mis amigos Richard Beer-Hofmann y Moritz Heimann, pero también
Esquilo y Sófocles, Shakespeare y Calderón (no sólo
los temas bíblicos), Schiller y Kleist. Para ello es bueno mostrar
al judío en su propio idioma (por lo tanto plasmado en esta forma)
la dramaturgia de la literatura mundial, y expresar así la dramática
realidad de la existencia del mundo. Es bueno hacer esto para hacer
brotar del él, del judío, lo que éste tiene que
agregar: el anuncio de la Shejiná. Y así, la dramaturgia
emerge del teatro.